26. Sigilo

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Año 2008. Antes.

Ángel.

Las estrellas formaban constelaciones de los diferentes signos del Zodiaco. La luna llena brillaba con resplandor. El cielo nocturno era tan negro que podría absorber cualquier trozo de luz que quedara en el firmamento. La tormenta de nieve aumentaba por momentos, Christopher y yo teníamos copos por todo el pelo y la ropa. Con cada paso, mis pies se sumergían más en la gruesa capa blanca que había en el suelo.

Unos gritos aterradores surgieron de alguna parte de la fábrica. La voz se hizo eco en todo el lugar y traspasaba las paredes. El sonido entró por mis oídos y se instaló en alguna parte de mi interior, rasgó mi corazón y algo dentro de mí se removió, como si supiera de quien provenía.

—¿Lo has sentido? —pregunté susurrando a Christopher para que nadie de La Gente de la Sombra nos descubriera.

—Si —respondió echándome un breve vistazo.

—Debemos darnos prisa —comenté mirando a los lados para asegurarme que no había ningún miembro cerca.

Antes de ir a una parte que quedaba casi oculta del edificio, nos dimos cuenta que diferentes integrantes de la organización vigilaban las afueras del edificio. Durante un instante, pensé que nos habían pillado por el mínimo ruido que habíamos hecho. Si ya estaban atentos a cualquier cosa que saliera de la normalidad, ¿Cómo estarían dentro?

Mi intuición me decía que Lea era la voz a la cuál pertenecían aquellos gritos terribles, como si lo que estuviera viviendo le pudiera dejar una marca para toda la eternidad. Debíamos tener un plan para poder sacarla de ahí sin que la cogieran de nuevo, pero no sabíamos con certeza a que nos enfrentábamos y eso complicaba las cosas.

—Por aquí —me indicó Christopher que pasara primero.

—Voy —me doblé y me agarré a uno de los dobles de la puerta por si pisaba mal.

La puerta era pequeña y algo antigua; hacía tiempo que nadie la estaría usando por las telarañas que aparecían en las esquinas y el polvo que impedía ver algunos de los símbolos que la decoraban. Al abrirla, emitió un leve quejido; esperaba que ellos no le hubieran prestado atención.

Los grillos empezaron a hacer su dulce melodía en el poco césped que quedaba a causa de la tormenta de nieve que caía. El viento soplaba con fuerza y hacía que los copos de nieve aterrizaran en otras direcciones de donde nos encontrábamos. Las nubes taparon el cielo nocturno y escondieron, tras de sí, la luna llena y las estrellas.

—Christopher, ¿dónde estás? —pregunté mirando en la oscuridad de la noche—. Dame la mano.

—Aquí. De acuerdo —habló en voz baja apenas perceptible. Después de un rato, noté una mano cálida en la palma de mi mano y estiré.

Una vez dentro, no se veía nada. Christopher y yo podíamos aprovecharnos de la ventaja para pasar inadvertidos hasta que diéramos con Lea y la sacáramos de ahí. Se escuchaban voces de variadas conversaciones en diferentes puntos de la fábrica y la sensación de sentirme perdido sin saber adónde ir, aumentó.

—¿Qué hacemos? —Christopher me tocó del hombro para asegurarse que seguía ahí.

—Nos haremos pasar por ellos. No del aura, eso es imposible. Podemos servirnos de la oscuridad del lugar para entrar en la habitación donde esté Lea y escapar —sugerí afinando el oído.

—Inteligente —percibí una sonrisa.

—Gracias —le lancé una sonrisa.

Los gritos aterradores se alzaron aún más entre las paredes y la voz creó una grieta más grande en mi corazón. La culpabilidad de no haber estado con la guardia alta y pasar por alto que nos podían tender una emboscada, me había pasado factura, y, por eso, había facilitado que nos pillaran desprevenidos y se llevaran a Lea. Los poderes no despertaron y no había podido entrenarla en el caso que se presentara La Gente de la Sombra. Cuánto más tiempo estuviera retenida, el peso de la responsabilidad caería sobre mis hombros y la mochila se volvería más pesada.

—Venía de la derecha —advirtió Christopher.

—Si —me asomé por si podía ver algún resquicio de luz.

Al final de todo, algunas lámparas iluminaban de un color entre anaranjado y amarillo el pasillo. Teníamos que encontrar la manera de llegar ahí, pero si íbamos andando, había muchas posibilidades de que nos descubrieran.

—Shh —tapé la boca de Christopher antes de que pudiera decir nada.

Se escucharon unos pasos acercarse al lugar donde estábamos. Por el ruido, supe que se trataba de dos miembros de la organización. Nos quedamos inmóviles para que no pudieran percibirnos, la oscuridad se convirtió en nuestra amiga temporal.

—¿Cómo se llamaba la chica? —preguntó un hombre.

—Lea —la mujer habló con voz formal.

—¿Qué es lo que tiene?

—Es una Psires —la mujer se aclaró la voz.

Los pasos resonaron más fuertes por el pasillo.

—Nos ayuda a descubrir más cosas acerca de ellos —explicó la mujer.

Nos agachamos aún más cuando giraron la esquina y así evitar que, por casualidad, nos descubrieran. Sus sombras llegaban hasta el techo y doblaban el tamaño de las dos personas.

—No creo que lo haga —negó el hombre.

—Está inconsciente. Nana le inyectó un líquido. —la voz de la mujer se volvió algo más alegre.

Los pasos del hombre y de la mujer se fueron alejando hasta que reinó el silencio. La conversación había sido breve, pero nos había aportado buena información. Me alegraba que la oscuridad del sitio nos hubiera ayudado a permanecer ocultos.

—¿He oído bien? —Christopher me tocó el hombro.

—Si. Tendremos que sacarla de ahí, está inconsciente. —suspiré—. ¿Quién es Nana?

—No tengo ni idea —me pareció que Christopher se encogió de hombros.

Los gritos se volvieron más aterradores si podía caber. No sabía que le estaría pasando a su mente o lo que le estarían haciendo, pero estaba sufriendo. Su voz llena de agonía exprimía mi corazón amenazando con dejarme sin respiración. Había causado esto, no podía hacer nada para remediar eso. De ahora en adelante sería el protector que se supone que debía ser, no dejaría pasar nada por alto.

—¿Cómo llegamos hasta allí? —preguntó Christopher—. No podemos ir por las luces, nos verían.

—En cualquier edificio debe haber un conducto de ventilación, ¿no? Y más, en un sitio así —sugerí rascándome la barbilla.

—Buena idea

—Debería haber uno en alguna parte alta —con sigilo me acerqué a tantear una parte del pasillo.

—Buscaré por la otra parte —avisó Christopher yendo al lado contrario.

Así, los dos con el máximo sigilo que podíamos hacer, nos pusimos a investigar donde podría estar la ventilación que nos ayudaría a llegar a la habitación en la que se encontraba Lea. Me pellizqué con algo grueso y tuve que morderme la lengua para no gritar.

—Ángel, creo que lo he encontrado —susurró.

Me acerqué de donde provenía la voz de Christopher; lo toqué para comprobar que estaba ahí. Una fina luz blanca se filtró a través de la rejilla que había quitado.

—Buen trabajo. Entremos antes de que alguien vea la luz —aconsejé entrecerrando los ojos. Christopher afirmó con la cabeza.

—Ve tu primero. Con el aura azul oscuro es más fácil que te perciban —me miró de arriba abajo.

—Ayúdame a subir —tiré la cabeza para atrás para darme cuenta de la altura que había entre la rejilla y nosotros.

Christopher se colocó justo debajo de la ventilación, dobló las rodillas y juntó los brazos para impulsarme hacia arriba. Me sujeté a sus hombros para no caerme y alcé los brazos para cuando me empujó.

—Dame la mano

Agachados, fuimos andando siguiendo la luz mezclada por tonos anaranjados y amarillos y el sonido de las voces que iban aumentando con cada paso que dábamos, hasta que llegamos a una habitación en la que había una persona sentada en una silla en el centro.

Los ojos de Lea #PGP2023✅Where stories live. Discover now