33. Una dura despedida

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Año 2015. Antes.

Brian.

—¿Sí? —puse el altavoz.

Tenía dos llamadas perdidas de Lea; con la música encendida no las había escuchado. Adoraba ese pequeño momento cuando estaba en la ducha y desconectaba de la sociedad, cantar y poder sacar mis demonios que dormían en mi interior; me ayudaba a tomar mejores decisiones y a reflexionar sobre mí mismo.

Me alboroté el pelo con una toalla para que fuera más fácil de secar. Antes de coger el secador y dejar que hiciera su trabajo de manera natural, cogí el móvil y vi las llamadas perdidas. Tenía esa manía, siempre que estaba ocupado recibía mensajes.

—Hemos quedado a las siete en la puerta del cine, ¿Recuerdas? —se escuchaba alguna interferencia.

El reloj del baño marcaba las siete menos cuarto; un poco justo para secarme el pelo, arreglarme y llegar al cine a tiempo. Decidí coger un acondicionador y pasármelo con cuidado por mi pelo. Me miré al espejo y sonreí.

El sábado pasado, después de salir de echar una mano en el negocio de mi padre, Lea y yo estuvimos hablando de diferentes temas y de un momento a otro, surgió la idea de ir al cine; los dos teníamos ganas de ver la película de Los juegos del Hambre: Sinsajo. Nos gustaban las películas de aventura y acción. Sabía que era su libro favorito y le haría ilusión.

—Claro, ¿Cómo iba a olvidarlo? —contesté mientras me ponía los vaqueros.

—Solo te lo quería recordar. Te conozco —noté una sonrisa en su voz.

—Bueno, voy a salir ya. Cuelgo que si no me llamarás tardón se río. Me puse la camiseta azul marina a la vez que lo decía.

Crucé el largo y estrecho pasillo que se extendía ante mis ojos para poder llegar al comedor; era una de las salas más amplias de la casa. En las paredes colgaban fotos familiares de toda una vida, desde que se conocieron mis padres hasta algunas que salíamos los tres; me embobaba observando la felicidad que quedaba retratado de los recuerdos. Sillas bien cuidadas y una mesa de cristal alargada ocupaban la mayor parte del espacio que había; en una de las esquinas, mi madre estaba concentrada en un libro.

Mis padres se habían conocido en la universidad y desde entonces, no se habían separado ni un momento. Si alguna vez tenía una relación, me gustaría que fuera como las de mis padres, seguían igual de enamorados que el primer día.

Mi madre se había hecho una cola con algunos mechones de cada lado. La piel era bronceada. Siempre procuraba no olvidarse de su kit completo de maquillaje; decía que, aunque estaba bien al natural, darse un suave toque ayudaba a verse mejor. Una bufanda le rodeaba el cuello. Vestía una camiseta de manga larga verde con finas líneas aún más oscuras, unos pantalones tejanos azul y unas bambas de montaña. Algunas arrugas se le empezaban a formar en la frente y en la comisura de labios; signos de que tenía una vida feliz. Si llegaba a su edad, me gustaría llevar bien los años.

—¿Te vas? —preguntó sin despegar la vista del libro.

—Si. Quedé con Lea la semana pasada —comprobé que llevaba las llaves y el monedero en los bolsillos.

—Con el trabajo se me olvidó. Pásalo bien —sonrió mientras pasaba una página de un libro que leía.

—Gracias mamá —le sonreí de vuelta.

—¿No me vas a dar un beso? —me señaló la mejilla. El libro reposaba en su regazo.

—Claro —sonreí.

Con pasos algo apresurados rodeé la mesa para llegar donde mi madre se encontraba sentada. Tenía un brillo de cansancio en los ojos; había tenido muchos trabajos que corregir y le habían pasado factura.

Los ojos de Lea #PGP2023✅Where stories live. Discover now