Humo y pólvora

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Reinaba el nerviosismo en El Echeyde. Todos mirábamos en silencio por la borda como pedazos de madera quemada y tela flotaban a nuestro al rededor. En el horizonte se veían los restos de la popa de una fragata de bandera española. En la cubierta todos guardábamos silencio. Tan solo se oían las velas flamear suavemente y la madera crujir. El mar estaba tan en calma que los restos de la fragata a penas se movían.

Nos seguimos acercando al pecio y el agua se empezó a llenar de cadáveres. El aire traía un olor metálico, como una mezcla entre pólvora quemada y sangre. Los restos de la fragata se terminaron de hundir con un último crujir que retumbó en lo más profundo de nosotros, como si de un llanto se tratara.

- ¡Ayuda! ¡Aquí! - gritó una voz desde el agua.

- ¡HOMBRE AL AGUA! - chilló uno de los marineros.

- ¡Preparen la enfermería! ¡preparen un bote! ¡plegar las velas! ¡VAMOS, VAMOS, VAMOS! ¡ESPABILEN! - Ordenó Gaia.

Rápidamente la cubierta se volvió a llenar de actividad, unos marineros subían a las vergas a plegar las velas, otros corrían por la cubierta preparando el bote para rescatar al naufragado. En cuanto le subieron a bordo se lo llevaron rápidamente a la enfermería. Tras media hora el Capitán subió al alcázar y con un silbido nos llamó la atención.

- ¡Marineros y marineras! Desde que salimos de puerto llevo mirando a diario el horizonte como ya algunos se han percatado. Esta tragedia no es sorpresa para mí, pues sabía del rumor de que por estas aguas navegaba un barco con la bandera negra. No les dije nada porque hasta donde sabía no era más que un rumor entre los pescadores, pero no fue así. Desgraciadamente el naufragado no ha sobrevivido, pero antes de morir me confirmó mis sospechas: la fragata fue hundida por piratas. Una fragata con 22 cañones por lado, El Fénix Negro. Debemos estar preparados. Y ahora vuelvan a sus puestos como de costumbre.

Esa misma tarde, el cadáver del rescatado fue devuelto al mar. El ambiente en el barco era totalmente distinto. A penas hablábamos entre nosotros, y la gran mayoría pasábamos las horas mirando al horizonte esperando ver velas blancas y una bandera negra. Cayó la noche sin incidentes, y por orden de la contramaestre se apagaron todas las lámparas para evitar ser vistos. Parecía que al menos por la noche podríamos dormir tranquilos.

Estaba en ese momento en el que realidad y sueño se juntan cuando escuché un silbido. Pensé que sería el viento así que no le hice mucho caso. Pero poco después escuché otro y algo caer al agua. Antes de darme cuenta se oía un tercer silbido seguido de un enorme estruendo. La cara se me llenó de astillas, había gente gritando, se oían de lejos cañonazos y más silbidos. De repente, empezó a sonar la campana.

- ¡TODOS A SUS PUESTOS DE COMBATE! ¡NOS ATACAN! - la voz de Gaia retumbaba en mis oídos, era todo muy confuso.

- ¡Ismael! ¡Levanta, rápido, tenemos que contraatacar! - me gritó Bartok.

Me levanté. Reinaba el caos en el puente, todo el mundo corriendo de un lado a otro llevando munición y pólvora, los enfermeros y enfermeras socorriendo a los heridos. Astillas volando por todos lados. Cogí el atacador, la esponja y el cepillo y me puse en posición. Ivar nos ordenó a cargar los cañones. Valkyria metió el saco de pólvora, lo apreté con el atacador. Luego metió la bala junto con el taco de estopa, y de nuevo lo apreté todo con el atacador. Rik, Rok, Aren y Estrid ajustaron el cañón y Bartok preparó el botafuego.

- ¡FUEGO! - se escuchó en cubierta.

- ¡FUEGO! - se escuchó en el primer puente.

- ¡FUEGO! - gritó Ivar.

- ¡FUEGO! - se escuchó bajo nuestros pies.

Y de repente solo pude escuchar un pitido intenso y la voz muda de Bartok gritándome para que limpiara el ánima del cañón. Mientras limpiaba, a mi alrededor volaban astillas como mosquitos en un pantano en verano. Al fondo del pasillo se veían cañones y marineros volando a través de la sala envueltos en polvo y cachos del casco. Volví a empujar el saco de pólvora. Poco a poco iba recuperando la escucha, pero solo se oían explosiones, gritos de "¡Fuego!", gritos de dolor y el zumbido de la metralla pasando al lado de las orejas. Ivar volvió a ordenar que disparáramos. Esta vez me tapé los oídos, pero aún así volvió el pitido. No podía ver qué pasaba por fuera. No sabía a qué disparábamos. Cuando volví a recuperar el oído escuché madera crujir, cuerdas romperse y como si algo enorme cayera al agua.

Madera y velasWo Geschichten leben. Entdecke jetzt