6

671 43 5
                                    

Soy despertada por alguien. Doce en especial.

—Despiertate niña, hoy es un día especial.— Dice con una singular alegría. Me tomo mi tiempo para ver donde estoy, siempre esperando despertar en mi casa. Me doy cuenta que estoy sobre la cama. Ayer yo recuerdo haber llorado en el baño, y después... nada. ¿Cómo llegué aquí? No quiero pensar en eso. No quiero imaginarme la respuesta.

La sigo hasta el piso de abajo pero Tres no parece estar en ningún lado.

—¿Dónde está Tres?— Pregunto con temor. No tenerlo a la vista es malo, podría estar haciendo cualquier cosa.

Doce abre un gabinete lleno de armas y todo tipo de cuchillos. —Por si no lo sabías, Tres trabaja, igual que todos. Iremos a darle una pequeña visita.— Se guarda tantas innecesarias armas que perdí la cuenta de cuantas ha tomado.

Después, se dirige hacia una pequeña cajita. —Lo lamento, se nos ha acabado el sedante, y no me dan ganas de cubrirte, así que...— Casi veo en cámara lenta como su puño se estampa con mi ojo izquierdo haciendome caer al piso y, después, veo negro.

***

—Hemos llegado.— Doce me agita. Me incorporo al asiento del automóvil dónde me encuentro. Mi ojo palpita y con este mi cabeza entera. Duele demasiado. Miro a mi alrededor y veo una parte de la ciudad a la que nunca había ido. O tal vez ni siquiera estamos en la ciudad. Trato de mover mis manos pero estas están esposadas. Me obliga a bajar y trato de pararme como puedo. Caminamos sobre un angosto callejón hasta llegar a una puerta. Saca unas llaves de su bolsillo y abre la puerta.

Demasiados escalones hacía abajo se extienden frente a mis ojos y comenzamos a bajarlas. Trato de seguirle el paso a Doce pero ella es más rápida. Después de bajar, llegamos a otra puerta de metal. Doce golpea la puerta y alguien abre la ventanilla.

—Nombre.— Es la voz de un señor.

—Doce.— Al instante la puerta es abierta y mis ojos se abren como platos. Más o menos veinte personas están aquí dentro, la vista me falla un poco debido al golpe. Algunas trabajan en computadoras, otras parecen inspeccionar algún tipo de paquetes, otros cuentan dinero, mucho dinero. Por un momento pienso que quizás ese es el dinero de mi padre. Todos me miran y sonríen. Caminamos hasta una oficina al fondo donde Tres habla con alguien.

—Justo te estaba esperando, princesa.— Dice Tres, haciéndome un gesto para sentarme frente a él y al lado del otro tipo. —¿Qué le has hecho?— Dice una vez que sus ojos me miran, preguntándole a Doce.

Ella parece asustada. —Ya no había sedante.— Dice intimidada. Así que no soy la única que le tiene miedo...

—¿No podías cubrirla? Sabes que... olvidalo ya, no importa, siempre haces todo mal...— Dice claramente frustrado. —En que estaba... ah, sí, necesito tú ayuda. Mira esta imagen.

Su computadora muestra una imagen dentro de las oficinas del gobernador. Mi padre está ahí, al igual que Nate y su padre. Parece haber sido tomada por la cámara de vigilancia.

—Necesito que me des nombres.— Ambos me miran expectantes.

—¿Por qué habría yo de ayudarte?— No encuentro una sola razón para que yo lo ayudará.

—Si fuera tu, yo lo haría. ¿Ves esa personita de ahí?— Su dedo apunta a Nate. —Es el próximo de mi lista. Una llamada y estarás atendiendo otro funeral.

No, no puedo dejar que eso pase.

Respiro profundamente. —A la derecha del gobernador está mi padre, a su lado Charles Holbrook y Nate. A su lado está William Leinster y le sigue Benjamin Keinlaster.— Todos trabajan con mi padre, son personas que conozco desde pequeña.

—Es él.— Dice el otro tipo apuntando a William. Yo lo miro confundida.

—Gracias, cariño. ¿Por qué no me acompañas? Tenemos otra "limpieza" que hacer.— Se a lo que se refiere. Mi corazón se me acelera en el pecho y siento como el aire me falta.

¿Ves lo que acabas de hacer? Acabas de condenar a muerte a alguien.

Trato de ignorar la voz en mi cabeza, nadie está a salvo.

***

Después de regresar a la casa donde estábamos anteriormente, ahora cómo dentro de mi celda-habitación. No puedo soportar ver a Tres, me perfora el corazón, me hace ser incapaz de ingerir comida si estoy alrededor de él. Cada vez que lo veo siento una pieza de mi corazón caer.

Doce entra con una pequeña bolsa y se sienta frente a mi en la cama, no puedo evitar el impulso de alejarme cada que se sientan en la cama, ya lo hago por inercia. De la pequeña bolsa, saca una cinta y me sella la boca, no me da tiempo de reprochar. Después ata mi cabello en una coleta y algo la hace sonreír.

—¿Por qué no te había quitado tus aretes?— Me los quita de las orejas, sin ningún gramo de amabilidad, unas pequeñas perlas que siempre uso. Procede a ponerlas en sus orejas. —Ahora son mías.

Me levanta del brazo y me arrastra hasta la habitación con la cámara. Me sienta en la silla delante de esta y cuando Tres entra a la habitación, tengo que mirar hacia el piso.

—Comienza a grabar.— Le dice a Doce. Esta hace lo que le indica y Tres se para detrás de mí.

—Queridos ciudadanos, que alegría vernos de nuevo. Señor Caswell, su hija y yo lo saludamos cordialmente esta tarde. ¿Verdad Avrey?— Yo cierro los ojos para evitar que las lágrimas salgan, pero falló. Solo provocó que cayeran más rápido —Bueno, tengo una gran oferta que hacerles, en especial a ti, Nathaniel Holbrook.

Oh no. No Nate.

—La oferta es bastante simple, ven hoy, en una hora, al parque frente a la casa del gobernador. Y tal vez considere entregarles la libertad que tanto ansían de Avrey Caswell.— La grabación para y yo comienzo a llorar de nuevo, pero no hago ningún sonido debido a mi boca sellada, me rehuso a mirar a la cámara, no quiero que mis padres tengan esa imagen de mi mirada, que Jack me recuerde así.

Tres camina lentamente delante de mi y se inca para quedar a mi nivel. —Tan cerca y tan lejos.— Lo dice casi en un susurro que me cuesta escucharlo. Lo miro confundida. Retira con cuidado la cinta de mi boca, pero no me atrevo a hablar. No tengo nada que decir.

—¿Aún la extrañas?— Su tono de voz hace parecer como si de verdad lo sintiera.

—No te atrevas a hablar de ella.— La ira es obvia en mi voz. No puedo soportar que se sienta con el derecho de hablar sobre ella cómo si la conociera. Como si tuviera idea de quién fue. Para él simplemente fue un desecho más.

—Sólo quiero ayudar.— Dice poniendo sus manos sobre mis rodillas.

—¡Entonces déjame ir! ¡Ya no quiero estar aquí!— Por alguna razón ya no me da miedo mirarlo a los ojos. Lo miro directamente, quiero que sepa lo mucho que me duele.

—Yo no la maté, Avrey, tú la mataste.— Dice mientras una sonrisa empieza a salir de su boca.

—¿Qué?— Pregunto ya cansada. Estoy harta de sus juegos de palabras, de sus chistes y burlas.

—Tú la mataste, tu egoísmo, tu superficialidad, la estabas ahogando. Ella siempre te seguía, iba a dónde tu ibas, hacía lo que le pedías. ¿No crees que ahora esta libre?— Me examina de arriba abajo.

Y así, me deja sin palabras. Se que está jugando con mi mente, pero un dolor del corazón me quiere hacer sentir que tiene la razón.

—Te dejare para que reflexiones, nos vamos en cuarenta minutos.— Cierra la puerta detrás de él y yo me quedo inmóvil en la silla.

Yo no la maté, ¿cierto? Yo no podría matar a mi mejor amiga. Yo la amo, más que a nadie.

Mi egoísmo, mi superficialidad. ¿La estaba ahogando? ¿Por qué no me lo dijo? Todas las memorias me invaden...

Todas las fiestas a las que fue obligada a ir por mi culpa, tal vez ni siquiera le gustaba ir a fiestas y por eso tomaba tanto alcohol. Su ex-novio, fue idea mía que comenzarán a salir. Quizás nunca lo quiso. Todas las invitaciones a eventos, la ropa que le regalaba, quizás nunca fue su estilo y solo lo usaba para no hacerme sentir mal...

No lo puedo creer.

Yo la mate.

Money Heist | (completada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora