América

13 0 0
                                    

Bajé al segundo puente, que estaba igual que el anterior. Y en torno a nuestro cañón encontré a mi equipo, a salvo.

- ¡Ismael! - gritó Bartok al verme - Que alegría que estés bien.

El grupo me recibió con mucha alegría, aunque no pudimos distraernos demasiado. El barco estaba muy deteriorado, y estábamos totalmente abiertos a cualquier ataque. Toda la tripulación se centró en intentar arreglar todo lo posible, siendo la prioridad las pocas velas que quedaban.

El Echeyde navegaba lentamente por el Atlántico, con el casco de estribor marcado por una gran cicatriz de astillas. Tan solo 4 velas empujaban el enorme navío. La tripulación buscaba con desespero tierra en el horizonte, pero allá a donde mirasen solo se veía mar. El Capitán decía que a esta velocidad llegaríamos a Brasil en una semana, a lo sumo, aunque tuviéramos previsto llegar en dos antes del meteorito.

La comida y el agua comenzaron a escasear al tercer día, a pesar de los intentos por racionarla. Y junto con esto, las esperanzas de supervivencia también escaseaban. Al quinto día algunos marineros comenzaron a perder la cabeza por la sed, llegando a acabar con sus vidas colgándose de las vergas. Pero con la llegada del mediodía del sexto día, el vigía cantó el avistamiento de tierra, seguido del grito de esperanza y alivio de toda la tripulación. De repente los ánimos subieron como la espuma y El Echeyde estaba rebosante de actividad, preparando el atraque y desembarco.

Llegamos al puerto de São Luis, donde nos quedaríamos durante bastante tiempo mientras reparábamos nuestro barco. En la costa se podían ver los efectos de la ola que nos golpeó una semana atrás, aunque no eran demasiado grandes y habían sido en gran medida reparados.

Mientras en el astillero El Echeyde era reparado, la tripulación se integró en la ciudad, buscando pequeños trabajos como taberneros, herreros, pescadores, y demás empleos típicos de una ciudad portuaria. Yo encontré oficio en una pequeña posada en primera línea de costa, como ayudante de la posadera. Por las mañanas nos reuníamos todos frente al barco y echábamos una mano con las reparaciones para acelerar el proceso.

Acabamos quedándonos en tierra durante dos semanas, al fin de las cuales nuestro navío estaba como nuevo. Aquella mañana, con la salida del sol, el Capitán nos reunió en cubierta para informarnos de lo que haríamos próximamente.

- ¡Marineros! - gritó, con cierta alegría - Tras estas semanas de descanso, que espero que hayan disfrutado, toca volver a la mar. He hablado con el gobernador local y me ha dicho que desde hace semanas la marina portuguesa ha sido atacada por piratas casi a diario y ya han perdido un par de fragatas por estos malhechores.

- Zarparemos a mediodía, rumbo sur y nos uniremos a una flotilla portuguesa. - continuó Gaia - Esta será una caza conjunta con ellos, aunque solo nos ayudarán mientras estemos en costas brasileñas. Si la persecución se alarga y seguimos hacia el sur estaremos solos.

- Ahora vuelvan a sus puestos y preparen todo para partir - ordenó el Capitán.

Daba mucho gusto volver al mar, con el sonido de las olas chocando contra el casco, las velas tensándose por el viento y el crujir de la madera. Echaba de menos cómo el mar mecía al barco, como si de una cuna se tratara.

Madera y velasOù les histoires vivent. Découvrez maintenant