27. As

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Año 2008. Antes.

Ángel

—Lea... —susurré intentando acercarme más a través de la rejilla.

La habitación era bastante grande; la iluminación tenía una mezcla de tonos anaranjados y amarillos que facilitaban poder ver sus dimensiones. Muebles antiguos que formaron algún tiempo parte de la fábrica quedaban ocultos por una gran manta gris llena de polvo. Las ventanas casi tapadas por las rejillas dejaban entrar algo del frío de la noche. Al lado izquierdo, había una gran muralla de celdas; mientras que enfrente que daban a otras partes del lugar, entre ellas, por donde habíamos entrado. En el centro, se encontraba Lea atada en una silla de aspecto robusto y unos metales le sujetaban las muñecas y las rodillas.

Lea tenía la cabeza agachada y los ojos cerrados. Su pecho subía y bajaba poco a poco. El líquido del que tenía conocimiento por parte de dos de los miembros de La Gente de la Sombra la había llevado a una especie de sueño inducido; según ellos, decían que se lo había hecho Nana. ¿Quién era? Por el brillo de su frente y algo que se deslizaba por su rostro hasta caer al suelo, supe que estaba sudando. Sus gritos cada vez sonaban peor, la desesperación y el miedo querían huir del lugar del que se imaginaba que estaba. Mi corazón se oprimía ante su agonía y el agujero del error se hacía mayor.

—Es culpa mía —hablé en voz alta.

—No lo es —Christopher se sirvió de los brazos para llegar a mi lado.

—Debería haber estado más atento ante su silencio —me toqué la cara con las dos manos.

—No podías controlarlo, Ángel —me puso la mano en la espalda—. Hay cosas que siempre escaparán de tu alcance. Tienes que vivir con ello —se limitó a observar la habitación que quedaba por debajo de nuestras cabezas.

—Lo sé. Tienes razón. No puedo evitar sentirme culpable —suspiré.

—Te entiendo. Bueno, cuando la saquemos de aquí, te encontrarás mejor —me sonrió. Un ligero brillo fugaz cruzó en sus ojos.

Me fijé que cerca de Lea, había cuatro miembros. Un hombre de fuertes brazos, polo y tejanos negros tenía una mano en cada una de las esquinas de la silla en la que estaba sentada Lea. Una mujer pelirroja y ojos verdes con traje se encontraba colocada a un lado.

Delante de Lea había dos personas: Un niño de unos ocho años, piel oscura, cabello castaño llevaba una camisa de manga larga de rayas blancas y verdes, pantalones azules cortos y unas sandalias. A su lado, había una anciana de pelo castaño recogido en un moño con 4 agujas de color verde, vestía camiseta violeta metida dentro de la faldilla oscura, la chaqueta marrón de cuadros y los zapatos eran del mismo color. Las gafas trasparentes dejaban entrever los ojos almendrados con un extraño brillo, se las ajustaba de vez en cuando para ver mejor. El sombrero negro que residía en su cabeza le otorgaba un halo de misterio.

—¿Cómo van los avances? —preguntó la anciana a la mujer pelirroja.

—Bien. Están haciendo un análisis a partir de la muestra que hemos conseguido —explicó a los demás miembros.

—Buen trabajo —sonrió la anciana y se recolocó las gafas.

—¿Nana? ¿Puedo jugar con ella? —el niño le estiró la falda.

—Aún no, Akil. La necesitamos —le advirtió—. Cuando acabemos, te dejaré hacerlo —se formó una sonrisa en la comisura de los labios del niño que me dio escalofríos.

—¡Bien! —se puso a corretear por los alrededores.

Los gritos de terror salían de su boca con violencia. Observé que sus manos se agarraron a los bordes de la silla para aguantar lo que fuera que le estuviera pasando a su mente. Debíamos actuar ya y buscar la manera de despertarla.

Los ojos de Lea #PGP2023✅Where stories live. Discover now