8. Desaparecido

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Año 2007. Antes.

Alguien picó a la puerta de mi habitación.

—¿Estás preparada? —preguntó mi madre.

—Casi. ¡Ya voy! —contesté mientras me acababa de poner las botas marrones de estilo vaquero.

Ya había pasado poco más de un año desde que me encontré al chico de ojos vacíos y aura negra del cual aún desconocía el nombre. Más de 365 noches de cuando se me apareció Ángel y supe que podía ver fantasmas. Y, sobre todo, de que La Gente de la Sombra me está buscando por algún motivo.

Eso, teniendo en cuenta que, pese a que no me horrorizaban, lo cierto era que no terminaba de acostumbrarme a ellos. Aunque se parecían mucho a los vivos, las auras y por la forma en que me observaban en silencio y desde las sombras, me inquietaban, como si les sorprendiera que un vivo supiera de su existencia.

Desde esa noche, había veces que tenía que esforzarme en concentrarme en la gente que se encontraba a mi alrededor, pese a que en algunas situaciones se me hacía difícil. Miradas, conversaciones del otro mundo mezclado con el de los vivos... intentaba no prestarles atención a lo que hablaban los muertos, al final, acababa siendo inevitable.

Me acordé de una cuando mi madre y yo fuimos a tomar algo en un bar lleno de gente. A los lados de las mesas donde se sentaban los vivos, los fantasmas hacían corrillos alrededor del bar. Ese día iba vestida con un sencillo vestido de flores y mi madre lucía una sencilla camiseta verde liso, unos pantalones tejanos oscuros y unos tacones altos para mi gusto. Quedábamos cerca de la entrada del bar, de manera que apenas unos pocos metros más allá, había dos fantasmas: Uno de aura gris y la otra de negro. Afiné el oído para poder escucharlos:

—Oye, ¿has oído lo de Anna? —la chica de aura gris que debía tener mediana edad se tapó la boca con la mano, como si temiera que lo oyera a alguien más.

—No. ¿Qué ha pasado? —el hombre de negro se acercó más a la chica.

—Se rumorea que se le ha ido un poco la cabeza. Se le ha visto últimamente con La Gente de la Sombra —explicó la chica tras asegurarse que nadie la escuchaba. Los miré de reojo.

Se quedaron en silencio.

—¿Y eso? Ella siempre le han dado miedo esas cosas —el hombre arqueó las cejas.

—Eso es lo que no entiendo. La última vez que la vi, me comentó que había una chica joven que sabía de nuestra existencia. Después añadió unas palabras sin sentido y se fue —se encogió de hombros.

Centré por un momento mi atención al trina de naranja que quedaba delante de mí y le di un sorbo. Cuando levanté la vista hacia donde se encontraban los fantasmas, me sorprendió que habían desaparecido.

Busqué a mi alrededor sin ningún resultado. Mi madre no paraba de abrir y cerrar la boca y formular palabras, pero no podía oírla. Debía encontrar a los fantasmas, no podían esfumarse así sin más.

—Lea —mi madre me tocó el hombro. Su mirada trasmitía preocupación—. ¿Estás bien?

Tardé un rato en volver en sí.

—Si. No te preocupes. Tenía la mente ocupada —le di otro sorbo al trina.

—Como siempre —sonrió y suspiró.

Entonces, entre la muchedumbre de la gente viva y muerta, di con los dos fantasmas que quedaban a una mesa de distancia detrás de mi madre. Estos me observaban y ni siquiera se fueron cuando nuestras miradas se cruzaron.

De eso, ya había pasado unos meses. Aunque había noches que tenía pesadillas con esos inquietantes encuentros con los fantasmas. Por no hablar de La Gente de la Sombra, conocía de oídas que existían y que su aura era negra como el carbón. Aparte de eso, no sabía nada más acerca de ellos.

Los ojos de Lea #PGP2023✅Where stories live. Discover now