5. La llamada

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Año 2018. Ahora.

—¿Mamá? ¡Ya estoy en casa! —avisé cuando entré encendiendo la luz. Tiré las llaves al cuenco de la entrada que había en el mueble de enfrente, así descansaría junto a las otras: Las de mi madre y las de la terraza.

Si no calculaba mal, debía haber pasado una media hora desde que me escabullí entre la masa de gente que, atraída por la curiosidad, se acercó al lugar del accidente que se había producido cerca de Brian's Bar. Poco después de que el fantasma con apariencia siniestra se fuera con las "almas" de la joven pareja, aparecieron la ambulancia, la policía y los reporteros.

Todo estaba en silencio. Incluso, si ponía atención, podía escuchar el canto de los grillos expresándose en libertad. El canario que hasta entonces dormía plácidamente, se despertó a causa de la iluminación y mi voz. Se movió de un lado a otro inquieto, intentando encontrar una posición cómoda para volver a dormir; antes de hacerlo, me miró de reojo para asegurase que no lo iba a molestar y forzándome a sentirme culpable.

—¿Mamá? —pregunté para asegurarme de que estaba en casa. No recibí respuesta.

Crucé el comedor, y, con pasos sigilosos, me acerqué a su habitación para comprobar que estaba ahí y que mi corazón se calmara por saber que estaba segura y a salvo. Temía el día en que le sucediera algo y no pudiera estar ahí ni hacer nada. Moviendo la cabeza de un lado a otro, deseché aquella inseguridad que había escapado de las profundidades de mi interior.

Piqué en la puerta que estaba decorada de muchas frases de motivación. Algo típico de ella.

—¿Mamá? —volví a preguntar cuando abría lentamente la puerta.

La iluminación del comedor tenía la suficiente potencia como para que se colaran pequeños rayos de luz entre el espacio de la puerta y los huecos libres que dejaba mi cuerpo. Ahí, entre aquellos rincones luminosos, vi el rostro de mi madre durmiendo. Suspiré de alivio.

Retrocedí sobre mis pasos con cuidado para no despertarla. Hice lo mismo con la puerta.

La casa se me hacía grande, siendo la única que estaba consciente y sin un alma con el que pudiera hablar. Me gustaba compartir momentos conmigo misma, pero el hecho de que no hubiera ninguna señal de otra persona trasnochando me hacía sentir solitaria, aún más si tenía en cuenta de que el resto de luces estaban apagadas.

Como si alguien hubiera leído mis pensamientos internos, escuché un ruido que provenía del comedor. Intrigada y asustada a partes iguales, caminé con cuidado hacia el origen.

Cuando llegué, no había nada. Pensé que quizás la imaginación me jugó una mala pasada, producto de mis temores. ¿Tanto podía engañar la mente?

Me acordé de que, con las prisas de saber que mi madre estaba en casa, se me había olvidado dejar el bolso en la habitación. El impulso de los latidos irregulares del corazón tardó un rato en volver a hacerlo con normalidad.

Encendí la luz del pasillo.

Mi habitación quedaba justo delante de la de mi madre, así que era la primera puerta a la derecha del pasillo. Abrí la puerta lo más sigilosa que pude y encendí la luz. Dentro, había una cama de aspecto cómodo; al lado de ella, un armario; delante una mesa de escritorio.

Dejé el bolso en la cama.

Levanté la vista. En la pared, encima de la cama, quedaban colgadas unas cuántas fotos que me había hecho con Brian a lo largo del tiempo; hacía unos años que nos conocíamos y enseguida forjamos una amistad, recuerdos que permanecerían congelados por toda la eternidad.

Apagué la luz de mi cuarto y cerré la puerta.

Me dirigí hacia el comedor. Ahora, el único rincón que permanecía en la luz, las sombras no podían consumirlo, aunque lo intentaban. El lugar era amplio: Al fondo del todo, había la puerta que daba a la cocina y a los lados de esta, unas estanterías con objetos antiguos guardados en su interior; la mesa del comedor oscura quedaba justo delante de la puerta, encima de la mesa había jarrones con flores de todos los colores posibles; delante de la estantería de la entrada con el cuenco de las llaves, se encontraba un largo y reconfortante sofá beige en el que podía hacer las mejores siestas; justo en el centro del sofá, enfrente, un televisor que debía tener unos cuántos años ya. A veces, tenía que darle unos pequeños golpes para que funcionara, al igual que el mando.

Los ojos de Lea #PGP2023✅Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin