30. Medias verdades

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Año 2012. Antes.

—¡Ah! —grité al caer al suelo del agujero.

—¿Estás bien? —Ángel me ayudó a levantarme.

—Si —me quité toda la mugre que pude de mis pantalones.

La luna llena brillaba con intensidad y marcaba el camino al mar de estrellas que iluminaban el cielo nocturno. Las hojas de los árboles se movían al ritmo del viento. Agradecía llevar ropa de invierno, aún quedaba para que llegara, pero por el frío, dentro de poco entraríamos en la estación del otoño.

Un gran parque se encontraba en el lado opuesto. Se escuchaba el sonido del agua caer sobre una fuente. Los patos graznaban con voces agudas moviendo sus alas y se escuchaba la melodía de los grillos, escondidos entre la vegetación del parque. Solitarios y parejas paseaban tranquilos de tener momentos en soledad. El mismo sitio donde me encontré por primera vez a la jefa de la organización de La Gente de la Sombra sin saberlo. Fantasmas de diferentes auras observaban con interés a los vivos, sobre todo los grises y negros.

—No puedo creer que estemos cerca de casa —mis ojos se humedecieron—. Me cuesta aceptarlo.

—Ahora podremos descansar un poco de ellos. Espero que Christopher esté bien —Ángel suspiró.

—Yo también

Anduvimos por la larga calle que nos separaba de mi casa; todas eran iguales por fuera, de ladrillos rojizos, puerta marrón y chimenea medio oculta. Me reconfortaba regresar y que Ángel me acompañara. Podríamos desconectar de ellos, o, al menos durante un tiempo.

Al principio, Christopher me provocaba mala sensación y mi intuición me pedía que me alejara de él, con esos ojos vacíos que no expresaban ninguna emoción, me hacía sospechar. Pero con el paso de los años, me había demostrado que se podía confiar en él y que solo quería ayudar. La última vez que lo vi fue cuando La Gente de la Sombra nos acorraló con Nana y Akil al frente y se quedó atrás con tal de cubrirnos enfrentándose a ellos, y así, Ángel y yo pudiéramos regresar a casa. Deseaba que hubiera venido con nosotros. Le debíamos una.

—Lea —señaló Ángel más allá.

Me llamó la atención las sirenas de un par de coches de policía. Mi casa estaba acordonada por una valla que impedía el paso a los pocos curiosos que aún se resistían a irse. Se escuchaba movimiento dentro.

—¡Mamá!

Y si le había pasado algo malo y no podía haber hecho nada para impedirlo. Los terrores nocturnos que había vivido bajo los efectos del líquido que me inyectó Nana me habían mostrado mis mayores miedos; no quería que se hicieran realidad.

El viento se levantaba con más violencia. Algunas hojas descoloridas de los árboles caían al suelo, formando pequeños caminos hacia mi casa por las esquinas. Las nubes taparon la luna llena que sonreía orgullosa.

—¡Espera! —Ángel intentó agarrarme sin éxito.

Sin hacer caso a las súplicas de Ángel para que pensara un momento antes de tomar la decisión, con los ojos escociéndome y notando como el agua salada se deslizaba por mi rostro, corrí con todas mis fuerzas sintiendo que los latidos de mi corazón iban a salir del pecho ante la preocupación de lo que le podría haber pasado a mi madre. Escuchaba unos pasos detrás de mí, sabía que Ángel estaba intentando seguirme el ritmo.

Las curiosas miradas de los vecinos alrededor de la valla me observaron mientras agachaba la cabeza para cruzar la línea que me separaba de la casa y de mi madre. Pese a que el color de las sirenas de los dos coches de policía no paraba de girar, no había ningún agente dentro.

Los ojos de Lea #PGP2023✅Where stories live. Discover now