Capítulo 28

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Samuel llevaba un día de perros, y la guinda del pastel era el muchacho delante de él.

Tenía que darle un poco la razón a Richard sobre su parecido, podría ver algunos rasgos en él, rasgos que compartía con su padre. Esa testarudez sin lugar a duda era puramente Hereford.

—Si vas a seguir diciendo que no, ¿para qué me haces perder el tiempo?—dijo al punto de perder la paciencia.

—No vengo a hablar de mí—dijo el chico rodando los ojos, se alegraba de no haberlo tenido que aguantar de adolescente porque lo hubiera acabado estrangulando y seguramente hubiera terminando en la cárcel.—De Ethan—continuó.

Hacía tres meses desde que había vuelto de Edimburgo y no había vuelto a ver al pequeño de los Savidge, tampoco al mayor, gracias a Dios. Pero era incapaz de no sentir nada ante su mención.

Era un nombre que su mente repetía una y otra vez, en sueños, en pesadillas, junto a unos ojos negros tristes que siempre se cerraban para dejar de mirarle.

—Ya te he dicho que esto no tiene nada que ver con él.

—Pues debería—chasqueó la lengua David, qué molesto, joder.

—Mira, niño, firma los papeles que te he dado, acepta tu herencia y déjame en paz. No necesito consejos sentimentales de nadie—empezaba a tener un duro dolor de cabeza.

—Primero, he estado toda mi vida sin "tu" familia, me abandonaron y ahora me importa un carajo las migajas que quieras darme para lavar tu conciencia—¿de vuelta la mula al trigo? Esa conversación ya la habían tenido.

Cuando Samuel aterrizó en Londres llamó a su abogado, el mensaje de Ethan de que le dejara en paz, de no querer nada más con él, quemaba como el infierno.

Richard le había insistido en formalizar los trámites de reconocimiento de David como su hermanastro.

Cuando el chico al que apenas había visto un par de veces, esperando que fuera todo alegría le tiró los papeles a la cara, casi pensó estar viviendo en una realidad paralela.

Había leído el informe de David Saint Christopher, y si hubiera sido una novela y él un sentimental, hubiera llorado. Un niño solo ante el mundo, registros de adopciones fallidas, informes psicológicos.

Y una constante desde los 11 años, los Savidge.

Quizás si el mentecato entraba en razones pudiera darle las gracias a John Savidge por haberse encargado de su hermano. No veía en qué punto eso iba a poder ser posible, pero entendía que la intervención de este había sido fundamental en la vida de David.

Pero el tipo delante de él, era exasperante.

—Y segundo, ¿crees que nací ayer? ¿Desde cuándo tiene esa información? ¿Desde cuándo sabes que soy el bastardo de tu padre?—Quizás más meses de los que iba a reconocer—Me quieres usar para llegar a Ethan, y es una pésima idea; además me ofendes.

—¿Me estás diciendo que vas a rechazar la herencia que pasaría a tus manos?

—No la he necesitado antes, tampoco ahora.—Pero no le miró a él, sino más allá.

—¿Cómo se supone que pagas tus estudios, la residencia, tus gastos?—Aunque sabía perfectamente cómo lo hacía, tuvo que preguntarlo.

—Becas, ayudas ... y mecenas.—Lo último lo dijo queriéndole provocar.

Ethan nunca le había parecido el típico candidato para sugarbaby, y aunque era como mantequilla entre sus manos, no era el tipo común que solía encontrarse. Sin embargo, David cuadraba perfectamente en el perfil.

Sugardaddy: Londres (I)Where stories live. Discover now