Trato cerrado

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Emma dejó sus llaves en el cuenco de la entrada mientras iba descalzándose para subir las escaleras. Regina parecía dormir profundamente, su respiración lenta y profunda seguía el ritmo de los ruidos de la habitación.

La pequeña rubia caminó de puntillas hasta el cuarto de baño y se puso la ropa de dormir. Alcanzó la cama, se deslizó entre las sábanas para pegarse a la espalda de la amazona que se despertó inmediatamente. No se sobresaltó, no hizo sino abrir los párpados y posar su mano en la de Emma que se había posado sobre su vientre.

-Humm, hueles a alcohol y...cigarro

-Sí...

Un pequeño silencio permitió que Regina se preguntase si debía o no interrogar a la rubia sobre su estado; pero se frenó.

-¿Cómo se encuentra?- preguntó la morena, con voz dormida

-Ha recuperado algo la visión del ojo izquierdo- respondió ella calando su barbilla en el hombro de su compañera.

-Es una buena noticia- felicitó suavemente Regina

-Sí

El silencio volvió a hacerse. Emma ya no hablaba mucho de un tiempo a esa parte. Nunca había hecho duelo por nadie, al menos no por una amiga. Y a pesar de todo el infierno que había vivido, la muerte la había dejado de lado.

La pérdida brutal de una amiga no estaba prevista en su camino y aunque no era tonta, realmente nunca había pensado en la muerte de Alice...En el fondo, se culpaba porque no se había tomado la molestia de hablar con la joven, nunca había ido al meollo de las cosas y el gran vacío que había sustituido a su amiga no le era de ningún consuelo. Regina la ayudaba a veces a encontrar un poco de felicidad, pero desde hacía dos semanas, vagaba entre la casa de August y la mansión de Mills, cansándose un poco más cada día. Además, lo que había descubierto al entrar en su casa el día del entierro no la había ayudado a mejorar, nada más lejos que eso.

Apretó un poco más el agarre alrededor del cuerpo de la joven y hundió su rostro en la cabellera de la que emanaba efluvios de perfume. Un sollozo ascendió hacia su garganta, pero ahí quedó trabado. Fue el momento que eligió Regina para girarse y mirarla cara a cara.

-Emma...- susurró ella depositando un beso en uno de sus párpados.

-La echo de menos- confesó la joven dejándose abrazar tiernamente

-Yo también...- susurró ella para tranquilizar a la huérfana.

Aún conmocionada por los últimos acontecimientos, Regina tampoco había podido recuperarse de las últimas palabras de Alice, pronunciadas en el delirio de la enfermedad. Sin duda, ella pensaba en Henry y se preocupaba más de lo acostumbrado, si eso era aún posible. Después de todo, si él se enfermaba, una grave enfermedad, ¿qué haría ella? Entonces, se culpaba de pensar en ella sola, y le venía a la mente el dolor del padre de la muchacha. Le habían arrancado al amor de su vida y unos años más tarde, la muerte había llegado para llevarse a la criatura que él adoraba sobre todas las cosas.

Nadie debería sobrevivir a sus hijos, no era natural. Y cuando nuestros pies están bien anclados al suelo, el mundo elige conmocionar nuestro equilibrio, los puntos de anclaje se quiebran y la desalentadora injusticia acapara un lugar inmenso. Las ganas de gritar la oscura y devastadora rabia que se apodera de nosotros es tan fuerte que podríamos volvernos locos. Y después...¿culpar a quién? ¿Quién es responsable a no ser la enfermedad? ¿Contra quién volcar ese veneno de cólera y esa mezcla de sentimientos confusos? La cólera, la rabia, el sentimiento de abandono, la incomprensión, el sentimiento de injusticia, la tristeza profunda de saber que jamás la carne de nuestra carne podrá iluminar nuestras días, que nunca más su risa resonara en nuestros oídos...que acabarás incluso por no recordar su voz, su risa. Que los trazos de su rostro se volverán borrosos. Y es de esa forma como la memoria nos protege; borrando los detalles para volverlos menos prominentes, menos despiertos, menos contundentes, menos...vivos.

El caso del pequeño cisneWhere stories live. Discover now