Sam | Costales

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"Había olvidado que no se puede perder a alguien, ya que las personas estamos solas de todos modos.
En algún universo paralelo, estamos juntos para toda la eternidad, recuerda eso."

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La verdad, es que todo pesa.

El vivir pesa, aunque tengas una realidad de ensueño.
El simple hecho de levantarnos en la mañana, y que no haya agua caliente en la regadera, nos genera el sentimiento de cargar con una pequeña roca durante todo el día.
Llegas a la escuela, y hay un examen sorpresa, y esa pequeña piedra, se multiplica; una pelea con tu mejor amigo, es aún peor. Todas las personas creen que cargar con ese pequeño artefacto desde el inicio del día es algo agotador, y realmente pesado; sin embargo, no saben que hay gente que tiene que cargar con un costal por toda la vida.

Yo cargo con uno, no es muy agradable, y se multiplica cada vez que respiro. Muchas veces quisiera cargar con una pequeña piedra, como todo el mundo. Pero no puedo simplemente dejar mi pasado, no puedo dejar de pensar, y mucho menos de sentir.

Y bueno, nadie quiere cargar con el costal de otros.

Con cuidado, abrí el pequeño locker que la escuela nos brindaba a cada estudiante para guardar nuestras pertenencias al inicio del año, y empecé a acomodar mis libros dentro de la caja metálica. No era muy agradable tener que hacer esto todas las mañanas, pero al final era mejor que cargar con mis pertenencias y llevarlas por todos lados.
Intenté colocar mi estuche hasta el fondo, ya que si no era de esta manera, no cabían todos mis libros; pero una pequeña varilla metálica impidió el que lo hiciera y se atascó en esta. Cansado estiré mis brazos para intentar arreglarlo, logrando que el holgado suéter negro que llevaba puesto se levantara hasta mis codos y dejara al descubierto las molestas heridas sobre mis muñecas. Intenté volver a colocarlo en su lugar, pero la fuerza de la gravedad no lo permitía. Así que después de unos intentos, desistí. Sentí una mirada picarme en el cuello y volteé en su dirección, no me fue difícil notar el que otro chico a lo largo del pasillo observaba mis muñecas de una manera que me hacía sentir incómodo.

Por lo general en las mañanas mi mente se encontraba irritable y no toleraba mucho.

Era de esperarse el que lo hiciera. Llamaba la atención de muchos en esta escuela, pero también era común que a los pocos minutos las personas se cansaran de mirarme y decidieran pasar de mí.
Sin embargo, este chico seguía haciéndolo como si poseyera los misterios del mundo dentro de estas feas cortadas, a las cuales, yo no les tomaba mucha importancia.
Al final, de un tirón logré sacar mi estuche y como pude lo guardé dentro del casillero. Después de cerrarlo con candado, decidí ignorar al chico que seguía observándome disimuladamente y pasé a un lado de él. No sin antes dedicarle unas palabras, las cuales aunque yo no quise, sonaron frías y distantes:

-Es de mala educación mirar de esa forma a las personas.

Iba a decir más pero no se lo permití en cuanto entré a mi siguiente salón de clases.

Claro. El no iba a poder cargar con mi costal ni siquiera un día.

_____________

-Llegue.- dije para mi mismo mientras entraba a mi casa y sentía el ambiente frío del aire acondicionado mezclándose con el caliente de la calle al abrir la puerta.

No olía a comida recién hecha como cuando mamá vivía con nosotros. Tampoco a jabón para el suelo con el que ella solía limpiar.
Toda la sala inundaba un olor agrio y a desechos de comida vieja la cual compraba con el poco dinero que me dejaba mi trabajo.

Miré el gran sofá floreado el cual se notaba a leguas que había sido usado por lo menos un millón de veces, y ahí se encontraba.
Acostado con una cerveza en la mano, y dormitando un rato (afortunadamente).
Hice una mueca de asco, pero no dejé que me consumiera. No merecía este sentimiento hoy.

Intenté hacer el menor ruido posible para que no despertara y subí rápidamente las escaleras para llegar a mi habitación, que se encontraba hasta el fondo del pasillo en un segundo piso lleno de cajas viejas y sucias.

Abrí la puerta, y al cerrarla sentí que podía respirar por primera vez en todo el día. Recargué mi cuerpo en la deteriorada puerta blanca, y dejé mi pesada mochila a un lado de esta. Mi habitación no era algo del otro mundo, contaba con una vieja cama individual y una pequeña mesa de noche donde yacía un celular que no había encendido desde hace un año.
Todas las paredes estaban pintadas de un color blanco, y la puerta que daba hacia el cuarto de baño no era la excepción.

Lo más grande en mi habitación, era el feo armario de madera que abarcaba una pared completa. Me acerqué a él y lo abrí. Era curioso que solamente tuviera unos pocos pares de ropa, convirtiéndolo en un triste pedazo de madera casi vacío. La mitad de éste estaba roto, y un hueco en la parte inferior llamaba la atención.
Tomé mi uniforme del trabajo junto a un par de calzoncillos y miré fijamente ese pequeño espacio vacío, donde solamente se encontraba una pequeña cobija sucia y un juego de mesa. Una enorme manada de recuerdos no precisamente buenos me invadieron.

"Quédate aquí hasta que dejes de oír los golpes, ¿si pequeño? Mami va a estar bien".

Cerré la puerta del armario fuertemente, y me dirigí al baño con la ropa entre las manos.
Encendí la regadera, colocando el nivelador de temperatura en lo más caliente posible, y comencé a desnudarme. Esperaba a que el agua calentara en cuanto mis ojos se centraron en mi reflejo dentro del gran espejo que mamá había colgado en la puerta del baño. Nunca me llegó a gustar la manera en la que me veía físicamente, pero algo que no me llegaba a desagradar del todo sobre mi apariencia era mi cabello. Tomé uno de mis largos mechones dorados, lo estiré y solté hasta que este volvió a su forma ondulada original. Cualidad que había heredado de ella.

Recordé esos ojos verdes que me gustaban tanto y hubiera sonreído de no ser por mi cabeza, la cual me recordó de un momento a otro que yo no portaba esos ojos. Había heredado los de ese bastardo.
Imaginé su rostro, y me dieron unas grandes ganas de vomitar.

Casi como si fuera una necesidad vital, entré en la pequeña regadera donde el agua ya estaba lo suficientemente caliente como para quemar mi piel y no me importo en lo absoluto el ardor, ya que eso era lo que necesitaba en estos momentos.

Dejé que toda el agua mojara mi cuerpo entero, y giré varias veces la cabeza para que todo mi cabello igualmente se humedeciera.
Cuando sentí que pude respirar nuevamente con normalidad recargué mi espalda en los azulejos azules, y el sentir que mi piel se erizaba ante el frío contacto de estos me hizo saber que no estaba completamente muerto por dentro.




Sam en multimedia (por ahora tiene el cabello color rubio, no blanco. Pero tengo pensado pintárselo para lo posteridad)

NilakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora