Estrella caída

18 0 0
                                    

La Corriente del Golfo nos llevaba a gran velocidad al Nuevo Mundo. Por el camino habíamos parado en Canarias y, aunque no pudimos pararnos demasiado, pude volver a la que hasta hacía pocos meses había sido mi único hogar. Fue algo muy especial poder volver a mis orígenes y ver hasta dónde había llegado. Ayer no era más que un don nadie buscando futuro y hoy era parte de la tripulación de un gran navío rumbo a América.

Los días pasaban sin muchos sobresaltos. La tripulación pasaba las horas con juegos de cartas, trabajo de mantenimiento, bebiendo, cantando y bailando. De forma regular, además, hacíamos simulacros de ataque, para no perder habilidad y estar preparados para cualquier altercado.

Estaba yo, como de costumbre, mirando al horizonte por estribor en el castillo de proa, admirando la calma marina, cuando todos en cubierta empezaron a susurrar con nerviosismo.

- ¡CAPITÁN! - avisó el vigía de turno - ¡¿Qué...Qué es eso?! ¡Por babor!

Me giré a ver qué estaba causando tanto estupor entre mis compañeros y ante mi vi una bola de fuego cayendo desde el cielo. Quedé totalmente paralizado ante aquella escena, incapaz de comprender qué estaba sucediendo ¿Nos atacaba un barco con un cañón jamás visto? ¿Era esto un castigo divino?

Antes de poder asimilar lo que estaba ocurriendo, la bola creció repentinamente y, tras unos segundos, nos llegó el sonido de una grandísima explosión. El Echeyde se movía con fuerza haciéndome perder el equilibrio.

La masa de fuego pasó sobre nosotros a una velocidad de vértigo, dejando una cicatriz blanca en el cielo, y siguió volando hasta perderse en el horizonte. Cuando creíamos que todo había pasado, allí por donde aquel objeto había desaparecido apareció un intenso destello, seguido de una corriente de aire que picaba las olas yendo hacia nosotros a gran velocidad.

- ¡Agárrense fuerte! - gritó el Capitán mientras corría a esconderse - ¡Abandonen la cubierta si pueden! ¡Prepárense para el impacto!

Corrí hacia las escaleras para bajar al puente, viendo como aquella racha de aire se acercaba por estribor, y justo cuando llegué, nos golpeó. De repente El Echeyde se escoró hasta casi poder caminar por las paredes, haciéndome caer por las escaleras. Algunos cañones se soltaron, cayendo al mar tras atravesar el casco junto con algunos desgraciados. El ruido era tan fuerte que no era capaz de escuchar nada, ni mis pensamientos. Por encima de mi vi todo el aparejo del navío totalmente destrozado, con cachos de madera, cabos y tela volando en todas direcciones como balas.

Tras varios eternos segundos pude poner los pies en el suelo sin perder el equilibrio. Por estribor había troneras que habían sido arrancadas de cuajo y en la cubierta no quedaba ni rastro de las barandillas y los cañones. Las pocas velas que quedaban habían sido reducidas a harapos desgarrados, con cabos y restos del aparejo colgando. Al asomarme por estribor vi el casco desnudo, sin pintura y totalmente astillado, y al levantar la mirada pude ver una enorme ola venir desde el horizonte.

- ¡OLA GIGANTE POR ESTRIBOR! - grité.

En ese momento me di cuenta de que no quedaba nadie en cubierta. Corrí hacia el timón, o lo que quedaba de él, y traté de hacer virar el barco hacia la ola para intentar atravesarla, pero no fui capaz.

- Deja que te ayude - dijo el Capitán, detrás de mi.

- ¡Capitan! ¿Se encuentra bien?

- Sí, sí. Pero eso ahora no importa, tenemos que virar si queremos sobrevivir a esto.

Con mucho esfuerzo entre los dos logramos hacer girar el enorme barco, justo a tiempo. Las velas que quedaban, aunque muy dañadas, lograron dar el impulso suficiente para el giro.

La proa comenzó a elevarse siguiendo el enorme muro de agua que teníamos frente a nosotros, hasta casi poner el navío en vertical, obligándonos al Capitán y a mi a agarrarnos de los restos del timón para no caer al mar.

Tras una larga subida, el barco empezó a caer, cogiendo mucha velocidad. De nuevo, tuvimos que usar el timón para no caer, acostándonos sobre este hasta que pasamos la ola y el barco volvió a su horizontalidad normal, aún  a gran velocidad, la cual aprovechamos para poder virar de nuevo al rumbo anterior y con suerte poder llegar a tierra firme antes de quedarnos sin suministros.

Poco a poco la tripulación volvía a subir a cubierta y a empezar a reparar lo poco que se pudiera de forma inmediata.

- Ca...Capitán, ¿qué acaba de ocurrir? - pregunté nervioso.

- Hace años me contó un viejo marinero que vivió algo similar. Una gran roca cayó del cielo y trajo consigo vientos que hacen de los huracanes una brisa, y cordilleras infranqueables de agua. Tuvo menos suerte que nosotros, su barco quedó reducido a astillas.  Según tengo entendido es un meteorito, rocas enormes que hay más lejos que la Luna y que a veces se acercan demasiado.

- Y ahora...¿qué hacemos? no tenemos a penas velas, queda poca comida y el barco está muy dañado...y ahí a donde miro solo veo océano...

- Estamos a pocos días de Brasil, puede que muchos días ahora, pero llegaremos. Ahora preocúpate más por socorrer heridos y reparar lo que se pueda.

Me retiré a buscar a mi grupo, sin perder la esperanza de que ninguno hubiera muerto en el cataclismo.

Madera y velasWo Geschichten leben. Entdecke jetzt