Capitulo 16: Carece el alma

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En medio de la noche, Isabella despertó desnuda arropada por suaves sábanas de seda pero sin nadie a su lado. Alejandro se había ido y ella lo busco con la vista por toda la habitación pero no había rastro de él. Había pasado la mejor noche de su vida, se sentía viva, plena. Su corazón y mente estaban entre la espada y la pared. Necesitaba volver a sentir aquella electricidad apoderándose de sus sentidos. No podía evitarlo, lo amaba más de lo que podía odiarlo. Se levantó de la cama y cubriéndose con las sábanas fue a buscar a Alejandro. Era de madrugada, todo estaba oscuras excepto por el resplandor del fuego en chimenea en la sala de estar. Allí estaba Alejandro sentado junto a una copa hipnotizado por las llamas con el rostro lleno de culpas y remordimientos.

— ¿Estás bien?

— No tenía sueño, es todo.

— Creo que pasa algo más, estás como ido.

Tomando un sorbo a su copa, asintió con la cabeza.

— Si, de hecho pasa mucho. ¿Sabes hace cuanto no tengo sexo antes de hoy?

Isabella negó con la cabeza.

— La última vez que tuve sexo fue con mi esposa. Ella era increíble sabes, los mejores orgasmos los sentí entre sus piernas. Cuando murió, intenté estar con otras mujeres pero no pude. Con Anabel tuve una relación distante, jamás pudimos tener sexo. Y ahora, apareces tú..., y siento aquel mismo placer, aquel mismo deseo que solo he podido experimentar con ella. Y eso me jode sabes, me jode.

Isabella sonrojada preguntó

— ¿Por qué?  ¿Por qué debería joderte eso?

— Porque era mi mujer, la ame, la amo, y la seguiré amando. Porque me jode, me jode que me haya gustado, me fastidia desearte porque solo he tenido ojos para ella.

— Ella está muerta

— Da igual, la amo, y eso ni siquiera tú podrías cambiarlo, Lucrecia.

Isabella se sentó al lado de Alejandro e intentado ignorar la copa de Alejandro, suspiró mirándolo a los ojos.

— No deseo cambiar eso

— ¿Tienes hijos?

— No

— ¿Por qué mientes? Tienes una cicatriz de cesárea.

— Tuve alguna vez una hija, pero murió. Es todo lo que tengo que decir al respecto.

Se quedaron callados por momentos sintiendo la incomodidad de su silencio. Alejandro la miraba e inevitablemente miraba a Isabella. Eso le dolía, lo atormentaba. Tomó otro trago a su copa sin saber cómo expresar lo que su mente recreaba.

— Me la recuerdas tanto, eres tan parecida que duele verte. Duele porque ella se fue creyendo que yo era un monstruo. Se fue creyendo que no la amaba cuando no hay día en el que no me la pueda quitar de la cabeza.

Alejandro se levantó del sofá y acercándose a la ventana, miraba los copos de nieve caer y solo deseaba que aquella tormenta pasara para no seguir teniendo aquella cercanía con Lucrecia. Sus ojos se aguaron y con las palabras entrecortadas añadió.

— Era perfecta, era lo que tanto buscaba. Cuando al fin la había encontrado la perdí y me perdí a mi mismo también. No se si alguna vez te hayas enamorado, yo solo lo he hecho una vez, perder a esa persona es lo peor que puede pasarle a alguien.

Isabella aguantando sus lágrimas y su vulnerabilidad bajó la mirada y cerrando los ojos respondió.

— Me he enamorado, tanto que esa persona cambió mi vida, mi corazón y todo lo que yo era. Pero me engaño, jugó con lo poco que quedaba de mi corazón y terminé por perderlo completamente.

Al otro lado de la lluvia. Where stories live. Discover now