2.Lo mismo de siempre

1K 106 178
                                    

Año 2018. Ahora.

Miré hacia arriba sonriendo a las gotas que caían desde las nubes y recorrían mi rostro hasta viajar a las diferentes partes de mi cuerpo. La lluvia me empapaba desde la cabeza a los pies. De alguna manera, podía notar que compartíamos el mismo estado emocional. Sentía su emoción a flor de piel que expresaba en forma de lágrimas. Cerré los ojos queriendo establecer una conexión con el bonito ruido del agua salpicando el suelo. Me encantaba esa sensación.

La lluvia me empapaba desde la cabeza a los pies. Mi cabello liso había quedado tieso de lo mojado que estaba. Mis botas marrones claro se habían vuelto casi oscuras. Los pantalones negros se veían pequeñas marcas de agua. La camiseta verde con rayas plateadas estaba ensombrecida.

Cada vez tardaba más en escucharse el siguiente trueno, la tormenta se alejaba, pero el diluvio apenas había empezado; no parecía que se iba a acabar pronto. Me gustaba que las gotas enfriaran mi temperatura interior, el agua de la naturaleza y su olor a tierra.

Abrí los ojos.

Era de noche. Se escuchaba a una multitud de gente yendo para arriba y abajo de las calles. Algunos grupos y pocos solitarios entraban en los bares, restaurantes, discotecas y clubs nocturnos que había en la zona. Cada uno de ellos, procuraba ser más llamativo de ellos para intentar ganar a la competencia. Había gente dando publicidad acerca de sus empresas de forma monótona.

Me percaté de donde estaba cuando un coche pasó por un charco y me tiró el agua encima. Miré mi ropa con claro rechazo, había cogido un olor a gasolina mezclada con la lluvia. A veces, pensaba que las personas que conducían se tomaban las carreteras como si fuera una carrera; no sabía decir quién iba más rápido.

—¿Te has mojado, Lea? —escuché una voz femenina conocida.

Me di la vuelta. Vi que estaba Mikaela con sus chicas. Aparecían en el peor momento, pero había empeorado desde que conocí al ser que apareció en mi habitación cuando tenía 10 años. Parecían tener una intuición para conocer cuando me podrían dejar mal y pasar vergüenza.

El pelo rubio rizado de Mikaela seguía la dirección del aire y de alguna manera, siempre le quedaba bien. El cabello iba en contraste con su piel negra. Tenía una constitución normal, quizás con algunos kilos de más, pero si era así, apenas se le notaba. Vestía ropa estrecha y corta, procuraba llamar la atención de la gente con sus colores llamativos y diseños espectaculares. Sus ojos negros expresaban muy bien sus emociones y todo lo que no le gustaba, se aseguraba de que los demás pensaran lo mismo que ella. Podía sentir su mirada de odio intentado dejarme sin respiración.

Las tres chicas siempre la seguían a todas partes como si fueran sanguijuelas clavadas a su espalda intentando absorber algo de su reputación. Se parecían bastante entre ellas y me costaba saber quién era quien. Tenían la piel blanca, pero cada una era un poco menos blanca que las otras. Los ojos eran marrones con las pestañas pintadas. Su pelo negro y liso le llegaban hasta un cuarto de la espalda. Vestían ropas de colores acompañado de pendientes y la misma pulsera en la muñeca como señal de amistad. Lo único que las diferenciaba era que una llevaba pantalones, otra faldilla larga y la restante corta. Su mirada era fulminante, lo único que pensaba era esperar a no ser el blanco.

—No...—empecé a decir. Mikaela me cortó en seco.

—Oh, pobrecilla—Mikaela fingió empatía—. Ya eres lo que pareces, un trapo sucio —sonrió con malicia y se río. Las tres chicas que iban con ella la imitaron.

Miré alrededor. Había tanto ruido producido por la multitud de personas que transitaban la calle que nuestra conversación quedaba amortiguada; al menos, las personas no cotilleaban y no éramos el centro de atención por una vez. Suspiré en mi interior. Si Mikaela notaba mi alivio, haría lo que fuera necesario para que me sintiera incómoda.

Los ojos de Lea #PGP2023✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora