Capitulo 24: Addiciones letales

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Nadie sabía de ella. Rosalía estaba desesperada marcándole unas cien veces al día, Adrián comenzó a preocuparse también y Alejandro al no verla, comenzó a dejar su orgullo a un lado y también el dolor que sentía al haberse enterado de cómo Isabella lo había despojado de todo sus bienes. Nadie sabía de ella, pero realmente ella no quería saber de nadie. Llevaba días encerrada en una habitación de una de tantas casas que tenía en Madrid. Echada a perder, con el rímel corrido y el labial gastado; rodeada de botellas de vino vacías y docenas más de coñac. Su cuerpo parecía no tolerar una sola gota más de alcohol. Llevaba ebria semanas y la sobriedad en ella, era rareza. Su móvil sonó de nuevo, apenas pudiendo moverse fue a ver el móvil. Tenía cientos de llamadas perdidas de Rosalía, de Adrián, incluso de Alejandro.

Alejandro a las 8:00pm

Isabella, dónde coño estás. Eres una irresponsable, Daniel lleva dos días con fiebre.

Alejandro a las 8:03 pm

¡Joder Isabella responde!

Se le escapó una lágrima al ver los mensajes. Sentía que valía menos de lo que pudo haber valido ayer. Todo le daba vueltas y las náuseas no se hicieron esperar. Decidió llamar a Alejandro para ponerle punto final a aquel dolor que la arrastraba y ella nada podía hacer por detenerlo. Su voz apenas se podía entender. Mirando sus muñecas derramando lágrimas sintiendo ganas de sentir sangre correr por ellas para acabar de una vez con su absurda existencia.

— ¡Joder Isabella! ¿Donde estas? Llevamos días buscándote, Rosalía también y...

— Dile a esa señora que estoy muerta

— ¿Que? A ver dime donde estas para ir por ti. Daniel te necesita.

— ¿Puedo pedirte un favor? —Algo confundido aceptó— Cuida de él, cuida de mi pequeño y jamás lo dejes solo.

— Isabella es mi hijo, no tienes que pedirme eso. Lo haré sin que tengas que pedirlo. Ahora dime donde estas.

Cerró los ojos y bajando la mirada ya había tomado la decisión de acabar con su dolor. Cada respiro que daba le dolía. Nadie podía entenderla, aquel dolor que llevaba dentro era como ácido a su alma y ya no lo toleraba un segundo más. El silencio era algo que necesitaba, paz, el no pensar más. Era una decisión fatal pero desesperada también. Quería ignorar todas las llamadas de quienes la salvaron, pero lo que a veces falta en el dolor es el silencio.

— Quiero que sepas una cosa, has sido una de las pocas cosas reales y buenas que me han ocurrido. Gracias por haberme permitido experimentar nuevamente lo que es ser mamá. A pesar de todo lo demás, es algo que te voy a agradecer toda la vida.

— Isabella, mejor hablemos en persona. ¿Dime donde estas? Por favor Isabella, nos tienes a todos preocupados.

Ella sonrió con melancolía. Quería creerse el que le importaba a alguien pero no lo sentía. Ya ella no sentía nada, tanto dolor había atrofiado su capacidad de amar, y sentir amor. Pero aún así, a su manera seguía amando a Alejandro como el primer día.

— Nunca olvides que te amo. Te amo tanto que no he sabido que hacer tanto. Te he amado tanto que me he sentido estúpida. Pero aún así, lo sigo haciendo.

No dejo que Alejandro respondiera y cortó la llamada. El quedó helado, confundido sin saber cómo tomar aquella llamada. Rosalia desesperada frente a él esperaba una respuesta pero Alejandro apenas podía salir del trance.

— ¿Que te dijo? ¿Dónde está?

— No me dijo, pero una de las cosas que si me dijo es que te dijera que está muerta. ¿Que ha pasado entre ustedes?

Al otro lado de la lluvia. Where stories live. Discover now