Treinta Y Seis

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Guardé el celular con el ceño fruncido y asentí a su pedido. Ella dejó el papel arrugado encima de su auto y volvimos dentro. Estaba detrás de la morena caminando o tratando de olvidar el pequeño inconveniente de hace un rato. Los chicos fueron obligados a entrar y seguir con las clases. Parecía que la oficina de Rebecca quedaba a millas. Me sentía cansada, tantas cosas han pasado en un solo día y debía saber manejarlo todo, pero de alguna extraña forma, al entrar a la oficina de Rebecca y sentarme en unos de los sillones, todo resultó tener sentido al final o simplemente era que por un momento me sentía bien estando cerca de ella, en su espacio, después de tanto tiempo creí que seguirá siendo la mejor opción.

Me incorporé mejor cuando la vi observarme desde su asiento, quizá tratando de adivinar lo que pasa en mi mente. El aire susurraba su nombre, tiene su aroma como si se haya enmarcado especial para y por la pelinegra. Tiene las manos juntas, sus dedos tamborilean entre la madera del escritorio y ella trata de arreglar algunas hojas dispersas entre nosotras.

—Va a ver un gran evento en dos días. El equipo de fútbol empieza con su primer partido y debes saber que el fútbol aquí es muy tomado en cuenta.

Claro que lo sé, es América Latina, mi vida.

—Entiendo —respondí fingiendo atención a sus palabras.

¿Mi vida, en serio? Qué tonta.

Hoy estaba un poco más arreglada y eso me perturbó la concentración.

—Hace un tiempo atrás, tuvimos un estudiante que ganó una beca para jugar en los Estados Unidos. Según los organizadores, Castellanos cumplía con todos los requisitos para ser transferido a una buena universidad. El colegio no negó nada y le ofreció esa oportunidad. Al parecer, está de vacaciones por la ciudad y pidió un espacio en el medio tiempo. Necesito que me ayudes a organizar todo aquello y que seas tú quien lo recibas.

Apuesto que si me hubiera visto en un espejo, era fatigable la expresión mía.

¡Joder! ¡Que no me lo creo! ¡Está aquí! ¿Él está aquí?

—¿Yo? Pe... pero yo apenas tengo un tiempo. No es excusa, es... No, no creo. Yo no...

Me encontraba nerviosísima y perpleja que la coherencia de mis palabras me confundían. Rebecca alzó una ceja y me quedó observando de una manera violenta. ¡Joder!

—Lo decía porque he escuchado que te llevas bien con los estudiantes salvo con uno, pero que eres agradable —concluyó persuadiéndome.

Se me salió un suspiro inmanejable y luego, sentí mis mejillas haciendo de las suyas poniéndome en evidencia una vez más. Mis ojos jugaban y se distraían, primero con la pintura, luego con las fotos y por último... ¿esa camisa es así o se desabrochó los botones?

—¿Qué dices? ¿Me ayudas?

Dile que no, dile que no, es un no.
Estás bastante ocupada con otras cosas. ¡No!

—De acuerdo.

—Excelente. —Entre las hojas blancas, busca dos en particular con una firma muy conocida para mí—. Esta es la carta que nos envió Castellanos y esta otra, es la planificación. Los estudiantes de tercero se van a encargar de la presentación y el desfile, necesito simplemente que los dirijas.

—Está bien, Rebecca.

Ella me sonrió ampliamente como si de un momento a otro se despojó de un gran peso. Hizo la misma expresión que yo cuando llegué y me senté. Me pregunto qué es lo que la tiene aturdida y sin querer me imaginé las varias formas de pasarla genial entre las dos, pero el sonido de mi celular y el "Jefe" con letras grande me dio un golpe durísimo. Debo pedir un descanso. Rechacé la llamada para prestar ahora mi completa atención a la mujer frente a mí. Yo estoy aquí por trabajo y debo hacerlo. Tenía nervios, bastantes, aunque ya no tenía por qué, aún mi sistema nervioso estaba activo de más, emanaba ondas innecesarias y esa es la parte de mi cuerpo que no controlo. No contralaba mis movimientos porque eran ajenos y al cruzar las piernas para despojar aquel sentido de protección o camuflaje que hemos ido desarrollando desde la prehistoria, mi rodilla siente a viva luz la fría piel de Rebecca por debajo el escritorio. Por un momento creí que me quedaría atrapada entre el medio de sus piernas. Por un momento no pensé que haya mejor forma de morir. Al darme cuenta de mi conflictivo estado de nervios, este creció como bestia y cuando intentaba de sentarme al fin, correctamente, más empujo mis piernas.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora