Salvaje

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La puerta de la bodega se abrió. Era la primera luz que veía desde que nos encerraron. No sabía cuántos días habían pasado, tan solo que el hambre me corroía desde dentro, y tenía tanta sed que me había visto obligado a lamer los húmedos tablones del casco.

Llevábamos al menos más de un día vomitando a causa del hambre. Mi barriga se sentía como un vacío punzante y nauseabundo.

- A...agua - logró suplicar Rok, sacando la mando por fuera de la verja, arrodillándose a aquella sombra que había llegado.

- Por...favor...necesitamos...agua - rogó el Capitán.

Sus voces eran secas y carrasposas. Muy débiles. Yo traté de suplicar también pero de mi garganta tan solo salió un árido y doloroso grito mudo.

La sombra se acercó aún más a la celda, y Valkyria se aferró a su pierna.

- A...a...agua... - su voz era a penas un susurro polvoriento.

Aquella figura apartó de una patada la mano de Valkyria, la cual se apartó con rapidez hacia una esquina, agarrándose la mano y bufando. La sombra se río entre dientes.

- Tan feroces hace cinco días, y hoy tan...patéticos - dijo.

Era Astrid.

- Agua... - volvió a suplicar el Capitán.

Otra sombra entró en la bodega. Llevaba algo en la mano, y se podía escuchar agua moverse. Gaia se levantó, atraía por el sonido. Caminó dos débiles pasos y se derrumbó, desmayada.

- Así que quieren agua. - dijo Astrid - Tengan.

De pronto un océano cayó sobre nuestras cabezas. Desesperado bebí de lo que caía desde mi pelo, bebí del suelo. Me quité la camisa y chupé absorbiendo toda la humedad que pude. Mis compañeros hacían lo mismos. Desesperados se abalanzaban al suelo y a sus ropas buscando la más mínima gota. Incluso Gaia despertó de su desmayo al sentir el líquido recorrer su piel.

Astrid reía a carcajadas viéndonos retorcernos como cochinos en un chiquero en busca de agua.

- ¿Esto es lo que queda de El Echyede? - se burló - ¿Esto es todo?

Ninguno le hicimos caso. Seguíamos concentrados en buscar más agua. Nuestra sed era insaciable.

Astrid se retiró junto con la otra persona, aún riendo, y la bodega volvió a quedar en penumbra. Y en silencio.

Ivar rompió la angustiosa calma con un gemido. Al levantar la cabeza pude ver una astilla clavada en la lengua. Se la arrancó y un grito desgarrador recorrió la sala. Pero antes de que se apagara, caí en un profundo sueño.

De nuevo el mar se precipitó sobre mí. Desperté de sopetón solo para ver que la luz había vuelto a la bodega. Los ojos me ardían.

- ¡Levanta! - me gritó un pirata.

Traté de levantarme y sentí una puñalada en el estómago. El hambre me torturaba, al punto de hacerme vomitar. Me derrumbé, temblando, sobre mi propio vómito. Era pura bilis, muy muy densa, casi flema.

Solo quedaba yo en la celda, y aquel pirata que me gritó. Me agarró del pelo y me levantó, mientras yo me agarraba el abdomen. Sentía que me digería a mi mismo desde dentro.

Madera y velasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora