Peter Pan

1.5K 109 78
                                    


-¡Un fiasco!- gritó el subdirector de la policía

El equipo del sheriff encajaba la bronca sin replicar desde hacía una media hora. La noche había sido larga y difícil.

-¡Este servicio necesita reajuste! ¡Van a caer cabezas, os lo aseguro!- amenazó el subdirector barriendo la estancia con mirada glacial. Se puso las manos en la cintura, después con gesto rápido, frotó su rostro, incómodo.

El sheriff Graham había derrapado, él lo sabía, y el precio lo había pagado con creces la joven Emma Swan...


Regina Mills miraba la placa del cementerio herrumbrosa y llena de moho desde hacía unos buenos veinte minutos sin atreverse a salir de su Mercedes. Estaba cansada y sus párpados tenían tendencia a cerrarse solos. Pero debía estar ahí, por Emma. Daba golpecitos con sus dedos sobre el volante mientras escrutaba el horizonte. Esas lápidas alineadas a la perfección le dieron qué pensar. Había algo de calculado, de aéreo, de casi perfecto en los cementerios. Había también algo bueno. Para el entierro de su padre, su madre había elegido una bella lápida; desafortunadamente, Regina no había tenido ocasión de ir a recogerse allí. Es más, se hubiera encontrado estúpida allí delante de la sepultura, sin poder contarle con orgullo en lo que se había convertido. Ella había huido de su madre, de su novia, de su violador, e incluso de su hijo. No tenía sino a Emma...


El cuerpo de Emma cayó en un charco de sangre al mismo tiempo que el de Peter. Pasaron algunos segundos antes de que Regina reaccionara, pero cuando la información alcanzó su cerebro, sintió una descarga de adrenalina recorrerla de arriba abajo. Sus pies no tuvieron tiempo de dar ningún paso antes de que el sheriff la agarrara. Sus brazos se tendieron hacia el cuerpo de Emma mientras que Graham pasaba un brazo alrededor de sus caderas para tirarla hacia atrás.

-¡Regina!- gritó él para que ella escuchara

-¡Graham!- chilló ella, furiosa por no poder escapar a su agarre.

-¡Quédate aquí!- ordenó él haciéndola retroceder hacia el coche.

Él escrutó su mirada sombría para asegurarse de que ella iba a obedecer. La morena hacía de todo para mantener a Emma en su campo de visión, Emma en ese charco de sangre, Emma que ya no se movía.

-¡Emma- susurró

-¡Regina, o te quedas aquí o te ato al coche!- amenazó el sheriff

Ella le lanzó una mirada furiosa antes de que él la soltara. Lo vio partir hacia los cuerpos tendidos. Se aseguró, en un primer momento, de que las armas ya no estuvieran entre las manos de los potenciales heridos, lo que le llevó un tiempo infinito. Mucho más largo para el gusto de la ex alcaldesa que atravesó la barrera de seguridad con una desenvoltura debida a horas de deporte. No pudo hacer otra cosa sino correr para ir a ver a su amante.

-¡Regina! ¡No!- gritó Graham reteniéndola una vez más, a algunos metros del cuerpo de la rubia -¡No mires!- le ordenó él metiéndole una mano delante de los ojos. Él no quería que viera el rostro de Emma cubierto de pegajosa sangre.

Otros oficiales llegaron para rodearla y mantenerla sujeta. Aunque gritó, amenazó, suplicó, no le respondieron.


Regina salió finalmente del coche y se cerró el abrigo alrededor de su cuerpo. Cogió su bolso antes de dirigirse al interior del cementerio. Se tomó su tiempo para caminar por las lápidas, leyendo los diferentes nombres escritos sobre estas. Finalmente encontró la que buscaba y lanzó un gran suspiro. Se acercó a la lápida y parpadeó varias veces.

El caso del pequeño cisneWhere stories live. Discover now