Mi soledad y yo

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Natalie alternó su domingo postguardia entre ordenar su casa, continuar leyendo para su examen y recordar los acontecimientos que había vivido en Grecia en el siglo XVIII. Al día siguiente iría a una clínica a realizarse los exámenes de control que normalmente se le realizan a todas las mujeres en ese estado; quería saber cuánto tiempo tenía de embarazo, ya que, como le había dicho Sage, el tiempo no corría de igual manera en el siglo XXI que en el XVIII; mientras aquí habían pasado sólo unos cuantos días, del lugar del que vino tal vez hayan pasado meses, o incluso años; eso era impredecible. No pudo evitar pensar en qué había pasado con sus amigos y conocidos. ¿Habría terminado la Guerra Santa?¿Cómo se encontrarían Agasha y Pefko?¿Y su amigo Degel? Esperaba y rogaba a Dios que estuvieran bien.
Movida por la curiosidad, saltó de su silla como impulsada por un resorte, se dirigió a su pequeña habitación y se situó frente al espejo grande que tenía colgado en una de las paredes; se levantó el suéter y la camiseta que llevaba puestos y contempló su figura, prestando atención a cualquier modificación. Era delgada, siempre lo había sido, pero sutilmente su cuerpo estaba cambiando, y las evidencias estaban frente a ella: un incipiente vientre estaba comenzando a mostrarse, las curvas de su cintura se habían hecho más pronunciadas, y hasta sus senos se veían ligeramente más grandes.

_Oh Dios... _, murmuró la joven con asombro, pues tenía ante sus ojos la evidencia de que lo que había vivido era real.

Sabía perfectamente que aquello era producto de la noche previa a Jamir, donde decidió asumir las consecuencias de lo que podía llegar a pasar, y que finalmente pasó. No desesperaría; esto era lo que ella anhelaba en lo más profundo de su corazón, tener consigo algo que le recordara a Ásmita y ese amor tan grande y puro que habían vivido. Puso sus manos sobre su incipiente vientre, mientras pensaba en él y cómo hubiera deseado que estuviera vivo para poder experimentar el calor de una familia, y borrar tantos amargos años de soledad y tristeza. Sabía que su hijo era especial y que su destino estaba marcado; debía protegerlo y mantenerlo a salvo, y cuando llegara el momento, sería entrenado para ser el próximo caballero dorado de Virgo, al igual que su padre. En lo más profundo de su ser, la joven temía perder a su hijo cuando creciera y se convirtiera en un santo de oro; la aterraba que corriera con el mismo destino de su amado, pero también comprendía que había cosas que debían llevarse a cabo para que el mundo siguiera en relativa paz y que frenasen las amenazas que representaban Hades y su ejército, que renacían una y otra vez para volver a iniciar la Guerra Santa. Sin duda alguna, era algo muy difícil de aceptar.
Temprano en la mañana del lunes, Natalie llegó a una clínica situada en el centro de la ciudad, donde pidió una cita con un médico para que la examinara y le indicara los exámenes de rutina que debía realizarse. Le tomaron una muestra de sangre y le realizaron una ecografía; ambos estudios confirmaron su embarazo, que llevaba ya unas 14 semanas. Con los resultados en mano, la joven se presentó nuevamente en el consultorio del médico para enseñárselos, y éste le extendió unas recetas de ácido fólico y de hierro que debía tomar como suplemento. La citó nuevamente para cuando entrara en el segundo trimestre, alrededor de las veinte semanas para continuar con los controles, y le dió recomendaciones y pautas de alimentación. Al salir del lugar, Natalie estaba emocionada y feliz de saber que todo marchaba como debía ser; su niño fruto del inmenso amor que Ásmita y ella se tenían, estaba creciendo y desarrollándose con normalidad. Él estaría muy feliz si estuviera allí. No pudo evitar que una lágrima, mezcla de alegría pero con un tinte amargo a la vez, se deslizara por su mejilla.

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Degel junto a Ásmita y Shion continuaban su búsqueda de pistas sobre la ubicación de otro traslador; habían pasado días en los biblioteca de Acuario, leyendo y releyendo antiguos libros y manuscritos, interpretando escritos y descifrando movimientos de las estrellas en el cielo. Shion comentó que sus observaciones en el Star Hill le habían indicado que dentro de 3 meses tendría lugar un eclipse lunar, y que ése sería el momento propicio para que Ásmita utilizara el traslador. Pero aún debían localizarlo.
Estaban barajando varias ciudades donde posiblemente se encontrara el objeto: Heraclión, que era capital de Creta; Rodas, famosa por ser la sede del Coloso del mismo nombre y una de las siete maravillas del mundo antigüo; Calcos, en la isla de Eubea...aunque también había posibilidades de que estuviera en la India, en Vittala, templo situado en la ciudad de Hampi, y famoso por sus figuras de carros, leones y budas esculpidos en la piedra. Debían continuar reuniendo información más precisa, sino querían tener que recorrer una por una cada una de esas ciudades. Tenían que darse prisa, pues no sabían en qué momento podría aparecer la espectro, o quién sabe si había descubierto la ubicación del traslador antes que ellos; confiaban en que no.
Cada día que pasaba, Ásmita sentía el dolor de la falta de Natalie a su lado; si bien podía saber a través de sus habilidades que se encontraba bien, eso no era suficiente para darle sosiego a su corazón. La necesitaba cerca de él, sentir su suave piel y su femenino aroma a rosas que tanto le gustaban; poder ver sus almendrados ojos castaños de largas pestañas y perderse en ellos...pero lo que más lamentaba era no poder estar presente para acompañarla en el desarrollo del embarazo. Él tenía la inmensa necesidad de sentir el calor y el amor de su familia, y brindarles el apoyo y la protección que necesitaban. Los extrañaba y los amaba tanto...
En sus noches en el templo de Virgo, antes de que el sueño viniera por él, los últimos pensamientos que tenía eran para ellos: la joven dulce y generosa que se había ganado su corazón y su alma entera, y su hijo; ese niño que todavía no nacía y que ya se había convertido en su tesoro más grande y preciado.

Una tarde soleada y cálida, Sísifo se encontraba en el Coliseo impartiendo lecciones y entrenando a su aprendiz, ese jovencito misterioso y callado que hacía apenas unos días que había llegado al Santuario. Savci era su nombre; parecía tener buenas cualidades para convertirse en caballero, y con el tiempo, quizás pudiera aspirar a una armadura dorada, la de Sagitario. A medida que pasaban los entrenamientos, el jovencito daba muestras de que tenía talento para la batalla; era ligero y rápido en sus movimientos, casi como si pudiera verlos con anticipación, pero aún le faltaba desarrollar su cosmos, eso sería lo más difícil. Pero iría con calma para no sobreexigir al muchacho; debido a la Guerra Santa tenían escasez de aprendices y de caballeros de bronce y plata, así que sería paciente con Savci.
Una vez terminada la jornada de entrenamiento con Sísifo, y con el permiso de éste, el joven aprendiz se encaminó a refrescarse luego de un día muy caluroso y de actividad física intensa, y posterior a ésto, comenzó un paseo por el Santuario, alegando que necesitaba conocer más el lugar para familiarizarse. Así que caminó animadamente por el recinto, mostrando a los que lo cruzaban su amabilidad ; incluso se encontró con Agasha, que iba cargando una enorme y pesada cesta con flores y hierbas medicinales que le había encargado Pefko, quién ahora era el Sanador del Santuario, y a quien la florista iba a visitar de vez en cuando, luego de pasar por el templo de Piscis, hogar de su adorado Albafica, con el que finalmente, había iniciado una relación. Savci ayudó a Agasha con la cesta, y mientras caminaban hacia la casa del Sanador, comenzó a entablar conversación con ella, logrando sonsacar alguna que otra información.

_ Esto podría ponerse interesante_ , pensó el joven aprendiz.

CONTINUARÁ...

CONTINUARÁ

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Dónde estás tú...? (COMPLETA)Where stories live. Discover now