35. Amistad en la adversidad

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Año 2015. Antes.

Lea

Me preguntaba si el padre de Brian estaría a salvo. Lo único que sabía es que su bar estaba en llamas; tenía pinta de ser grave. Lo mejor que podía hacer era darle espacio, aunque deseara hablar con él para ayudarle en lo que pudiera. Sobre todo, si era solitario. Estas cosas le afectaban más de lo que mostraba.

Después de lo sucedido con Brian, fui a casa cumpliendo con lo que me había dicho que hiciera, no podía dejar de pensar en qué sería de él y cómo acabaría todo. Mi cuerpo estaba en casa y mi alma se teletransportaba al lado de Brian, en el bar de su padre.

Mi madre se había quedado dormida en el sillón que se encontraba al lado del sofá. El álbum de fotos reposaba sobre su regazo. Le encantaba ojearlas; echaba de menos los tiempos en los que era pequeña.

Me senté en el sofá del comedor. Era de un color crema y su tacto me ayudaba a descansar. No lo hacía cuando tenía muchas cosas por hacer porque daba una energía que te absorbía con su comodidad que no me podía escapar.

Encendí la televisión.

Al hacerlo, mi madre pareció escucharlo y se movió al otro lado; la pose en la que estaba era tan rara que tuve que aguantarme la risa. Me gustaba verla dormir, parecía casi un ángel. Justo cuando me absorbió el sofá, sonó el teléfono.

Me levanté y fui a buscarlo. Sonaba cerca, pero no recordaba donde lo habría dejado. Busqué en mi bolso y después en una chaqueta de cuero. sentí un zumbido; el teléfono estaba dentro del bolsillo derecho.

—¿Diga? —pregunté queriendo averiguar quién era.

—Lea...oí que decía entre sollozos Brian.

—¿Qué ha pasado? —la preocupación se me notaba en la voz.

—¿Te acuerdas que el bar estaba en llamas? —Me quedé en silencio—. Pues, mi padre estaba dentro y no sobrevivió pude oír como lloraba, pero intentaba que no lo pareciera.

—Quieres tener espacio...—me cortó a la mitad de la frase entre sollozos.

—Necesito que vengas, Lea...—murmulló en voz baja.

—No te preocupes. Estoy de camino...—me puse la chaqueta al vuelo.

Colgué y guardé el móvil en el bolsillo.

Salí corriendo de casa con cuidado de no despertar a mi madre. Cerré la puerta con delicadeza. Fui lo más rápido a casa de Brian. Tuve que apartarme como pude de la gente con la que me cruzaba por las calles; empujé sin querer a una persona. Ahora mismo, no podía pensar en otra que en la voz rota de Brian y el dolor que le estaría desgarrando por dentro.

Busqué la puerta 345. Por suerte, estaban a tres calles de donde vivía. Todas las casas de esa calle tenían el mismo aspecto por fuera: Ladrillos rojizos con una chimenea medio oculta. Algunas luces de casas cercanas a la de Brian estaban encendidas, pero no se veía a nadie.

Era de noche. Los grillos cantaban alegres ajenos al sufrimiento que se notaba en el ambiente. La luna brillaba con intensidad sonriente compartiendo el cielo nocturno con el mar de estrellas. Todo lo contrario, a cómo nos encontrábamos Brian y yo.

Llamé a la puerta y me abrió a la segunda.

Me invitó a entrar. Brian tenía los ojos rojos como el fuego y apagados. Le habían aparecido más ojeras, al punto de oscurecer sus ojos. Las mejillas adquirieron un tono violeta. El cabello castaño estaba desarreglado. Su cara y ropa tenían restos del humo del incendio que había habido en el bar. No se atrevió a mirarme.

—Te daré el tiempo que necesites. Sabes que aquí me tienes y te apoyaré le di un abrazo. Se dejó.

—Gracias —su voz se quebró un poco.

El ruido de las televisiones encendidas de algunos vecinos rompía el silencio que había entre los dos.

—Mi madre —sus ojos se cristalizaron—. Busqué a mi madre después de ver a mi padre muerto en la ambulancia y no la encontré. Ha desaparecido —sumergió la cabeza entre sus brazos y oí unos sollozos—. ¿Qué hago, Lea? No tengo a nadie —en el suelo se vieron caer algunas lágrimas.

Le coloqué una mano sobre la espalda y lo acaricié. Nunca había estado en una situación como la suya, pero sabía lo que era estar sola en un mundo desconocido y nuevo. Todo lo vívido con La Gente de la Sombra, me había hecho más humana con el tiempo; me abrió los ojos a ver desde otra perspectiva el tema de la muerte. Cuando creía que estaba sola, Ángel y Christopher fueron los pilares que me ayudaron a levantarme cada mañana hasta recuperar mi sonrisa y alejar los demonios que habitaron en mí tantos años. Sabía que tenía que hacer con Brian.

—No estás solo. Me tienes a mí —puse mis manos sobre las suyas. Hizo un intento de sonrisa—. Encontraremos a tu madre. No se puede haber ido, así como así. Tiene que haber alguna cosa —le levanté la barbilla para que me mirara.

—Si. Debe haberme dejado una nota o algo —medio sonrió. Sus ojos se volvieron apagados de nuevo.

Le envolví con un brazo por la espalda.

—Y ahora, ¿Me contarás que es lo que ha pasado?

—Cuando salí del cine...—empezó.

Los ojos de Lea #PGP2023✅जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें