Capítulo 6

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Catalina se hizo cargo del cuidado de Nick, por eso su lugar específico en la casa donde vivió, era su habitación. Acostado mirando las manchas de humedad de la última lluvia en la ciudad. A lado de la cama reposaba la pagana, por las dudas que decidiera vomitar, aunque se veía algo motivado por su nuevo récord. Si y así es señores y señoras Nicolas Ignacio Hernandez llevaba tres horas sin devolver.
La remera ya había perdido elasticidad y color por tantas lavada,  sin estar consiente tomó una esquina de la parte del cuello y la estiró más.

Por otro lado su hermana se rascaba el pelo, preparó un desayuno liviano que implicaba una taza de té, rebanadas de bananas. Y si todo lo anterior no funcionaba, en un tazón se hallaba manzana rallada, conociéndolo perfectamente todo preparado por sus manos, no le iba a gustar.
Desde pequeño Nicolas padecía de tener el estomago demasiado sensible. Todo le caía mal.
Agarro la bandeja que alguna vez permaneció a su madre por su trabajo en decoración de tortas
Fue directo al cuarto de su compañero de rayuela y como ella lo había imaginado. El chico de veintitrés años seguía en la misma posición, las bien extendidas frazadas cubrían bien su cuerpo, y ninguna arruga delataba que tuvo el valor de moverse. Sin hacer mucho alboroto al tema, coloco lo que había en la mesita de luz. El ruido de la cuchara chocar con la madera lo hizo sacar del trance, se acomodo y observo con cautela como la de raíces de cabello negras tomaba asiento en la orilla de la cama.

—¿Qué haces? ¡Vete! —exclamó Nick.

No le presto atención a su pedido, por su mente divalgaba los tristes recuerdos de los últimos días que vio a su madre con vida. Ella pudo a ver evitado que tomara esas pastillas que supuestamente la harían sentir mejor para su problema de depresión. Esa mirada y sus labios moviéndose para pronunciar "Cuida a Nick, trata de que él... No decidan por él". Se lo prometió por esa razón vigilaba de muy cerca a su hermano. Cuando comenzaron a pasar los primeros seis meses de su suicidio comprendió a que se refería. Su padre ataba a sus hijos para a través de ellos obtener que lo defiendan de los delitos más simples.

—Me niego a comer si...

Catalina llevo una mano al pecho que comenzaba a oprimirse, las respiraciones eran agitadas y sus ojos estaban cerrados notándose las arrugas de sus costados. Se levantó tambaleándose, como impulso su hermano la seguía desde atrás y buscando con la mirada el pequeño aparato. Y de golpe se acordó que en el cajón de la mesa del comedor se podría a encontrar eso. Corrió hasta ese lugar y reviso. Cuando lo agarro, giro y su hermana en el rincón vacío se deslizaba en la pared. Sin dudar más se acercó y lo colocó en su boca. La primera y la segunda hicieron que controlará de a poco el aire.
Realmente no se acuerda cuando fue la última vez que tenía un ataque de asma, pero otra vez se preguntaba porque no llevaba el asmador en su bolso. Se reincorporó suavemente, por la mejilla pasaba una fina gota que se había escapado.

—Gracias—dijo.

Es mas trato de actuar como si nada hubiese ocurrido y se encerró en su habitación para descansar o tratar.

...

— Te repito que es bueno volver a verte!

— Igualmente señora Irma —quizo despedirse de la mujer de edad pero le fue imposible, ya que metía su mano en su cartera.

Irma Montañés ó como la conocían los vecinos del barrio "La reina del 46" y tal como lo explicaba el apodo, fue elegida por su belleza, los hombres babeaban por solo verla. En esa época los rulos eran casi lo imposible—por los costos de peluquería—, pero el caso de ella fue diferente, su cabellos brindaba todo el dote anterior. Con ochenta y dos años, continuaba con su vida de glamour, con el uso de todo tipo de maquillaje.

—Encontré las cartas que mi sobrino le enviaba a tu hermana —alzó la cabeza para mirar hacia adentro del hogar —. ¿Cata se encuentra en casa?

—No, se fue a la casa de una amiga. Pero le diré que vino a buscarla —tomó la correspondencia de amor —.  Se le hace tarde para cenar ¿no le parece?

Si con eso no lograba convencerla, digamos adiós a su dignidad. Se encontraba seguro de no aguantar más el líquido de su vejiga.

— Si por favor, sabes perfectamente que dormir temprano garantiza una mañana radiante sin ojeras —se acercó y le dio un ruidoso beso. Se dio vuelta y Nick contó hasta diez para cerrar la puerta. Cuando llego al número mencionado, la empujo y luego se escuchó el click.

— Ya puedes salir Cata.

Debajo de la mesa salió luciendo relajada. Acomodo su cabellera y se sentó en el sillón negro. Miro esperando que le entregará sus supuestas pertenencias.

— ¿Entonces? —salió de su boca.

—Las cartas de Guido tienen una horrorosa letra de niño de jardín.

Ella se levantó y las arrebato. Comenzó a pasar vista con la primera, con cierta emoción mordía el interior de su mejilla.
Recuerda que aquel chico la vivía molestando en la escuela, que también reiteradas veces le hacía la contra con lo que Catalina decía. No lo había visto hace tiempo, tampoco en la última reunión de los egresados se hizo presente.

—¿Qué dicen? —pregunto curioso el castaño.

— Bueno muchas palabras cursi ¡Oh escucha esto! — hizo una pausa y luego continuo —.  Soy como un niño encaprichado con un dulce—recito y saco un suspiro—. ¿No es tierno?

Su hermano agarro una y leyó atentamente.

—Es lo más tierno que le pudieron dedicar a Carina Caceres, nuestra querida profesora de matemáticas —finalizó.

Indirecta Recibida (PAUSADA)Where stories live. Discover now