Recuerdos del pasado

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Una tarde me encontraba en la casa del Anciano Sanador preparando unas infusiones y brebajes para tratar patologías digestivas; estaba tranquila y calmada siguiendo minuciosamente las indicaciones que se encontraban escritas en el cuaderno de anotaciones del sanador del Santuario, cuando fugazmente apareció en mi memoria el recuerdo de Ásmita: su caballerosidad, su gentileza, su valentía a pesar de su limitación...pero en lo que mis pensamientos se detuvieron, era en sus labios. Se veían tan tersos y suaves, dignos de ser besados.

_¿Por qué estoy pensando en él de esta forma? Debo concentrarme y continuar con mi tarea, o no terminaré para cuando el Anciano Sanador esté aquí de vuelta, y me regañará si no tengo listas estas infusiones en sus respectivos frascos para ser distribuidas entre los pacientes que las necesitan_, pensé.

Una pequeña risa se escapó de entre mis labios... ¿En qué estaba pensando? Un caballero dorado jamás se fijaría en una forastera, mucho menos en una mujer que no pertenece a esta época... y menos en mí... Así había sido siempre en mi tiempo, en el mundo real, mi realidad. Eternamente rodeada de libros, refugiándome en ellos y en mi trabajo. No había lugar en mi vida para el romance, eso no era para mí.

_No te hagas ilusiones Natalie, no eres ese tipo de chica; el amor no es para ti... aquí es igual que en tu tiempo, nada va a cambiar sólo porque mágicamente apareciste en el siglo XVIII_, murmuré en voz baja, con un dejo de decepción.

En eso vagaban mis pensamientos, cuando a lo lejos, comencé a escuchar voces lejanas que se convirtieron en gritos, y que se fueron acercando cada vez más, acompañadas de pasos y corridas, tras lo cual la puerta de la humilde casa del sanador se abrió de un golpe y entraron varios soldados cargando a un joven severamente herido. Detrás de ellos ingresaron más, trayendo a otros muchachos que también habían sufrido diversos tipos de lesiones, a los que fueron depositando en donde pudieron, puesto que aquella casa funcionaba a modo de dispensario, y sólo contaba con una pequeña camilla, por lo que el resto de los pacientes fueron colocados en el piso.

_¿Dónde está el sanador mujer? ¡Tiene que curar a estos soldados y caballeros heridos y rápido!_, se dirigió a mí uno de los hombres.

Me encontraba sola ese día, puesto que el anciano sanador y Pefko se habían dirigido a realizar visitas domiciliarias a los pacientes en los pueblos cercanos; habían partido temprano en la mañana y no regresarían sino hasta entrada la noche. Comencé a sentir una sensación de angustia en mi interior al verme de repente superada con la situación que estaba viendo ante mis ojos.
Ya conocía esa manera de sentirme. La había experimentado en el pasado en más de una oportunidad.
Lo más rápido que pude, comencé a traer los elementos para limpiar las heridas y examinar la gravedad de las mismas; las manos me temblaban al tratar de acelerar mi trabajo. Iba y venía por el pequeño salón buscando vendas, antisépticos naturales, y material de sutura; traté de realizar un triage y clasificar a aquellos que tenían posibilidades de sobrevivir de los que lamentablemente no podrían salvarse. Aquellos jóvenes tenían heridas de diverso tipo: desde quemaduras, fracturas y traumatismos de tórax y cráneo, hasta shock hipovolémico por la pérdida de tanta sangre. ¡Echaba tanto de menos la medicina del siglo XXI! Me hubiera permitido salvar las vidas de muchos de estos jóvenes... pude deducir que eran caballeros de plata por sus armaduras.
Cuando lo agudo de la situación hubo pasado, y mis colegas regresaron de su viaje, salí de la casa del sanador lo más rápido que pude; necesitaba aire y despejar mi cabeza de tanta tensión, por haber tenido que afrontar la situación sola, sin apoyo de nadie. Según pude saber en el transcurso de la tarde, aquellos eran jóvenes caballeros de plata que habían regresado de una misión en Italia y allí habían sido atacados por un grupo de espectros pertenecientes a las filas de Hades, el Dios del Inframundo. Me eché a llorar debido a la frustración que sentía al no haber podido salvar las vidas que se habían perdido el día de hoy. Todos ellos eran apenas unos muchachitos que apenas si comenzaban a vivir, y era muy triste el saber que sus vidas habían terminado de la manera en que lo hicieron. La Guerra Santa había comenzado y ya se había cobrado sus primeras víctimas.

CONTINUARÁ...

Dónde estás tú...? (COMPLETA)Where stories live. Discover now