Capítulo 28 : Abbie.

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Febrero, 2.002, Buenos Aires, Argentina.

La noche había inundado las calles porteñas y Mari y el señor Carlos sabían que su chiquita estaba por llegar.

El señor Carlos estaba trabajando en su taller, arreglando un pequeño televisor que habían comprado hace poco, cuando la señora Mari comenzó a gritar agitadamente.

Carlos se asustó y tiró sus herramientas y dejó el viejo televisor roto en la mesada de su taller y corrió hasta la cocina, donde su esposa estaba preparando la cena.

-¿Qué pasa, Maria? ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?- Carlos estaba preocupado, y no sabía que hacer. -Mi amor, ¿estás bien?

La señora Mari estaba en el piso, gritando del dolor y desesperación.

-¡Ya nace! ¡Ya nace, Carlos!- Gritó, llamando la atención de su esposo.

Carlos se apresuró y salió del departamento en dirección a la calle donde pasaban millones de autos, al fin encontró un taxi, lo detuvo y le pidió que se dirija al hospital más cercano qur quedaba a tan solo cinco minutos, pero que con el tráfico llegarían en díez.

El conductor del taxi de muy buena manera hacía lo posible para llegar a tiempo y que el bebé nazca dignamente en un hospital y los enfermeros y enfermeras atiendan adecuadamente a la mamá y a su hijo o hija.

Tocaba la bocina, ponía las luces, hacía señas con las manos y ni Carlos ni el conductor, ni Petunia saben cómo, pero llegaron al hospital justo a tiempo.

Los enfermeros subieron a la futura mamá en una camilla y se la llevaron por el pasillo e ingresaron a una sala donde nacería su hijo. Todavía no sabían el sexo del bebé ya que siempre que intentaban hacer ecografías el bebé se escondía, y parecía algo divertido para él o ella, pero a los padres de la pequeña o pequeño no les preocupaba, solo querían que su hijo o hija sea felíz y ya.

-Antes de ingresar a la sala y ver como nace mi hijo o hija, ¿Cuál es su nombre?

-Walter, me llamo Walter.- Respondió él.

-Walter, ¿querés quedarte y conocer...?- Carlos no había ni terminado de hablar que Walter ya respondió.

-¡Sí!, claro que quiero conocer a su hijo, señor, pero...¿Qué hace acá? ¡Ya va a nacer! Vamos, entre.- Walter empujó a Carlos y este ingresó a la sala con el permiso anticipado de su mujer, por supuesto.

Su mujer sufría un poco, es decir, bastante. El bebé no quería salir de su madre y ya llevaban mucho tiempo intentándolo, que las energías de Petunia se estaban agotando. Carlos estaba desesperado y no sabía cómo iba a terminar esto.

-¡Señor, debe salir ahora mismo de la habitación!- Una enfermera le pidió que salga, a lo cual Carlos se resistió. Algo estaba ocurriendo y los dóctores y enfermos se lo ocultaban.

-Señor, tememos por la vida de su esposa y de su hijo.- Le dijo el dóctor a Carlos.

-Quiero quedarme, por favor.- Pidió Carlos. La enfermera lo miró con cierta pena y cansancio y lo dejó.

-¡Uno, dos y... TRES!- Petunia, por más fuerza que hacía, su bebé seguía en su vientre.

-¡Señora, usted puede, vamos, empuje!- Gritó el dóctor.

Carlos cerró los ojos y comenzó a pronunciar muy despacio y bajito unas palabras que nadie en la habitación alcanzaba a escuchar bien. Carlos seguía así, seguía así, a pesar de que su mujer gritaba que no se iba a rendir, que su hijo debía nacer y que no importaba su vida.

-Las esperanzas al nivel más alto, por favor.- Gritó el médico. -¡TODOS ASISTANME, ESTE BEBÉ NACERA AHORA!

Todos estaban decididos. Petunia daba todo de su ser y los médicos ponían de su parte y ... ¡Lo lograron!

Carlos abrió los ojos y pudo presenciar un momento hermoso. Su mujer con una sonrisa y el bebé agarrado de patas en manos del doctor.

-¡Es una niña!- El doctor golpeó en la cola al bebé, pero algo andaba mal en la mirada del doctor. Aquella sonrisa que mantuvo en el parto difícil ya no estaba...

-¡VAMOS, LA BEBÉ NO RESPIRA!- Todos se condujeron hasta un extremo de la habitación y asistían a la pequeña hija de Petunia y Carlos.

-¡VAMOS, BONITA, TÚ PUEDES!- Gritó el médico.

-Abbie, Abbie, tú puedes, mi bonita, vamos, tú puedes, respira, mi nena hermosa, respira.- Petunia le hablaba a su hija. Ya le había puesto su nombre, Abbie.

La bebé, que ya conocía la voz de su mamá, que todas las tardes a la hora del té le hablaba, comenzó a respirar. Reconoció la voz de su adorada mamá y accedió a su pedido.

-¡Eso es!- Gritaron todos, felices. -¿Cómo dice que se llama, señora?- Preguntó el médico, dándole a la pequeña niña a su madre.

-Abbie, ella se llamara Abbie.

No Me Sueltes. -CNCO. Where stories live. Discover now