La cohabitación

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Emma abrió los ojos al escuchar ruidos no lejos de su habitación. Ya era de día, la ventana estaba cerrada y las cortinas corridas, una manta estaba posada hasta su cintura. Ninguna duda de que su profesora había venido para cerrar la ventana y cubrirla. Emma tuvo la extraña sensación de no estar en su sitio. Cogió su teléfono. Amber había intentado llamarla. Su vientre se contrajo y prefirió volver a poner el teléfono en su bolso. Discretos golpes fueron dados en su puerta. Se aclaró la garganta e invitó a entrar.

Regina ya estaba vestida, y ofreció una sonrisa al entrar.

-Espero que le gusten los huevos revueltos- anunció dejando la bandeja bien surtida al lado de Emma.

-Gracias- murmuró ella, incómoda

Alzó un poco la manta sobre su vientre y se apoyó contra las almohadas.

-Tiene una cara espantosa, mis Swa...

-¡Emma!- imploró casi la joven

-Nunca he llamado a ningún alumno por su nombre- anunció secamente Regina

-Sí, pero supongo que pocos alumnos han estado en su casa- replicó ella hundiendo el tenedor en su comida.

Regina prefirió abrir las cortinas antes que replicar a la contestación.

-Por cierto- comenzó Emma manteniendo la vista fija en el plato- Quisiera darle las gracias por lo de esta noche, fue...no sé muy bien qué decir y...de hecho...tengo miedo de haber sido un poco...demasiado...en fin...

-Swan, he visto la violencia de ese hombre...

Emma guardó silencio. No sabía qué decir. Regina posó una mano en la rodilla de la joven y le dio un golpecito amable.

-Acabe de comer y después únase a mí en la cocina, tenemos que hablar.

Emma detestaba esa frase, es más, ¿a quién le gustaba? «Tenemos que hablar» significaba a menudo algo desagradable...¿La profesora Mills la iba a poner de patitas en la calle? ¿Le iba a echar un sermón?

Emma se dio prisa en tragar el resto de su desayuno y en ponerse lo esencial para bajar a la cocina.

El olor en la casa era delicioso, azucarado, pero sin ser empalagoso. La luz era diferente ahí. Emma tenía la impresión de que la luminosidad era pura.

Hubiera apostado que esa casa era la de un arquitecto. Puntos de luz golpeaban aquí y allí el mármol y los muebles oscuros destacaban la belleza del hall de entrada.

Emma se presentó en la cocina, vestida y sus cabellos recogidos en un moño.

Cuando Regina la vio, emitió un suspiro satisfecho.

-Bien, miss Swan, me gustaría hablarle de lo que me contó ayer, sobre los servicios sociales.

El vientre de Emma se retorció y eligió sentarse pues no estaba segura de poder mantenerse en pie largo tiempo.

-¿Por qué?

Regina habló lentamente para que la joven comprendiera sus palabras. Ella veía el brillo de pánico que acababa de aparecer en los ojos verdes, pero se negaba a que eso la desestabilizara.

-Muy honestamente pienso que sería lo más sensato llamarlos, pero no quiero hacerlo antes de que esté preparada.

Emma creyó que iba a derramarse en lágrimas. Regina no tenía idea alguna de la vida que ella había llevado hasta ese momento. Los hogares que había recorrido sin, sin embargo, encontrar una estabilidad. Miró detenidamente a la morena, esperaba que le dijera que era una broma. Se cerró como una ostra y finalmente se levantó.

El caso del pequeño cisneWhere stories live. Discover now