Volver a empezar

184 14 2
                                    

Me desperté de repente, sobresaltada; me había quedado dormida sobre el libro que había estado leyendo. Otra vez, para variar. Grandioso.
Dejé escapar un bostezo y miré mi reloj: ¡estaba llegando tarde al trabajo! Rápidamente me dispuse a guardar mis cosas en el bolso que me acompañaba a todas partes, mientras pensaba en el extraño sueño que había tenido;  pensé que era previsible lo que había fabricado mi subconsciente, después de haber estado leyendo un libro de mitología griega. Antes de salir de la biblioteca municipal, tomé mi teléfono celular y avisé a mis jefes que estaba un poco retrasada pero que me encontraba en camino, y también tomé el libro que había estado leyendo para colocarlo en el estante del cual lo había sacado, no sin antes echarle un último vistazo. ¡Adoraba los libros antiguos, que tenían ese aroma tan particular, como si prohibieran de tiempos antiguos! Me dije que no sería la última vez que leyera ese libro, volvería por él.
Media hora después, arribé a la clínica privada en la cual trabajaba desde hacía varios meses para comenzar mi guardia. Después de marcar la entrada y de saludar amablemente a administrativos y enfermeras, comencé a llamar pacientes; como era usual, se trataba de una mezcla entre patologías banales, aquellos que fingían para solicitar un certificado médico y algún que otro caso serio, traído por ambulancia para ser ingresado en unidad de cuidados intensivos. Esos casos todavía me generaban miedo. Miedo a que el paciente se descompense y la situación se salga de control y no pueda manejarla. La ansiedad era tal que me había llevado en el último tiempo a no comer durante la guardia debido a ese temor latente. Y además estaba el tema de lo que llaman producción: atender el mayor número de pacientes en el menor tiempo posible, y pedir estudios por los cuales las obras sociales pagan cierto valor a la clínica, pero de eso el médico sólo ve una fracción miserable. Esa es la razón por la cual en este país uno está obligado a tener varios trabajos para poder subsistir, ya que con uno solo no se pueden cubrir los gastos de una casa, mucho menos los altos impuestos que debemos pagar los médicos. Después de todo eso, no queda mucho de mi sueldo. En este tiempo descubrí que la medicina en realidad es un negocio; lo único que interesa a los dueños de clínicas y jefes de servicio es hacer internaciones para cobrar el valor de las camas:  cuánto más internan, más dinero reciben de las obras sociales. No me gusta eso. No estudié medicina para eso.
Después de haber cumplido con mi turno, tomé mis cosas, marqué la salida, y salí de allí lo más rápido que pude; quería llegar temprano a mi pequeño departamento, me sentía muy cansada y algo mareada. Debía de ser por las horas que llevaba sin probar bocado; tenía que llegar y comer algo o me daría una hipoglucemia. Además tenía que continuar estudiando para rendir el examen que, si Dios quiere, me permitiría poder alejarme de esos trabajos que tanto despreciaba en el fondo de mi mente. Rogaba a Dios tener la oportunidad de algo bueno alguna vez, un trabajo que me llene.
Caminé hasta la estación de trenes mientras me ponía los auriculares y le daba play al reproductor de música de mi celular; desde hacía varios meses que necesitaba escuchar una melodía continuamente para no quedar a solas con mi mente, pues ésta comenzaba a divagar entre pensamientos que la mayoría de las veces eran negativos o de desesperanza. Subí al tren y me senté en un asiento junto a la ventana, como solía hacer, mientras sonaba la música de Pablo Alborán en mi celular, específicamente la canción "Recuérdame". De pronto, comencé a sentir un dolor de cabeza intenso y súbito, y unas imágenes aparecieron en mi mente: veía claramente unos ojos azul turquesa y unos labios masculinos, pero eran fragmentos, como flashes; permanecieron algunos minutos y luego desaparecieron, al igual que la cefalea. Descendí del tren y caminé hacia la parada del autobús; cuando al fin llegué a mi departamento, deposité mis cosas en un sillón cerca de la puerta y de allí me dirigí directo a la ducha para eliminar los gérmenes que pudieran haberse pegado a mi piel después de tantas horas en el ambiente de la clínica. Disfruté del agua cayendo por mi espalda, relajando mis músculos tensionados...
Tenía mucho sueño y mis ojos me pesaban, así que traté de asearme lo más rápido que mi cansado cuerpo me lo permitía. Luego calenté en el microondas las sobras que tenía en el refrigerador y me senté a la mesa a cenar mientras veía en la televisión qué había pasado en el mundo. No me percaté en qué momento me quedé dormida, pero otra vez había vuelto a tener un sueño como el de la biblioteca:   podía ver a un joven apuesto, de larga cabellera rubia, que llevaba una armadura dorada; también podía verme a mí misma en un lugar que parecía ser la Antigua Grecia. Al despertar a la mañana siguiente, sentía el cuerpo dolorido de haber dormido en esa posición incómoda, y comencé a prepararme para dirigirme a mi otro trabajo en un consultorio situado en el centro de la ciudad; me vesti con un ambo de color bordó con detalles fucsia en el bolsillo y la martingala, tomé mi bolso y salí de nuevo.
Como ya era mi costumbre, me coloqué los auriculares rumbo a la parada del autobús;  continuaría escuchando la playlist de mi español favorito. Tarareaba las canciones en voz baja al caminar, para no pensar en nada, y cuando estaba por cruzar la calle, quedé sorprendida ante lo que ví. Él estaba ahí. El muchacho que había visto en mi sueño. Mis ojos se abrieron de par en par, no era posible... Pero ahí estaba, con su reluciente armadura dorada, sus cabellos agitándose suavemente con la brisa, y sus ojos maravillosos mirándome...Y su boca... Está sonriéndome... Por Dios, sin duda son los ojos más bellos que jamás había visto. Inconscientemente, me mordí el labio inferior ante la visión de lo atractivo que era este joven, pero sólo fueron unos dos minutos o quizás una fracción de segundo lo que duró la imagen, puesto que luego de pasar por la calle un autobús, se había esfumado. Debo estar volviéndome loca. No me extrañaría.

Tuve bastantes pacientes entre la mañana y la tarde, me la pasé entre consultas de primera vez, controles de laboratorio, y realización de recetas; estaba algo enfadada y nerviosa por no haber podido tener un rato para continuar leyendo. Tendría que hacerlo más tarde al regresar a casa. Cuando llegó la hora de la salida, iba mirando hacia todos lados buscando a aquel joven misterioso pero no hallé rastros de él. Una ligera decepción apareció en mi interior.
Llegué a mi departamento y luego de una merienda abundante y sustanciosa en la que incluí mucho café para evitar dormirme mientras leía, me dí una ducha rápida y luego continué con mi lectura. Al llegar la hora de la cena, preparé algo sencillo y esta vez me dispuse a dormir en mi cama. Entre sueños, volví a ver fragmentos de acontecimientos, donde yo también estaba involucrada; veía un hermoso jardín con dos enormes árboles en el centro y pétalos de flores de cerezo volando con la brisa. Volví a ver al dueño de los ojos que me habían cautivado, y hasta oí las bellas palabras de amor que me dedicaba en esas imágenes. Durante toda la noche estuve alternando entre los sueños que solía tener, que en realidad eran pesadillas, con esos fragmentos de imágenes que me mostraban otra realidad y otro tiempo muy diferentes a esto.


CONTINUARÁ...

CONTINUARÁ

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Dónde estás tú...? (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora