22. Cambio de vida

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Año 2005. Antes.

Ángel.

—¡Ah! —suspiré estirando los brazos.

Me desperté como cualquier otro día. Por alguna extraña razón, noté que algo había cambiado. Mis padres se iban por la mañana a trabajar y no volvían hasta la tarde, así que tenía todo el día para estar solo. Me podía cuidar por mí mismo; me consideraba independiente. Era hijo único, aunque siempre me había gustado la idea de tener un hermano. Hacía un par de meses que el nivel económico de mis padres había empeorado; pude ver la preocupación en sus ojos cuando alguna vez hablaban del tema. Sabía que mis padres me querían porque me lo demostraban; el trabajo les dejaba poco tiempo libre para estar conmigo.

Desde el momento en que nací, tuve una vida dura que había hecho que tuviera que aprender a valerme de mí mismo. De alguna manera, encontré un consuelo con el tabaco y el café; empecé temprano, era una manera de quitarme el estrés y la tristeza. También, me ayudaba el poder hablar con la chica que vivía en la cabaña y se encontraba cerca de aquí. Su padre era cazador y pescador, llegaba tarde a casa, pero siempre se esforzaba por pasar tiempo con ella.

Mi habitación estaba en las mejores condiciones posibles que podía estar con nuestro estado social. Habían hecho lo mejor que pudieron para sentirme bien y seguro en casa. Tenía lo justo para eso: Un armario de oscura madera, una cama y un espejo algo antiguo.

Me dirigí al armario y me puse la única ropa que tenía: Una camisa interior azul oscuro, una camisa de manga larga gris y unos pantalones tejano del mismo color que la de interior con unas bambas negras.

Por primera vez en mi vida, la casa emanaba una especie de aire frío que me hacía sentir escalofríos, como si la maldad pudiera llamar a mi puerta en cualquier momento. Los cuadros observaban todos mis movimientos. ¿Sería mi miedo a la soledad? Tal vez era eso. Curioso que hacía tiempo que pasaba los días solo y ahora fuera la primera vez que no deseara estarlo.

Bajé las escaleras tétricas que hacían el ruido que me ponía nervioso. Mis padres estaban ahorrando para poder cambiar el suelo; se iba cayendo a pedazos y si no se hacía algo pronto, podría haber una tragedia.

Alguna vez, me contaron que quien vivía antes en esta casa, quería irse de allí lo más pronto posible y dejaron el precio de la casa tan asequible que, con el dinero que tenían mis padres, no podían rechazar.

El sol iluminaba la estancia de la vieja casa, lo que me daba cierta alegría y mi mente se alejaba de los ojos invisibles que me rodeaban. Había variedad de pájaros cantando en los árboles, cada uno de ellos se escuchaba más fuerte que el anterior. La montaña en la que se encontraba mi casa, dejaba ver un gran paisaje de el Bosque Frondoso; lo había llamado así porque siempre había niebla en los espacios de los árboles.

—Las once de la mañana —comenté observando el reloj antiguo que marcaba la hora con su tic tac—. Hora de desayunar —me dirigí hacia la cocina. Se entraba por un arco.

La cocina era pequeña, pero tenía todo lo que se necesitaba para cocinar. Busqué los cereales en las estanterías superiores, y, en la estantería de al lado, cogí un cuenco.

El comedor lleno de lámparas con forma de telarañas y estatuas mal formantes que me miraban desde la oscuridad, hacía que, por un día, me costara centrarme en los cereales. Las cortinas de las ventanas que daban al exterior, se movían. Se escuchó el crujido del suelo, pero en casa solo estaba yo. Las escaleras que quedaban al final, prometían protegerme de cualquier mal que me estuviera acechando.

—¿Qué demonios? ¿Ha entrado alguien en casa? —me dije a mí mismo mientras buscaba al culpable.

Mis padres no volvían hasta las tres de la tarde o algo así. Aún quedaban muchas horas como para que fueran ellos. La casa estaba alejada de la sociedad y no podrían encontrarla. ¿Quién podía ser?

El ruido se calmó. Me concentré en mis cereales; debía acabar pronto para alejarme de allí e irme a tomar el aire fresco un rato con la chica. Necesitaba desconectar de lo que estaba pasando.

Noté que una mano me tocaba el hombro derecho mientras estaba comiendo mis cereales de chocolate en la mesa alargada del comedor. Un escalofrío se me subió de los pies a la cabeza.

Me giré asustado.

—¿Hola? —pregunté mirando alrededor.

La respuesta que recibí fue la de oír una respiración en mi oído, seguido de una risa macabra. No sabía si provenía de un hombre o una mujer, pero no sonaba amistosa.

—Ángel... —un soplo de aire hizo que se me erizara la piel.

—¿Quién eres? —me tembló la voz. Se oyó una risa.

—Niell... —La voz sonó más clara en forma de susurro.

—¿Cómo sabes mi nombre completo? —miré a mis espaldas, pero no encontré a nadie.

De repente, esa sensación desapareció sin más, como si nunca hubiera existido. Volví a prestar atención a mi comida que ya había acabado.

No sabía porque a mis padres les gustaban las estatuas con rostros escalofriantes. Sería de las cosas que nunca tirarían, y eso, que a mí durante mucho tiempo me había provocado pesadillas; parecía que me seguían con la mirada.

Dejé el cuenco de los cereales y la caja en la encimera de la cocina. En ese momento, volví a oír unas risas. Todo se volvió oscuro. Sentía los latidos de mi corazón cada vez más rápido; no podía ver, ni hablar, ni moverme. Una expresión de terror cruzó mi rostro. ¿Qué me estaba pasando?

Después de un rato que me pareció una eternidad, volví a la normalidad, aunque algo no encajaba. No sabía cómo describirlo.

Seguía estando en la cocina cuando escuché un ruido. Las puertas de entrada a la casa se abrieron y aparecieron mis padres. Debí haberme desmayado y pasé muchas horas inconsciente. Me alegraba volverlos a ver.

—¿Ángel? —preguntó mi madre caminado hacia donde me encontraba. Mi padre cerró la puerta.

—¡Mama! ¡Papá! ¡Por fin os veo! —exclamé gritando alegre yendo donde estaban mis padres para abrazarlos.

Pasó algo extraño. En vez de recibir la calidez, en el interior me envolvió el vacío. No me habían abrazado, habían pasado a través de mí. Como si no existiera, no me pudieran ver. Sentí una profunda tristeza y miedo. ¿Por qué no me podían ver? ¿Qué era esta sensación? ¿Qué era lo que me estaba pasando? Decidí ir donde iban ellos corriendo: A la cocina.

Me quedé detrás de ellos.

—¡Ángel! Responde —decía suplicando mi madre derramando lágrimas.

—Mi hijo... —mi padre se unió con mi madre llorando.

—¡No! —grité paralizado. Unas lágrimas cayeron por mis mejillas.

Di unos pasos para atrás negando con la cabeza. Me entró el miedo. No podía ser verdad que había muerto. Esto no me podía estar sucediendo.

—¡No! —volví a repetir. Intenté tocar el hombro de mis padres, pero se sacudieron como si tuvieran frío.

Si todo el rato estaba vivo. No me había pasado nada. Caí en la cuenta que cuando entré en la cocina, me mareé y cuando me desperté, mis padres llegaron y me vieron en el suelo; desconocía que había pasado entre esos momentos, tenía amnesia de esa parte. Debía de ser un error. Me pellizqué la mejilla. Entonces...

—Puedo ayudarte —oí una voz amable detrás de mí.

Los ojos de Lea #PGP2023✅Where stories live. Discover now