7. Paranoia

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Año 2018. Ahora.

Ya debían pasar de medianoche; con las prisas, me había dejado el reloj. Las farolas algo inclinadas del gran parque que había delante de mi casa, ayudaban con sus pequeñas luces a impedir que la oscuridad de la noche se hiciera con todo. A estas horas, quedaban pocas personas recorriéndolo, almas solitarias que querían disfrutar del silencio y la naturaleza en soledad. El cielo estaba ennegrecido y lo acompañaban la multitud de estrellas que se formaban alrededor y de la luna llena. Una ligera brisa me acariciaba la piel y me alborotaba el cabello. Era una pena que no pudiera disfrutar de su belleza.

La casa de Brian se encontraba, apenas, a tres calles de distancia de la mía. Vivía en un barrio soso, ya que todas las calles por fuera eran iguales. Debía fijarme en los números para poder diferenciar su casa de las demás llegado el momento.

Brian era el único amigo que tenía. Cuando nos conocimos, enseguida nos convertimos en amigos inseparables. Hasta entonces, lo más parecido a un amigo había sido Ángel, un fantasma. Me había estado cuidando, aconsejando y haciéndome reír cuando lo pasaba mal, aunque hacía un tiempo que no lo veía.

Desde que empecé a ver a Ángel, La Gente de la Sombra había estado al acecho. Me sorprendía la rapidez con la que daban conmigo, como si fuera una criminal que debía enfrentarme a mis crímenes. Por mucho tiempo que pasara, seguía sin saber que querían o buscaban.

Continué caminando todo recto hacia la casa de Brian, ya me quedaba solo una calle. La única prueba de que no estaba sola en la tierra, había sido en el parque. Una vez lo perdí de vista, no me volví a cruzar con nadie.

Por mucho tiempo que pasara, no me acostumbraba a la oscuridad. Mi corazón me pedía huir de allí y ponerme en un lugar a salvo donde me rodeara la luz.

Desde que murió el padre de Brian y desapareció su madre, había estado buscando alguna evidencia de que su madre seguía con vida. Alguna cosa que le indicara donde podría estar o por donde podría empezar a buscar. De eso, ya hacía 3 años. Así, que me intrigaba qué era lo que habría encontrado; los dos nos habíamos dado por vencidos tiempos atrás.

Cuando hubo el accidente enfrente de Brian's Bar, percibí que algo había cambiado en el ambiente y no precisamente hacia bien. Me daba la sensación que presenciarlo, era como una especie de detonante. Pocos tipos de fantasmas podían ser capaces de hacer algo así.

De eso, ya ni pensar de cuando apareció el chico de aura negra, pelo como el carbón, ojos vacíos y ropa oscura en mi casa hace poco. El mismo que me encontré por primera vez entre la escalera y el ascensor, al día siguiente de que viera a Ángel por primera vez. En casa, me había dicho que había muchas cosas que no sabía, pero ¿A qué se refería?

El viento se levantó de pronto y sentí como se me ponía la piel de gallina. No era temporada de que hiciera frío y tampoco calor, pero la temperatura había descendido hasta parecer principios de invierno.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

—Tú y yo estamos unidos —alguien me tocó el hombro. Noté su mano fría y por unos segundos me paralizó.

Me giré. Era el mismo fantasma que antes. Debía haberme seguido.

—¿Qué dices? ¿Qué haces aquí? —pregunté confundida.

Se hizo un silencio.

Desapareció y, tras unos instantes, apareció en la acera de enfrente mirándome fijamente. Su aura negra se expandía y se encogía con intensidad. Hubo un tiempo, en que creía que podríamos ser amigos, y algún día, me gustaría saber si alguna vez también había pensado lo mismo.

—Lea, hay cosas que no puedo contarte —contestó al cabo de quedarse en silencio un rato.

—¿Por qué? —me acerqué un poco a él y se desvaneció. Se manifestó a pocos centímetros de mí.

—Es confidencial. Hay muchas cosas que no sabes —confesó con voz preparada.

—Pensaba que éramos amigos —le contesté dolida. El fantasma de ojos vacíos esquivó mi mirada.

Se quedó callado unos segundos que se me hicieron eternos.

—Eso era antes. Las cosas cambian. —se rascó el cabello e inclino la cabeza hacia un lado—. Tú y yo estamos unidos, recuérdalo —añadió observándome un momento antes de desaparecer como por arte de magia.

¿Qué había sucedido desde que nos dejamos de ver? Habían pasado tres años desde aquello, y llegué a hacerme a la idea que nuestros caminos no se volverían a cruzar.

Cuando se había ido, la temperatura volvió a subir y el frío paró. Era como si su sola presencia, hiciera que los escalofríos y los sudores fríos me abrazaran las entrañas.

Giré a la derecha hacia la calle de Brian. Todas las casas eran igual de sosas y feas por fuera, así que tuve que centrarme en encontrar la número 345. Su casa quedaba era una de las últimas.

Afuera, en algunas casas se escuchaba el ruido de personas hablando; mientras que otras quedaban en silencio. Fui pasando de una a una hasta que di con la suya: La 345. Por fuera, se veía la luz del comedor encendida.

Piqué en ella.

Después de intentarlo tres veces, la puerta se abrió. Empecé a caminar hacia la casa, pero algo me arrastró dentro de ella, cerrándose de golpe una vez crucé por ella.

Delante de mí, Brian me agarraba de los hombros. Estaba contento, aunque no paraba de mirar a los lados. Quería asegurarse que no había nadie. Había luz fuerte y tenía que entrecerrar los ojos para poder ver bien. Justo detrás de él, se apreciaban unas escaleras.

—¿Qué estás...? —empecé a preguntarle. No pude acabar porque me tapó la boca.

—Shh. Que nadie nos escuche. No tenemos que hacer ruido —Brian abrió los ojos paranoicos.

—Brian, me estás asustando —le advertí apartándole. Me dejó ir, pero me agarraba de un brazo.

—He encontrado una caja. Está en el comedor —me comentó entre la euforia y la preocupación. Unas gotas de sudor le caían de la sien.

Los ojos de Lea #PGP2023✅Where stories live. Discover now