El viaje

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Emma, en verdad, nunca había tenido una vida fácil, ella, de hecho, estaba marcada con esa madurez y esa fuerza que tenían todos los niños maltratados, castigados, zarandeados por la vida.

Sea como sea, al volver a casa, había sido recibida por una buena corrección por parte de Linda que la acogió con bofetadas; castigo por no haber estado presente durante la visita de la asistente social; después, tras ocuparse de los niños, había ido a acostarse exhausta y desanimada. Lucy fue a verla de puntillas y le devolvió su pulsera "mágica" diciéndole que la necesitaba más que ella.

Emma compartía su habitación con Amber y a menudo tenían largas conversaciones antes de quedarse dormidas. Solo se llevaban tres años y Emma le había cogido de verdad mucho cariño.

A todos, para decir verdad.

No había ni uno a quien no quisiera. No podía pasar al lado de Jeremy sin cubrirlo de besos, tenía esa mirada inquieta cuando veía a Nathan volver de la escuela con un labio partido o un ojo morado, y ella adoraba parlotear con Amber y Joy, que se confiaban a ella, tomándola, sin duda, por una hermana mayor. Lucy era aún tímida con ella, pero Emma sabía que era una gran muchachita.

Y después de tres meses, tenía nuevos aliados que estaban dispuestos a hacerle olvidar esas brutalidades contándose toda clase de historias. Elsa y Anna habían llegado a casa de Linda y George hacía tres meses, y enseguida, un lazo muy fuerte se había creado entre ellas y Emma. Elsa tenía la misma edad que Emma y ese hecho propiciaba que Emma pudiera conversar con ella de cosas que no podía con Amber y Joy.

Al día siguiente, Elsa se subió a un taburete de la cocina para coger un pancake, inclinó la cabeza para ver la huella del golpe en la mandíbula de Emma e hizo una mueca mientras se sentaba a desayunar.

-Ha tenido la mano suelta...- soltó indicándole a Emma la huella

-¡Zorra!- gruñó la joven sacando un poco de maquillaje para extendérselo en la zona azulada.

-¿Estás mejor?- preguntó Elsa mordisqueando un trozo de bacón

-Pasará- respondió Emma con voz lúgubre –Solo estoy cansada de llevarme golpes continuamente, pero...pasará

Emma suspiró de frustración, cerró los parpados y puso la sartén en el fregadero para fregarla más tarde.

-Emma, yo nunca he vivido eso, pero...pronto terminará, podrás vivir tu vida sin tener que rendirle cuentas a nadie, ¿comprendes?

-Sí...

-Después de todo, solo te queda un año...

Elsa y Anna nunca habían vivido con una familia de acogida, ellas formaban parte de esas felices familias en las que la dicha era cotidiana y en donde no les faltaba de nada. Y aunque la vida les hubiera arrancado a sus padres en un naufragio meses antes, ellas no podían saber lo que era vivir eso desde el nacimiento.

Los cabellos de Elsa eran de un rubio casi blanco y contrastaban con la rojez de Anna, ellas eran muy diferentes y sin embargo se amaban con un amor tierno. Elsa era una pequeña estrella del patinaje artístico y Emma ya la había visto en televisión deslizarse alegremente sobre el hielo. En seis meses, debería participar en los campeonatos de los Estados Unidos, pero charlando con ella, Emma se había dado cuenta de que el sueño de Elsa quizás había muerto con sus padres. Si no se ponía a entrenar rápido, se retrasaría con relación a los otros miembros del equipo y de hecho, se vería descalificada.

-¿La asistente social no ha tenido noticias de tu tía?- preguntó Emma

Tras el naufragio de sus padres, los servicios sociales habían intentado ponerse en contacto con la tía de Elsa y Anna, pero sin resultado. Nadie sabía dónde buscarla, pues viajaba siempre y nunca daba su lugar de residencia...las investigaciones se preveían complicadas.

El caso del pequeño cisneUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum