25. Pequeños terrores

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Año 2008. Antes.

Lea.

Mi alma se alejó de todos los males del mundo que aguardaban en la habitación en la que permanecía atada a una silla. Podría viajar con total libertad y vivir todos aquellos sueños que quería alcanzar. Necesitaba poner un poco de calma en mi mente y paz en mi ser.

Un largo túnel oscuro me envolvía. No podía dar marcha atrás para ver por dónde había entrado, aún se encontraban varios miembros de La Gente de la Sombra haciendo experimentos o algo conmigo; en la lejanía, como si viniera de otro mundo, escuchaba sus voces sin distinguir de que hablaban.

Quería regresar; impedir fuera lo que fuera que estuvieran haciéndome. Nana me había inyectado algo en el brazo que me conduciría a vivir mis mayores pesadillas mientras buscaban algo aprovechando que estaba inconsciente. Quien iba a decir que serían tan organizados e inteligentes. Ni Ángel ni yo habíamos previsto nada de esto.

—¡No! —grité intentado que mi cuerpo obedeciera.

Como si mi alma supiera adonde debía ir, aceleró su descenso hacia las profundidades del mundo de los horrores. Aquí, dictaba mis pasos y no tenía control sobre mí misma.

Me paré delante de una gran puerta de madera y en la que se filtraba una luz roja que salía en forma de llamas. Las veces que había soñado no recordaba haber visto algo así, pero quizás no le había puesto la suficiente atención.

Debajo de mis pies, residía una especie de plataforma sobresaliente azul oscuro. La oscuridad se encontraba por todas partes, las sombras y unos cuántos pares de ojos me achechaban desde los rincones ocultos que mi vista no alcanzaba a ver.

Abrí la puerta. Unos gritos guturales y aterradores provenían del otro lado. Mi mente me decía que debía huir de allí, no tenía ningún lugar en el que aguardarme de la maldad de un mundo que me esperaba con impaciencia y los brazos abiertos.

Esperaba que Ángel hubiera podido entrar en el agujero negro y encontrara la forma de seguir la pista de La Gente de la Sombra para dar con el lugar en el que estaba retenida contra mi voluntad. Sabía que podría con ello, tampoco le sería de mucha ayuda si aún no controlaba mis poderes. Lo único que estaba en mi mano era intentar darle el tiempo que mi alma no quería dejar.

Al otro lado de la puerta, los gritos de súplicas y de terror mezclado con el mismo color de sangre se esparcían por las paredes paralizando mi cuerpo. Mis pies se movieron por sí solos, como si tuvieran vida propia. Los latidos de mi corazón se aceleraron de forma alarmante.

Aquellos sonidos guturales se escuchaban en la lejanía. No había nadie alrededor, me encontraba en un sitio a solas. El frío venía de algún sitio y me abrazaba para dar su calidez gélida y consolarme. Los ojos se me humedecieron.

—Te has quedado sola —oí que decía una voz.

—No es verdad. Tengo a Ángel, a mi madre y me tengo a mí —le debatí intentando luchar con las lágrimas que se esforzaban por salir.

—Por tu condición de Psires, pusiste a todos en peligro y les hiciste daño —me rebatió aquella voz.

No veía ninguna silueta cerca de mí. Todo estaba oscuro. Los gritos que escuchaba se enfrentaban a sus propios demonios. Entonces, ¿De dónde provenía esa voz? ¿De La Gente de la Sombra o era mi propia mente traicionándome?

—Ayudé a los demás. Estuve ahí para ellos —le expliqué gritando y señalando de donde creía que provenía.

La voz se calló.

Mis pies volvieron a ponerse en marcha. Con la incertidumbre y mi cabeza llena de dudas, seguí un camino marcado por el destino de los miedos que surgieron de mi inseguridad, mis experiencias y mis decisiones de una adolescente de doce años. Unas manos salieron e intentaron agarrarme de los tobillos mientras llegaba al siguiente lugar en que mi alma me quería mostrar algo.

Me encontraba en medio de una calle del pueblo donde vivía. Más en concreto, era la de mi casa. Mucha gente con las auras de diferentes colores que me recordaban a los que tenían los fantasmas caminaban hacia algún destino. Vi a mi madre tendida en el suelo y me acerqué a ella.

—¿Mamá? —pregunté tocándole el corazón. No respondió.

Los fantasmas continuaron su camino sin inmutarse o ignorando mis gritos de auxilio. Estaría inconsciente, eso debía ser. Puse mi oído en su nariz y fijé la vista a su pecho, este no se levantaba.

—Lea —una mano se colocó en uno de mis hombros.

Era la primera vez que veía una expresión de tristeza en los ojos de Ángel. Llevaba la misma camisa de manga corta azul oscuro y camisa de manga larga gris, con sus pantalones azul tejano y bambas negras. El brillo de sus ojos se apagó.

—No... —me negó con la cabeza.

—¡Esta viva! —grité. Unas lágrimas cayeron por mi rostro.

—Lea. Mira allí... —me indicó con el índice un lugar entre los fantasmas.

Mi madre que siempre destacaba por su pelo canoso y sus ojos grises, observaba a su alrededor con confusión. Preguntaba a la gente si había visto una niña con mi descripción. Un par de fantasmas negro claro le explicaron que estaba muerta y tenía que ir con los demás. Entonces, me fijé en que mi madre tenía el aura gris.

Algo dentro de mí se rompió. Me tiré al suelo sin dejar de ver como mi madre se alejaba de mí. Una lágrima detrás de otra resbaló por mis mejillas. Mis sollozos salieron por la boca y un extraño sabor en la saliva apareció.

—¡No! —grité con todas mis fuerzas.

—Lo siento, Lea —Ángel me abrazó.

Ángel no podía llegar adonde me encontraba. Sabía que en verdad no era él, si no una especie de figura de mis recuerdos a cómo me lo imaginaba. En el fondo, deseaba que estuviera a mi lado y me sirviera de consuelo, de alguna manera, al menos, esta versión de Ángel me ayudaba un poco con ello.

—No estuviste ahí para ella, ¿ves? —pronunció poco a poco aquella voz.

Ángel continuaba abrazándome. Me quedé aún más confusa.

—¿Quién eres? —le pregunté entre sollozos. Me sequé los restos de lágrimas con el brazo.

—Creo que lo sabes —afirmó con voz algo divertida.

—No lo sé —entrecerré los ojos.

—No soy Nana, si lo crees. Ella solo te inyectó ese líquido para que durmieras.

Nadie se podía filtrar en mis pesadillas, a no ser que se tratara de alguien de la organización. Eran los únicos que me tenían a su alcance.

—Entonces, ¿quién?

—Soy una parte de tu mente, la inconsciente. Soy los miedos creados de tu ser —me susurró al oído.

Me encontré, de repente, en medio de un gran campo lleno de vegetación. No conseguí distinguir las voces que sonaban lejanas.

Ángel estaba delante de mí sonriendo e informándome de la situación. Se le veía contento, habíamos logrado algo con mucho esfuerzo. La niebla nos envolvía a los dos y las estrellas junto con la luna llena brillaban con luz propia en el cielo nocturno.

Oí un ruido. Ángel abrió los ojos y su mirada se dirigió a su pecho. Salía una especie de vapor con chispas azules, como su aura.

—¡Ángel! ¡No! —mis lágrimas salieron sin cesar.

Intenté detener la hemorragia que salía muy deprisa de su pecho. Quiso decir unas palabras, tan solo se escuchaban jadeos. Ángel me tocó el rostro antes de cerrar los ojos.

—¡No! —hundí mi rostro con el suyo.

El viento me envolvió en un cálido abrazo intentando consolarme; el frío y el vacío fueron los que se hicieron hueco en mi interior.

—¿Ves? Te has quedado sola —me volvió a susurrar en el oído.

Esperaba que el verdadero Ángel se diera prisa y me ayudara a salir de esta pesadilla. Apenas me quedaban fuerzas para aguantar con lo que estaba por venir, y eso, que acaba de comenzar.

Los ojos de Lea #PGP2023✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora