Mitosis

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Tras casi tres meses en Tenerife, El Fénix Negro volvía al mar. Debido a que toda nuestra fortuna se había quedado en El Echeyde, no pudimos contratar tripulación alguna. Partimos junto con una flotilla española hacia Europa, esperando encontrar trabajos sencillos que nos permitieran contratar más marineros.

Con tan poca tripulación, cada uno de nosotros trabajaba cuatro veces más de lo usual, incluyendo al Capitán. Sentía una constante sensación de agotamiento a causa de esto. Pero finalmente llegamos a puerto, en Cádiz, donde nos mandaron a Sicilia con un trabajo de transporte de cargas. Desde allí nos enviaron a Túnez, y luego a Creta. Poco a poco nos fuimos recorriendo el Mediterráneo haciendo pequeños trabajos. Llevando gente y cargamento de un lado a otro.

Dos meses más pasaron, contratando aquí y allá poco a poco hasta tener la tripulación necesaria para una fragata de estas dimensiones.

Como último trabajo antes de abandonar el Mediterráneo, debíamos llevar un cargamento a Constantinopla. No nos dijeron qué había en las cajas, y tampoco hicimos preguntas. Grave error.

Entrando por el Mar Egeo, al anochecer, apareció en el horizonte El Echeyde. El terror de saber quién venía superó la alegría de volver a ver el navío. Por el otro lado apareció El Dragón Negro. Yo miré desde la cubierta, aceptando la muerte, al Capitán. Aquel hombre se mantuvo inmóvil, en lo alto del castillo de popa, mirando su antiguo navío, mientras ambos barcos se acercaban a nosotros.

La tripulación entró en pánico, exigiendo órdenes, menos nosotros, los únicos supervivientes de El Echeyde. Los únicos que sabían que no había nada que hacer.

- ¡Capitán! - gritaban los marineros - ¡Necesitamos órdenes!

El Capitán habló, pero tan bajo que solo Gaia le escuchó.

- El Capitán dice...que...que a...abandonen el barco - titubeó la contramaestre -¡Abandonen el barco!

Rápidamente los nuevos tripulantes saltaron a los botes y se alejaron del barco, dejándonos solos. Tan solo nos sentamos en el centro de la cubierta, y esperamos a que nos alcanzaran.

Con el último rayo de sol, ambos navíos llegaron, pero no dispararon.

- ¡Vaya, vaya! - chilló Astrid desde el Dragón - Parece que alguien logró escapar de Salvaje.

Nos mantuvimos en silencio.

- ¿Qué pasa? ¿Ya se rindieron?

- ¡Has ganado! - respondió el Capitán.

Miré a Valkyria, esperando ver el brillo de sus ojos, pero solo vi unos ojos que se habían rendido, igual que los míos.

- ¡No podemos hacer nada, es inútil resistirse! - continuó el Capitán - Moriremos igual.

- Vaya, por fin se dieron cuenta. - contestó la capitana - ¡Aborden la fragata! Y aten a su tripulación al palo mayor - ordenó a los piratas.

- ¡Antes! - interrumpió el Capitán - quisiera hacer un último ruego.

Miramos al Capitán, sorprendidos.

- Te escucho.

- Libera a mi tripulación, y mátame a mi.

- ¡No! - exclamó Gaia.

Astrid se rió a carcajadas.

- Después de todo lo que me han hecho, de dispararme, cortarme un brazo, apuñalarme, y haber sido un constante dolor de cabeza, ¿de verdad crees que les voy a dejar ir?

El Capitán guardó silencio. Todos los demás también.

- Eso está mejor, calladitos y obedientes.

Los piratas entraron en la cubierta y nos ataron al palo mayor, con sacos en la cabeza.

- Y ahora a ver cómo puedo ejecutarles. - dijo Astrid, paseándose delante de nosotros - Dinamitar El Fénix Negro sería muy poético, pero perdería esta preciosa fragata. Quizás mejor dispararles en la cabeza, un clásico. Botarlos en una isla ya vemos que no funciona, así que mejor asegurarse de que están muertos.

- Capitana, - intervino uno de los piratas - ¿y si los ejecutamos uno a uno hasta llegar al Capitán? De la forma más dolorosa posible, que chillen de dolor. No hay tortura mayor que escuchar a tus compañeros morir.

- Es una idea... ¡Maravillosa! - exclamó Astrid.

-¡No! Por favor, - suplicó el Capitán - ten piedad. Mátanos rápidamente, por favor.

- Creo que la posibilidad de rogarme nada se acabó cuando la loca esa me cortó el brazo. Y ahora...a ver quién mato primero. ¡Tú!

La persona a mi lado fue la elegida. Estrid. Le quitaron el saco de la cabeza y empezó a temblar. Le cogí la mano tratando de calmarla, pero en vano.

- Tráiganme una sierra. - ordenó Astrid - Se aprende mucho de una disección en vivo.

- ¡No! ¡Por favor! - rogaba Estrid, apretándome la mano - Por favor...una bala...una bala en la cabeza.

- Astrid, ¡por el amor de Dios! - gritó el Capitán - Ten un mínimo de humanidad...

- Demasiado tarde para estar pidiendo nada.

Un pirata trajo el serrucho, y Astrid se acercó a Estrid, mientras ella me apretaba más y más la mano, suplicando.

- Creo...que voy a empezar por la barriga - dijo Astrid en tono burlón.

El grito de Estrid desgarró la noche. Se oyeron la sangre y las tripas caer al suelo.

- ¡Uh! Fascinante - continuó Astrid - Creo que ahora haré un corte desde lo alto del pecho hasta abajo.

Volvió a acercarse, y Estrid volvió a chillar mientras su pecho se dividía.

- ¿Sabes qué? - dijo Astrid - Creo que mejor te remató aquí.

Metió el serrucho hasta atravesar a Estrid, y empezó a serrar su cuerpo hasta dividirlo casi por completo. Notaba la ropa mojada, de sangre. Los gritos cesaron y la mano de Estrid se fue aflojando hasta soltarme por completo.

Los piratas también callaron, posiblemente horrorizados ante aquella sangrienta escena. Escuché alguien vomitando no muy lejos.

- Vaya hombre pa una guerra. - dijo Astrid entre risas - Un poco de sangre y se pone a vomitar. Vuelve al barco, aquí no pintas nada.

Nadie era capaz de decir nada. Solo nos quedaba esperar a nuestra sangrienta y tortuosa muerte.

- ¡Otomanos! - gritaron desde uno de los navíos.

- ¡Mierda! - respondió Astrid - Justo cuando empezaba a divertirme. Llévense a estos al calabozo del Echeyde, y boten el cadáver al mar.

Nos quitaron los sacos y nos pusieron grilletes. Pude ver el cuerpo de Estrid, partido por la mirad hasta el cuello. Su cara tenía los ojos y la boca totalmente abiertos. La cubierta estaba llena de sangre y sus intestinos colgaban de ambas mitades del abdomen. Sin poder evitarlo vomité sobre uno de los piratas, el cual me golpeó en la cara y me hizo perder el conocimiento.

Madera y velasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora