23. Sensaciones extrañas

233 33 10
                                    

Año 2018. Ahora.

Brian.

Abrí la puerta que quedaba a la derecha donde hasta hacía un momento estábamos los tres juntos. Me consideraba un solitario, pero nunca me había gustado la soledad. Siempre pensaba que, aunque había personas que podían o preferirían estar solas, nadie lo soportaba en realidad; todos necesitamos la compañía de alguien.

Esperaba que mi mejor amiga estuviera bien y deseaba encontrarme con ella lo antes posible. No conocía a Ángel, sin embargo, por lo que había observado desde que lo podía ver, era una buena persona y solo quería que Lea estuviera bien. Tenía curiosidad por saber más cosas de él.

Cuando encontré la nota que podía conducirme al paradero de mi madre y estaba escondida en la parte de atrás de una foto de la graduación de mis padres, no podía creérmelo. Mi madre desapareció sin más, después de que mi padre muriera. Durante años, Lea y yo estuvimos buscando por toda la casa algún indicio que pudiera indicar donde había ido mi madre, y, con el tiempo, no dimos por vencido. ¿Por qué se iría si lo más importante era estar juntos para superar la muerte de mi padre? Ahora tenía la esperanza de que pudiera decírmelo en persona, solo quería que volviera a estar conmigo.

—¿Por qué te fuiste? —pregunté en voz alta. Sentí una punzada de dolor en el pecho.

La vela que sostenía en la mano era la que me ayudaba a combatir la oscuridad y las sombras no se me echaran encima. El negro y estrecho pasillo me amenazaba con llevarme al infierno si me atrevía a avanzar unos pasos más. Apenas se podían apreciar a los lados algunos retratos que hacían que las pulsaciones de mi corazón se acelerasen. En la pared, entre los cuadros, había unas máscaras con rostros escalofriantes; serían imaginaciones mías creados por mis terrores, juraría que seguían todos mis movimientos con la mirada.

—¿Hola? —la vela vaciló.

Me encantaba todo lo relacionado con lo paranormal y gracias a Ángel, ahora podía hacerme una idea de cómo eran los fantasmas y saber que existían de verdad. Al parecer, Lea me había contado que era capaz de ver a los fantasmas y que pertenecía a un pequeño grupo llamado Psires, en que tenían poderes psíquicos; entendía porque no había compartido ese secreto conmigo, eso no hacía que doliera menos. Ángel me había explicado que era un Nuvima, que se trataba de las personas que no tenían la capacidad de ver a los fantasmas.

Desconocía el tiempo que haría afuera; la falta de ventanas hacía que tuviera esa incertidumbre. Si La Gente de la Sombra, como lo habían llamado Ángel y Lea, aparecían por aquí, no podría defenderme y tendría un problema. Esperaba que, al ser una amenaza menor, de ser así, ignoraran mi presencia.

Un soplo fresco acarició la piel de mi nuca. No había ninguna ventana cerca como para que pudiera pensar que había alguna abierta que dejaba entrar el frío en el interior de la casa.

Empecé a caminar por el pasillo con paso medio decidido para intentar no mostrar temor y que no se notara como una de las emociones más primitivas intentaba salir por mis ojos. La madera del suelo crujía cada vez que ponía un pie y emitía un curioso quejido que me daban escalofríos.

Antes de entrar en la casa, Ángel nos confesó que aquí era donde había vivido antes de morir. Por lo poco que había visto, hacía tiempo que no vivía nadie aquí. Algunas telarañas se extendían por las paredes y las lámparas ambiguas y los rincones del suelo estaban llenos de polvo.

—¿Por qué hace frío? —hablé para mí mismo abrazándome para alejarlo de mí.

Algo rozó mi espalda en mitad del pasillo, y un aliento cerca de mí, hizo que se me pusiera la piel de gallina. No sabía si había sido un fantasma o un producto del miedo que me transmitía aquella casa. Los retratos me seguían con la mirada, no podía mantener la atención allí mucho tiempo o me volvería paranoico. Todo era espeluznante.

Seguí andando por el pasillo algo encogido esperando con ansías llegar al final y olvidar de cómo me había hecho sentir. Siempre me habían gustado estas cosas y había soñado con vivir una aventura como esta, ahora que se había hecho realidad, empezaba a pensar que era mejor despertarme de esta pesadilla cuánto antes; les tenía respeto a los muertos. Conociendo a Lea, daría por sentado que me encantaba, pero no podría ser lo fuerte que era ella habiendo vivido con ello tantos años. No podría vivir las 24 h del día con los ojos abiertos por si La Gente de la Sombra volvía a aparecer.

—Al fin... —suspiré aliviado.

Tras la impresión de que me había quedado atrapado por toda la eternidad, pude escaparme y dejar atrás aquel pasillo terrorífico. Me giré para observarlo. Los ojos de los retratos miraban justo en la dirección donde me encontraba, y, para mi sorpresa, cuando me fijé mejor, me di cuenta que todos ellos tenían la sonrisa del diablo en sus rostros. No recordaba haberlos visto así antes. ¿Tenían vida? Decidí que era mejor no hacer caso porque me haría estar peor.

Más allá de aquel extraño pasillo me esperaba una diminuta estancia. En el fondo, había un par de sillones rubís al parecer destrozados y delante dos ventanas cerradas. Por las hojas de los árboles moviéndose junto con el sonido del viento amenazador, podía intuir que se acercaba una tempestad.

Volví a notar que alguien o algo me tocaba, esta vez en el brazo. No podía saber quién era. Con ello, hubo un pequeño soplo que hizo temblar a la vela y a mí. Por suerte, se recompuso enseguida.

Suspiré de alivio.

Había tenido miedo por un momento de que se apagara. Entonces, sí que tendría temor. Me acordaba que, de pequeño, siempre que se acercaba una tormenta o se iba la luz, allá estaba mi madre consolándome; me ayudaba a tranquilizarme contando los segundos entre relámpago y relámpago, para saber qué tan lejos estaba. Esos recuerdos de mi madre eran todo lo que me quedaba de ella, mientras la recordase, no se iría; tenía un sentimiento agridulce. La echaba de menos desde que desapareció, sin más, tras la muerte de mi padre.

Volví a centrarme donde estaba.

Escuché un ruido extraño cada vez más fuerte, hasta que, de pronto, las ventanas se abrieron de golpe dejando entrar con violencia el viento que estaba encerrado en el exterior.

Me asusté.

Subí las escaleras. La madera estaba tan vieja como el suelo del pasillo que crujía con cada paso que daba, que, si hacía un paso en falso, se podría romper y caerme.

Noté que alguien me tocaba el pelo en una caricia, pero sabía que no había nadie. Mi cuerpo se tensó ante aquel contacto.

En el momento que acabé de subir las escaleras, un soplo del viento impulsivo, hizo que, sin más, la llama de la vela se apagara dejándome en la oscuridad. No vi venir que alguien se había echado encima de mí; Era bastante pesado, pero no podía ver qué era. Eso me recordó cuando Lea y yo nos caímos al suelo y no nos podíamos mover. Una vez en el bosque, me dijeron que había sido La Gente de la Sombra, así que supuse que tenían que ser ellos.

—¡Ah! —grité con la esperanza de que Lea y Ángel me escucharan desde donde fuera que estuvieran.

Todo se volvió blanco.

Los ojos de Lea #PGP2023✅Where stories live. Discover now