La amenaza

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Los ojos esmeraldas de Emmaescrutaron el rostro tenso de Regina que iba de aquí para allá enel salón de la mansión. El sol que se ocultaba atravesaba lasventanas para estallar en rayos en el suelo inmaculado. El vaivén dela directora hacía revolotear motas de polvo en la luz anaranjada.Emma, aunque intentaba guardar un mínimo de control, presentía cómoel pánico se insinuaba en Regina poco a poco.

Habían vuelto de París hacíaunas horas y Regina la había ignorado todo el viaje de regreso, cosaque hizo pensar a Emma que había hecho algo malo. De regreso a casade August, había recibido un mensaje de su compañera que le pedíaque fuera discretamente a su casa y sobre todo que pusiera atenciónen sus pasos, que mirara que nadie la siguiera. Rápidamente, larubia había subido en su bicicleta pensando que iba para una cosadistinta, pero la expresión seria de Regina al abrirle la puierta,no la tranquilizó. La morena entonces le había contado todo lo queel doctor Hopper le había dicho y ya hacía dos horas que hablabande la amenaza que planeaba sobre ellas, sobre su relación y sufuturo. Emma había pasado por las lágrimas ante el miedo de que suhistoria terminara ahí, los gritos cuando Regina le había pedidoque se fuera de la casa, las risas cuando había propuesto secuestrara Hopper- idea que había sido rápidamente abandonada ante el rostroconsternado de la directora.

Finalmente, intentótranquilizar un poco a su compañera.

-Gina, si Hooper realmentehubiera visto algo, no te habría hablado con calma apoyado en labarra- susurró ella con lógica- Escucha, estás agotada, hace másde veinticuatro horas que no duermes, yo también, tienes querelajarte y, vamos a acostarnos

-¿Las dos? Emma...

-¡Basta, Gina!- cortó Emma-¡No vamos a ponerle punto y final a nuestra relación ahora solopor que Pepito Grillo haya dicho que tú haas logrado «domarme»!Que por otro lado, no veo en qué lo has hecho- dijo de mala fe -¡Sealo que sea, solo tenemos que ser más prudentes!

-Parece que no comprendes-murmuró Regina apartandose del dintel de la chimenea donde estabaapoyada, desalentada por esa conversación -Si por una casualidad nosha visto en ese bar, bailando y besándonos, va a informar aldirector que avisará a la policía y...

-¡Regina!- gritó la estudiantepara que dejara de hablar -¡Yo creo que si él ha visto algo, lapolicía te habría esperado a la bajada del avión!

-¡No estamos en una película!-gruñó Regina alzando los brazos para dejarlos caer sobre los muslos-¡Estas cosas hay que hablarlas con la jerarquía y decidir si solohay que tirarle de las orejas al profesor o directamente saltar laalarma!

-Si él hubiera estado en elbar, lo habríamos visto, ¿no?- preguntó Emma en voz baja

La de más edad suspiró, esacuestión ya había sido puesta sobre la mesa, pero ninguna de lasdos encontraba una respuesta satisfactoria. Así que era una enormeincertidumbre que se había instalado entre ellas, arrastrandolas auna serie de preguntas que se quedaron todas sin respuestas claras.Daban vueltas en círculos.

Regina, arrasada, se dejó caeren el sofá. Su compañera se acercó instintivamente para recibirlaen sus brazos y darle un beso en sus cabellos.

-¡Te aseguro que nada nos va apasar!- murmuró ella tiernamente acunando a la morena contra supecho.

Esa frase sonaba falsa, como silas dos supieran que algo iba a suceder, algo muy malo y perturbador,pero no dijeron nada más, aceptando la suerte que les estuvierareservada.

Estaban cansadas, los ojos lesardían intensamente, pero en los brazos de Emma, Regina se sentíabien.

Apesar de la situación, estaúltima no pudo evitar esbozar una sonrisa. Se sentaron máscómodamente en el sofá, Emma, con la espalda apoyada en elrespaldo, había dejado un espacio entre sus piernas para que Reginapudiera estirarse sobre ellas. Siguieron charlando extendidamente, larubia intentando calmar los miedos de su amante mientras pasaba unamano por sus cabellos de azabache y depositaba, cada cierto tiempo,besos en sus sienes. Poco a poco, las manos de Regina dejaron deagitatrse cuando hablaba, y comenzaron a acariciar con naturalidadlos muslos y rodillas de Emma.

El caso del pequeño cisneWhere stories live. Discover now