19. El Bosque Frondoso

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Año 2008. Antes.

Ángel.

—¿Cómo viste a La Gente de la Sombra? —interrogué a Christopher.

Intenté que mis pies no se inmovilizaran a causa de la gruesa capa de nieve que había en el suelo. Desde que había llegado, la tormenta de nieve no paraba de aumentar, si continuaba así, Christopher y yo podríamos llegar a convertirnos en muñecos atrapados en la eternidad. Los árboles que se movían al compás que dictaba el viento helado, estaban decorados de un bonito color blanco que los hacía lucir elegantes. Las estrellas formaban constelaciones, tiempo atrás habían guiado a los piratas y marineros; esperaba que ahora nos ayudara a Christopher y a mí a encontrar la fábrica donde estaba Lea. Un humo espeso que debía ser niebla rodeaba la mitad de los árboles.

—Bueno, estaba con mi hermana. Es más pequeña que yo —se rascó la cabeza—. Se sabe cuidar, pero quiero protegerla —confesó caminando algo agachado—. A lo lejos, ese hombre sujetaba a Lea que no reaccionaba y delante estaba la mujer. Justo detrás, había un portal negro.

—¿Y qué pasó? —quise saber con interés.

Tenía mis dudas de si confiar en él. No era de La Gente de la Sombra, eso estaba claro por el color negro claro que recorría su silueta. Me extrañaba que no lo hubiera visto hasta ahora, justo se encontraba cerca de dónde se la habían llevado. Mi corazón me advertía que no tenía que hacer caso de sus palabras, pero parecían sinceras. Desconocía si era porque Lea le había llamado el interés por su condición de ver fantasmas o porque le preocupaba lo que pudiera hacer la organización. En todo caso, Christopher era la única pista que tenía; algo mejor que nada.

—Mi hermana no quería que fuera a observar. Había prometido a Lea que quería ayudar y estaba a su servicio, cumplo las promesas. Creo que estaba inconsciente —se encogió de hombros—. Shh —me indicó con el índice que callara.

El frío helado impedía que hubiera un silencio absoluto. Mi camisa de manga larga azul oscuro tenía manchas blancas causadas por la tormenta que se había formado poco después de atravesar el agujero; los copos de nieve de Christopher, contrarrestado con su ropa oscura, parecía que se había hecho un lavado instantáneo. Cada vez costaba más avanzar con lo grueso del tinte blanco esparcido por el suelo.

Unas siluetas oscuras se deslizaron por el suelo junto con unas risas. A lo largo del bosque frondoso aparecieron fantasmas de diferentes auras, pero no percibí que ninguno de ellos tuviera el negro oscuro que caracterizaba a los miembros de La Gente de la Sombra.

—Te están mirando —advirtió Christopher centrándose en los múltiples ojos que trataban de mantenerse ocultos entre los árboles.

—¿Por qué? —pregunté juntando las cejas.

—Ya sabes que tampoco sois muchos.

—Si, pero no entiendo porque tanto interés —le comenté mientras pasábamos a dos que estaban a escasos centímetros de nosotros. Ni se inmutaron. Tan solo siguieron nuestro movimiento con la cabeza.

Se quedó callado.

—Tienen curiosidad. Eso es todo. Si quisieran hacerte daño, ya lo habrían hecho —se encogió de hombros y se pegó a mí para evitar chocarse con uno.

—Tienes razón —admití con media sonrisa.

Atravesamos la parte del bosque donde había más fantasmas. Durante ese tiempo, los latidos de mi corazón aumentaron de forma alarmante. Sentía la mirada de todos aquellos ojos curiosos que dejábamos atrás. Mi cuerpo se destensó y pude volver a respirar con normalidad. Christopher también había estado nervioso por el suspiro que escuché.

—Por ahí —señaló con el índice a un camino de piedras de la izquierda—. Ya se ve algo de la fábrica. Queda poco —sonrió.

—¿Seguro?

—Hazme caso. Sé que aún no te fías de mí, pero vengo con buenas intenciones —se señaló el pecho y me miró un momento.

¿La Gente de la Sombra sospecharía que había conseguido entrar en el agujero antes de que se cerrara? Lo dudaba. Por lo que me había dicho Christopher, lo más seguro es que se habrían centrado en llevar a Lea a esa fábrica. Cada minuto que pasaba, el peso de la culpa recaía aún más sobre mis hombros; debía enmendarme del error de principiante que había cometido, esperaba que pudiera perdonarme y no sufriera.

La tormenta de nieve se intensificó. Debíamos darnos prisa en llegar hasta la fábrica y resguardarnos del frío. Pese a mi condición de fantasma, podía sentir como me recorría por la piel y me amenazaba con congelarme. Mis pies habían cogido un color blanquecino debido al suelo pintado. Christopher si tenía frío, no le importaba; me sorprendía su capacidad de aguantar estas temperaturas, o quizás, fuera algo de su condición de fantasma.

—¿Cómo conociste a Lea? —entrecerré los ojos.

—Pues en las escaleras de su escuela —puso las manos en sus bolsillos—. Luego, la seguí desde el parque a su casa. Estaba sola y quería asegurarme que llegaba bien a casa. ¡Lo juro por mi hermana! —explicó con las manos levantadas al ver que me había acercado con disimulo y expresión de sospecha.

Lea no me había hablado de Christopher en ningún momento que recordara. Suponía que debía tener un motivo para ello, o se le habría olvidado. También, habíamos estado concentrados en saber más cosas acerca de La Gente de la Sombra que podría habérmelo dicho y no la hubiera escuchado. En cambio, sí que me comentó que ayudó a una anciana a encontrar a su nieto; por cosas como esa la adoraba, para mí era la hermana que nunca tuve.

—Christopher, solo quiero que Lea esté sana y salvo —le confesé mi preocupación sin darme cuenta—. Me asusta pensar que se puede juntar con la gente equivocada y se aproveche de ella —me rasqué el cuello y desvié la mirada.

—Lo entiendo. Me pasa lo mismo con mi hermana —sonrió. Sus ojos no brillaron.

Christopher parecía esforzarse por querer ayudarla, ya fuera por la curiosidad que me expresó que sentía hacia ella o por su condición de viva, notaba algo de verdad en sus actos y palabras. Tal vez, si podría confiar en él. Hasta que no la viera con mis propios ojos, no podría comprobar si era cierto y depositar mi confianza en él. Por ahora, Christopher y yo teníamos un objetivo común, y, solo si estaba ahí, se podría convertir en un aliado.

Un gran edificio fue creciendo de tamaño a medida que nos acercábamos. Este era gris y lleno de ventanales; algunos de ellos rotos, otros sucios. En una parte del tejado, se veía una chimenea. Algunas de las habitaciones, las luces estaban encendidas y ruidos lejanos despertaron la esperanza en mi interior.

—Aquí es —Christopher señaló con el índice la entrada principal.

—¿No hay otra puerta? —junté las cejas.

—Tendremos que averiguarlo —se encogió de hombros.

Los ojos de Lea #PGP2023✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora