Yoko

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La mujer corría de aquel lugar con desespero, llevando en brazos una canasta, más que una canasta sencilla era una de esas alargadas y hermosas artesanías donde los cultivadores recogen los granos de arroz. La mujer, escuchando detrás de ella los pasos acepto su destino, colocando aquella canasta en el llevadero de la orilla de un río, sobre esta canasta había una niña, tenía el cabello más blanco que jamás se haya visto y sus pequeños ojitos cubiertos por una venda, ella junto a la bebé dejo su espada, y retiro su máscara la cual en su interior traía el nombre de aquella joven mujer de ojos desiguales, colocó cuidadosamente sobre el cuerpo dormido de la pequeña aquella pieza delicada y con cuidado empujo la cesta, vio aquella hermosa carroza alejarse por el río, y cuando se dio la vuelta lo vio.

Sus ojos rojos más que nada reflejaban la ira, el quitó aquella fedora de su cabeza y chasqueando la lengua le dijo.

—Me das asco, Yoko— susurró el demonio justo antes de que sus lacayos saltaran sobre la cazadora, ella no gritó, no chilló, solo cerró sus ojos.

— Nos vemos en el infierno, Muzan— dijo un segundo antes de que aquellos demonios la atacaran y destrozaran su cuerpo, el nombrado solo suspiró en respuesta, viendo como la sangre salpicada.

Pasaron  las horas de aquella noche y ya el sol estaba por salir, en el río, la pequeña bebé encajó entre unas rocas su canasta, la niña de inmediato comenzó a llorar atrayendo la atención de las familias que recidian cercanas a aquel sitio, los primeros en llegar fueron los Sunazuka, una familia de nobles campesinos, dueños de algunas tierras cerca de la zona, una familia con algo de poder, y los siguientes los Suga, esta familia era dueña de un Dojo en la ciudad, no eran los más adinerados, pero si tenían una muy buena vida.

— Es una niña— Dijo el abuelo Suga, de nombre Kogo.

— Miren que cabello tan lindo— exclamo ahora la niña Sunazuka, Azashi.

Y fue ahí donde comenzaron a debatir las familias sobre quien debería cuidar a la niña, los Sunazuka eran más que nada mujeres con varios hijos, no tenían mucho espacio para otra niña, pero los Suga eran mas que nada hombres con esposas jóvenes y dos hijos, no tenían tiempo que dedicar a cuidar más niños, solo había una pareja capaz de eso, y era la unión en ambas familia.

Akane Suga y Tomoko Sunazuka, una pareja joven que no había logrado tener descendencia, llegaron al acuerdo de que aquella niña fuera la elegida para ser parte de aquella unión, ambas familias felices recogieron a la pequeña y la pusieron en brazos de su nueva madre, esta, feliz, recibió a su hija en brazos.

Al llegar a aquella casa pusieron la canasta en el suelo para revisar a la pequeña, la sacaron de las sábanas y ahí estaba, una adorable niña de piel rosita y cabello blanco, cuyos ojos estaban ocultos con una venda. El padre con cuidado aparto la venda del rostro de la niña, descubriendo unos ojos desiguales, uno de ellos era el mar más azul que nadie haya visto, y el otro, el otro era el fuego y la sangre que se fundían en el mismo sitio, era increíble ver aquello sin engatusar su mirada. La niña rió al ver a sus nuevos padres, extendiendo sus manos hacia ellos.

— Cariño, mira— Pronuncio el hombre mostrando a su esposa el interior de la máscara que estaba sobre la niña, el nombre Yoko.

— Yoko... tu nombre es Yoko— dijo la mujer y la niña dejó salir otra risa. Y así empieza, este era el inicio de algo grande, de algo nuevo... algo que valdría la pena ver.

 algo que valdría la pena ver

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