Capítulo 17

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Huracán10 de marzo

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Huracán
10 de marzo

10:00am

Amo las metáforas, aunque eso ya lo sabes. Una de mis metáforas favoritas en la vida jamás te la he dicho, así que la dejaré aquí escrita:

Las personas somos huracanes.

Así es, somos desastres que se pueden crear con vientos que llegan de la nada. Tu, yo, ellos, todos somos sensibles en varios sentidos, por lo que es facil sacar lo peor de nosotros; es sencillo despertar nuestra tormenta.

Y en el caso de Gabe, los vientos que despertaban su huracán interno no debian soplar con mucha intensidad para ponerlo de mal humor.

— ¿Cuándo te vas a rendir con ese niño del demonio? — le preguntó a Don de mala gana.

— Estoy frente a ti, imbécil — soltó el chico sin cabello —, y quiero que sepas que solo vengo a este lugar porque sé que mi existencia te molesta.

— Hijo de...

— ¡Basta, basta! — Dalia se colocó entre ambos y los miro con reproche —, ¿acaso no pueden pasar una tarde tranquila sin pelear?

— No — respondieron el chico y Gabe al unísono.

Y era la verdad, ellos dos no se aguantaban en lo absoluto.

Adam Blake era un chico de tan solo quince años, pero lograba sacar al huracán dentro de Gabe con una facilidad increíble. Quizá se debía a la forma en la que se dirigía a él, con sinceridad y sin tapujos. Adam era la personificación de la peor característica de un espejo: sabia detallar las peores partes de una persona, incluyendo las que Gabe se rehusaba a ver en si mismo. También existe la teoría de que la raíz de ese odio mutuo tenía otro origen, y es que cuando ese niño calvo aparecía en el gimnasio, se robaba la atención de todo el mundo; y a Gabe le frustraba no ser el centro del universo.

Sea como sea, ese niño sabía como hacerlo enojar.

Adam había notado aquello desde el primer día en el que Donovan lo llevó a ese gimnasio. Al contrario de su nemesis, a él no le gustaba la atención, pues siempre estaba relacionada con un toque de lastima que odiaba. A los trece años, le diagnosticaron cáncer en el riñón, y desde entonces las miradas tristes hacia él lo perseguían. Culpaba a su enfermedad por quitarle buena parte de su juventud, por quitarle la alegría y la esperanza de un futuro soñado; pero sobretodo eso, culpaba al cáncer por volverlo un blanco fácil para ojos necesitados por dar compasión.

Por esa razón había aceptado hacía ya dos años entrenar con Donovan, pues él seguia siendo voluntario en el hospital en el que lo trataron por años. Hacer deporte, por más poco que fuera, hacía que el chico se sintiera poderoso por las dos horas y media que pasaba en el gimnasio. Se sentía capaz, y la forma en la que su entrenador lo miraba estaba muy lejos de mostrar lastima; Don lo miraba con orgullo. Así que ese era su escape, su momento para olvidar el mundo en el que la quimioterapia lo había introducido.

Narciso || P.E #2Where stories live. Discover now