Miedo

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Habían pasado varios días desde que Ásmita había regresado a mi vida, y en ese corto tiempo me había acostumbrado tanto a él,  que se me hacía difícil pensar en cómo es que había sobrevivido sin su presencia en mi vida desde que lo perdí en Jamir.
Él se instaló en mi departamento y, con paciencia, comencé a enseñarle poco a poco cómo eran las cosas en esta época, junto con la utilización de los diferentes aparatos electrónicos y el manejo del dinero. No hubo inconveniente alguno, ya que tenía la ventaja de ser extremadamente inteligente; además tuve que encargarme del asunto de ayudarlo a validar su identidad,  porque literalmente estaba "indocumentado", y era esencial que tuviera una credencial de identificación para poder moverse en esta época. Sin ella no podría conseguir un empleo ni tener seguro social, cosas básicas que necesitaría si iba a quedarse en este tiempo.
Ya convivíamos como la familia que éramos, a pesar de que no estábamos casados legalmente. Si bien eso era algo que siempre me había incomodado, ya que iba contra mis principios, ahora no me molestaba; después de haber vivido la Guerra Santa y la agonía de su pérdida, sólo me importaba el estar junto a él de cualquier forma. Pero Ásmita sabía que en el fondo, yo anhelaba que estuviéramos unidos en matrimonio; lo había leído en mi mente, y me juró que una vez que se hubiera establecido y acabado con sus trámites de identidad, lo primero que haría cuando tuviera esa identificación, sería hacerme su esposa, pues él también lo deseaba, y no se sentía del todo cómodo de convivir sin estar casados.
Mi pequeño Alejandro estaba fascinado con su padre, pasaba todo el tiempo en el que no estaba en la guardería en el hospital con él; Ásmita lo cargaba en brazos y lo arrullaba, le hablaba y contaba historias del Tíbet, y le cantaba mantras. Verlo así tan feliz y tranquilo con nuestro hijo, me llenaba el corazón de dicha y felicidad. Lo amaba tanto... Mi caballero de dorada armadura.
Ya teníamos una rutina elaborada: por las mañanas, me iba al hospital y me llevaba conmigo al bebé; tenía que dejarlo en la guardería mientras desarrollaba mis actividades, y cada cierto tiempo, concurría al lugar para amamantarlo. Ásmita tuvo mucha suerte, pues al poco tiempo de obtener su identificación, pudo conseguir un empleo como maestro de Braille en una escuela para niños invidentes, debido a su conocimiento del sistema por su pasado. Al mismo tiempo, comenzó a buscar opciones para estudiar una carrera, si se daba la oportunidad;  realmente estaba muy entusiasmado con todo eso, y me alegraba muchísimo verlo de esa manera, con proyectos y planes a realizar y con el entusiasmo de aprender nuevas cosas. Lo ayudaría en todo lo que él necesite para adaptarse y afianzarse en este tiempo.
Por las tardes, luego de que terminaba mi trabajo en el hospital,  Ásmita pasaba a buscarnos para regresar los tres juntos a casa; en esa ocasión, iba vestido con una camisa blanca y unos pantalones de gabardina de color azul Francia, con zapatos negros de vestir que completaban su atuendo,  mientras su cabello dorado caía libre por su ancha espalda, y se mecía con sus movimientos suaves y la brisa cálida que ya se hacía sentir en las tardes, anunciando la cercanía del verano. Podía ver y sentir las miradas cargadas de deseo de las mujeres que trabajaban en el hospital al ver a mi amado caballero dorado. Una punzada de celos asaltó mi interior por un momento fugaz, que traté de apagar rápidamente, pero no lo suficiente como para que Ásmita no lo notara y me dedicara una sonrisa entre divertida y seductora que me derritió literalmente. Me tomó de la cintura y me acercó a él, luego de lo cual con una de sus manos acarició con ternura una de mis mejillas y me besó con suavidad y anhelo al mismo tiempo; correspondí instantáneamente al roce de sus labios en los míos, mientras enredaba uno de mis brazos en su cuello, ante las miradas impávidas y llenas de envidia de nuestras observadoras.

_Sabes que no existe nadie más en este mundo para mí; tú eres y serás siempre la única en mi vida, amor mío...._ ,  susurró con sensualidad en mi oído, dejando que su aliento tibio acariciara mi piel.

Por Dios, sí que sabía cómo hacerme perder la cordura... Un estremecimiento me recorrió por completo,  mientras el rubor se hacía presente en mis mejillas y mi corazón comenzaba a acelerarse,  delatando a mi cuerpo, que estaba reaccionando a sus palabras y a su cercanía.
Caminábamos todas las tardes de regreso a casa, mientras nuestro pequeño en brazos de su padre, contemplaba con curiosidad el paisaje a su alrededor y nos dedicaba sonrisas y balbuceos que nos llenaban de alegría;  estaba creciendo tan rápido, y demostraba estar más adelantado en los patrones de desarrollo madurativo a comparación de otros niños de su misma edad,  con seguridad por la influencia del cosmos de Ásmita y el hecho de que ya había despertado el suyo propio también, si bien no podía entrenarlo y manejarlo todavía.
Al llegar al departamento, preparaba la cena; no es que fuera una gran cocinera, sólo sabía preparar lo básico como para no morir de inanición. En esos momentos recordaba con cariño a mi amiga Agasha, cuando me impartía sus clases de cocina; quién sabe qué sería de su vida ahora... la extrañaba tanto...igual que a todos los demás de esa época. Rogaba a Dios que estuvieran bien y a salvo de otro conflicto como los que solían suscitarse de vez en cuando.
En eso vagaban mis pensamientos cuando de repente, una opresión en el pecho y una sensación de angustia comenzó a oprimir mi corazón; me costaba respirar y sólo podía sentir el retumbar de mis latidos en mis oídos. Parecía que iba a caer al suelo en cualquier momento, por lo que me apoyé en la encimera de la cocina tratando de estabilizar me, al igual que a mi respiración, y en cuanto sentí que podía dar un paso sin terminar en el piso, me dirigí a la pequeña sala, tomé a mi hijo en brazos sacándolo de su moisés y lo abracé fuertemente contra mi pecho, mientras caminaba hacia Ásmita,  que se encontraba en el sillón de la sala,  preparando sus notas para las clases del día siguiente, y me dejaba caer entre sus brazos, ante su mirada de preocupación.

Dónde estás tú...? (COMPLETA)Where stories live. Discover now