Náufrago

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El Echeyde atravesó el Mediterráneo hasta llegar al puerto español más cercano, en Mallorca. Al entregar aquella docena de piratas, el capitán al mando del puerto no podía creérselo. Como recompensa financió las reparaciones de todo el navío.

Con el apoyo de la marina, en menos de una semana el barco estaba listo para volver a navegar, en busca de El Fénix Negro para acabar definitivamente con Astrid antes de que volviera a formar una flota.

Nuestro barco volvía a tener una tripulación completa, como si nada hubiera ocurrido, salvo que en nuestra memoria pervivían nuestros compañeros asesinados vilmente por los piratas.

A pesar de que muchos de los nuevos tripulantes habían sido piratas, ninguno se opuso a la caza de Astrid. Nos contaban cómo mandaba sobre la flotilla con mano de hierro, historias de torturas, de motines fallidos que acababan en masacres. Su odio hacia nosotros y sus ansias de venganza la llevaron por ese camino de tiranía. Solo los piratas más antiguos eran fieles a ella, los que entregamos en Mallorca.

Partimos hacia el Atlántico, con esperanzas de que El Fénix Negro volviera al Caribe en busca de nuevos barcos para su flota. Pero en vez de encontrarles, ellos nos encontraron a nosotros.

Como de costumbre, de noche, pasado ya el Estrecho de Gibraltar, el Fénix atacó. Yo estaba de vigía en el castillo de popa, frente a la lancha que colgaba del lateral de babor, cuando un cañonazo rompió con el silencio de la noche

La bala pasó zumbando e impactó en el mástil detrás de mi, haciéndome perder el equilibrio y caer sobre la lancha.

- ¡EL FÉNIX NEGRO! - gritó mi compañero de babor - ¡Por estribor!

La campana en cubierta empezó a sonar mientras más cañonazos sonaban.

Una de las balas chocó contra una de las grúas que mantenían la lancha, haciendo que cayera al mar. La otra grúa cayó detrás, dándome en la cabeza y haciéndome perder el conocimiento.

Desperté. Era de día, por la mañana. En el horizonte no se veía nada salvo mar. No tenía ni agua ni comida y estaba solo en un bote perdido en medio del océano Atlántico.  Miré desesperadamente en busca de velas, pero no había nada. Tan solo kilómetros y kilómetros de mar. A juzgar por la posición del sol, estaba yendo hacia el sur, posiblemente empujado por la corriente del golfo, pero sin forma alguna de poder comprobarlo.

Si cambiaba el rumbo al este podría llegar a África, si es que realmente estaba donde creía estar, pero lo más probable es que muriera antes de poder comprobarlo. Me entró el pánico.

Tras unos minutos en shock, decidí intentarlo. Usé los remos para cambiar el rumbo hacia el oeste, con la esperanza de encontrar la costa africana. Tenía 3 días antes de morir de deshidratación. Cada segundo valía su peso en oro.

Remé durante horas hasta el agotamiento. Caí rendido sobre el bote, con los brazos paralizados y las manos sangrantes. Antes de poder evitarlo, los remos cayeron fuera del bote, alejándose de mi. No pude hacer nada, mis brazos no respondían, y me costaba respirar. Rendido caí en un profundo sueño, del que esperaba no despertar.

Pero desperté, de noche. Estaba tan nublado que no se veía ni una estrella, con lo que no pude averiguar dónde estaba. Seguía totalmente perdido, ahora sin remos. Por si fuera poco, un rayo rasgó el cielo y empezó a diluviar. Como pude, trataba de beber el agua que caía, chupándola de la ropa, sorbiendo del fondo del bote. Lo que fuera por aguantar un par de días más con vida.

Las olas crecían cada vez más, amenazado con volcar el bote. Yo me agarraba como bien podía para no caer, mientras el bote subía y bajaba aquellos enormes muros de agua.

Madera y velasWhere stories live. Discover now