Prologo

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Ocho meses después

Todos esperaban la lectura del testamento de Isabella. Lo que se supone que fuera una semana, se había convertido en meses.  Rosalia aún no superaba la ausencia de su sobrina. Alejandro no tenía un día sobrio y Meredith seguía gozando de verlos a todos perdidos en su propia tristeza. Mirándolo con odio, Rosalia protestó.

— Tu no deberías estar aquí.

— Isabella fue mi esposa. Tengo derecho a estar aquí.

— Claro a ver que le sacas ¿No?

— Si estoy aquí es porque así la ley lo quiere señora. Nada más.

Todos esperaban a que el notario comenzara la lectura del testamento de Isabella. Entre ellos se encontraba un representante de la misteriosa persona que sería la heredera de toda la fortuna de Isabella. Por motivos desconocidos, la persona se rehusaba a presentarse en aquella reunión.

— Buenas tardes a todos, daremos lectura al testamento de Isabella McCarthy Rivadeneira.

Meredith con algo de enojo en su voz inquirió

— ¿No se supone que la misteriosa persona a la que mi prima ha heredado no esté aquí presente?

— La persona no pudo asistir por motivos personales pero ha  enviado a un representante. Con eso basta. — Aclaró el notario 

Los ojos de todos presentes fusilaban a Alejandro con odio e indigno y eso a él, lo destrozaba. Comenzaron a leer el testamento e Isabella y a pesar de su rencor y odio hacia todos, no había dejado desamparada a su tía. La única persona que de alguna manera la había criado. Repartieron solo un diez por ciento de sus bienes entre Rosalía y entidades benéficas. El otro noventa por ciento había sido heredado a una mujer de la que nadie tenía idea de quién era. Solo sabían por aquel representante que era una mujer de mundo llamada Lucrecia Monterrubio.

— Espere un momento, ¿quiere decir que una desconocida  es la heredera de Isabella? Eso es absurdo, ¿quién demonios es esa tal Lucrecia?— Vociferó Meredith.

— Disculpe señorita pero eso es una información que no estamos obligados a revelar, con su permiso.

Todos se retiraron de la sala y Alejandro se quedó sentado frente al escritorio con la mirada perdida. No le importaba ni la empresa, ni el dinero, no le importaba absolutamente nada. A la distancia, lejos de aquel lío por cosas tan banales como el dinero, Isabella pasaba los días encerrada en una hermosa pero solitaria mansión en Atenas estudiando sus pasos, sus movimientos antes de regresar a Madrid. Se tocaba el vientre cada vez que podía y sonriendo dejó a un lado el computador susurrando.

— Tengo tantos planes contigo pequeño, no tengo idea de cuantos. Ya quiero conocerte, mirar tu carita, llenarte de besos y mimos. Te amo príncipe

Tocaron la puerta y Nicolás entró con una charola junto con el informe mensual del detective que seguía cada paso de los Harrison y Anabel Palacios.

— Disculpe que se lo diga licenciada, pero se ve hermosa con esa pancita.

— ¿Eso crees?

— No me queda duda de ello. Tenga, aquí está el reporte mensual del detective.

Tornándose algo sería agarro los papeles mientras los ojeaba preguntó.

— ¿Qué hay de nuevo con esos infelices?

— Pues respecto a su tía y prima, están bien. Siguen viviendo en la casa que usted les dejó. Su empresa corre dentro de todo bien aunque claro, no es lo mismo sin usted. Respecto a Alejandro, la empresa Harrison está pasando por un mal momento económico pero nada grave, y el en su vida personal no está del todo bien. Se le ve más ebrio que sobrio y más cuando se enteró de que el hijo que espera Anabel supuestamente es suyo.

Al otro lado de la lluvia. Where stories live. Discover now