16. Desorientado

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Año 2008. Antes.

Ángel.

—¡Ah! —grité corriendo hacia el agujero.

Era largo y estrecho. Tenía que ir andando arrinconado en las paredes vacías para evitar caerme. Siempre me había imaginado que los agujeros serían amplios y que se cerrarían los puntos de entrada y salida; pero este lo hacía en el pasillo. No quedaba mucho para que me quedara atrapado.

Hacía tiempo que sospechaba que La Gente de la Sombra estaría tramando alguna cosa. Sin noticias nuevas de mi amiga acerca de ellos, el silencio de la organización me hacía sentir incómodo; no debía mostrarlo para preocupar más a Lea. No me esperaba que hubieran averiguado la casa donde vivía. Lo único que se me ocurría es que debieron ver que hablaba con fantasmas o algo y la siguieron. No recordaba ningún encuentro con ellos, aunque conocíamos muy poco de lo que podían llegar a hacer.

Tenía que reconocer que los había subestimado. Por mi error se la habían llevado y no pude protegerla como se supone que debía haber hecho. Había fallado como su guardián espiritual. Lo único que pude hacer es ver como se alejaba de mí y una punzada de dolor me atravesaba el corazón.

—Perdóname, Lea —susurré cerrando un momento los ojos.

Otros pedazos del suelo cayeron. Ya no podía agarrarme a las paredes. Mi corazón se aceleró ante la idea de hacer un paso en falso y perderme en la oscuridad. Entrecerré los ojos para poder visualizar las baldosas que seguían en su sitio, y, con la ayuda de mi aura, poder saltar en ellas. Al final, me pareció distinguir algunas partes del agujero negro, me estaba acercando y este se hacía cada vez más pequeño. Debía darme prisa.

Lamentarme no serviría de nada y eso lo había aprendido meses después de muerto; poco antes de conocerla. Esa niña asustada, curiosa y sonriente me había salvado más veces de las que pudiera imaginarse. Al principio, estaba asustado por cómo podría reaccionar ella y su personalidad, poco a poco fue ganándose mi corazón.

Me cuestionaba si habría tardado más tiempo en aceptar que podía ver fantasmas de estar en su lugar, o quizás, en el fondo, Lea continuaba deseando ser una chica normal y hacía ver que era parte de ella. Al fin y al cabo, eso era lo que la hacía diferente de los demás.

—Tengo que llegar —me animé entre esfuerzos.

Nadie me podía oír aquí, así que hablar en voz alta me ayudaba a desahogar parte de la sensación que tenía oprimida en el pecho. La soledad ahora mismo era mi único consuelo.

El pasillo seguía estrechándose más, al punto en que casi las dos paredes se juntaban. Empezaba a notar la falta de oxígeno. Si quería salir de aquí, debía aguantar la respiración, meter el estómago para tener más espacio y saltar rápido hacia el agujero negro; ya era pequeño. No era así cómo quería morir de nuevo.

—Ya voy, Lea —caminé unos pasos más allá hasta que podía visualizar el agujero.

Escuché como otras baldosas caían al vacío.

—Allá voy —respiré hondo.

Doblé las rodillas todo lo que el espacio me permitía, y tras un suspiro, salté. Llegué de puntillas, tuve que mover los brazos lo que pude para estabilizarme. Oí como algunos trozos de pared me cayeron encima de la cabeza.

—¡Ah! —tanteé con las manos para quitarme los pequeños trozos que se habían desprendido.

Noté que me escocía la frente y un dolor me pasaba de una sien a la otra. Escuché un ruido que lo relacioné con el agujero, o eso quise pensar; lo crucé con mucho esfuerzo y mi cuerpo cayó en algo frío.

Lo primero que hice no fue saber dónde me encontraba, sino tocarme la frente para ver si estaba herido. Una tinta carmesí manchaba mi mano. La oscuridad del pasillo me había impedido saber lo gruesos que eran los pedazos de la pared, pero recibí un buen golpe.

—Ángel —un susurro cruzó mis oídos.

Miré alrededor. No conseguía averiguar si de verdad oí una voz o solo era parte de mi imaginación. El dolor de la herida, tal vez, me provocaba alucinaciones.

Debía encontrar pronto a Lea, a saber, qué le estarían haciendo. Me asustaba no conocer los suficientes datos cómo para tener una idea de cómo deberíamos enfrentarnos a ellos. Agradecía que mi carácter me hiciera parecer tranquilo.

Como pasara mucho tiempo, su madre se empacaría a preocupar, y entonces tendríamos un problema. Por no decir de lo que repercutiría en lo que es, aunque los demás no lo supieran. Nos estábamos jugando mucho.

Vi como una sombra se deslizaba por el rabillo del ojo.

—Ja, Ja, Ja —oí las risas de un chico.

Entonces, me di cuenta del lugar en el que había acabado. Era de noche. Las estrellas formaban constelaciones y la luna llena brillaba con intensidad. Los árboles quedaban desnudos por la falta de hojas. De algunas nubes, se veían como caían los copos de nieve que dejaban el suelo pintado de un color blanco. Un viento gélido me despeinaba el cabello y me acariciaba la herida.

—Look nuevo por lo que veo —la voz se escuchó más cerca.

Entre los árboles del que se levantaba una niebla extraña, salió un chico de ropa oscura y que tenía los ojos vacíos. Tenía el aura negro claro, por lo que mi corazón volvió a latir con normalidad. Al menos, no se trataba de La Gente de la Sombra y podría contar con el factor sorpresa.

—¿Quién eres? —contemplé al chico que había salido de la nada.

Una brisa fría recorrió el lugar haciendo que mis pelos se descolocaran aún más. Él pareció no afectarle.

—Soy un amigo de Lea —sonrió—. Le comenté hace un tiempo que podía ayudar y que estaba a su servicio —hizo una reverencia.

—Entiendo —contesté poco a poco mientras me tocaba la frente—. ¿Cómo sabes mi nombre? —levanté una ceja.

—Escuché tu nombre cuando Lea hablaba contigo —confesó. Parecía decir la verdad—. No me mires así, me entraba curiosidad descubrir que una persona viva me podía ver —se rascó el cuello.

La fuerza del viento me hizo acercarme un par de pasos al chico.

—No me crees —desapareció y volvió a aparecer enfrente de mí. Retrocedí unos pasos.

—Sé que no eres uno de ellos por el color. Tengo dudas de que pueda confiar en ti.

La tormenta de nieve aumentó. Algunos copos se metieron entre los cabellos de mi pelo y mi ropa. Me gustaba ese olor y sentía pena por no poder disfrutar de eso como cuando estaba vivo.

—Puedo ayudar, de verdad —juntó las manos—. He visto a una mujer pelirroja y un hombre de fuertes brazos llevarse a Lea por ahí —indicó algún punto de la parte del bosque denso—. Vi luces en una fábrica abandonada. Yo me voy —empezó a caminar sin esperarme.

Era mucha casualidad que, después de que esos dos miembros de la organización se la llevaran y del tiempo que tardé en pasar por el agujero, el chico de ojos que no expresaban ninguna emoción continuara rondando por ahí. Solo tenía su pista, si la perdía, no la encontraría.

—¡Espera! —suspiré hondo—. No sé por dónde buscar. Creeré en ti, si tienes razón que está ahí. Pero quiero que sepas que no me inspiras confianza —retuve al chico de ojos vacíos del hombro.

—Me parece bien. Pensaría lo mismo en tu lugar —sonrió—. ¿Trato hecho? —sacó su mano.

—Trato hecho —estrechamos la mano—. ¿Dónde había que ir?

—Por ahí —señaló el bosque denso.

Los ojos de Lea #PGP2023✅Where stories live. Discover now