Reencuentro

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Luego de haber tenido esa conversación con el Patriarca, no pude evitar sentir una punzada en el corazón al oír las últimas palabras: ¿será que Ásmita se encontraba bien? ¿Estaría muy herido? Eran las preguntas que resonaban en mi cabeza sin cesar.
Me apresuré a entrar a la casa del Anciano Sanador a buscar una pequeña cesta para llevar el botiquín de primeros auxilios que me había armado; incluso hasta revolví el bolso que viajó conmigo hasta esta época junto con mi uniforme (los que tenía muy bien ocultos en mi habitación) y me llevé un par de suturas, anestésico local y jeringas por las dudas, ya que con Ásmita las podía usar sin temor a que se descubriera la verdad sobre mi procedencia, puesto que él estaba al tanto de todo.
Una vez que tuve mis  materiales de trabajo listos, tomé la cesta y me dirigí lo más rápido que pude al templo de Virgo. A cada paso que daba, sentía que el corazón se me aceleraba cada vez más, y si bien estaba feliz de saber que él había regresado, también tenía miedo de que estuviera muy herido y que no pudiera salvarlo por las limitaciones de la medicina propias de esta época.
Tenía que recorrer un camino bastante largo, ya que la casa del Anciano Sanador se encontraba en el centro del Santuario pero antes de las doce casas zodiacales, de modo que tendría que pasar por cada una de ellas y pedir permiso a sus respectivos guardianes para que me concedieran  el paso a través de sus templos. No conocía a la totalidad de los caballeros dorados personalmente, y a algunos sólo los había visto de lejos en contadas ocasiones, así que estaba en ascuas rogando internamente que me dieran vía libre. Comencé por el primer templo, Aries, cuyo guardián era Shion, un muchacho amable de larga cabellera verdosa _el cual era el mejor amigo de Dohko de Libra_; el joven me concedió el pasaje a través de sus dominios; lo mismo ocurrió en el segundo templo, protegido por Aldebarán de Tauro, un agradable y corpulento hombre. En Géminis, el tercer templo, no hubo guardián al que solicitar permiso para pasar, puesto que Aspros se encontraba en tierras lejanas en una misión secreta; y al llegar a la cuarta casa zodiacal, Cáncer, su protector Manigoldo hizo su aparición, adoptando la misma estrategia y actitud de Kardia cada vez que me encontraba en Acuario. La reputación de libertinos tanto de Escorpio como de Cáncer era ampliamente conocida en todo el Santuario, así como su tendencia a las apuestas y juegos de azar. 

_Vaya, vaya pero ¿qué tenemos por aquí? ¿Adónde vas con tanta prisa, bella? ¿Acaso se te perdió algo? Tal vez yo pueda ayudarte a buscar..._, exclamó Manigoldo, mientras se acercaba cada vez más a mí. _Hace mucho calor hoy, ¿por qué no pasas a refrescarte un poco en mi templo?  Puedes seguir tu camino después_, dijo con voz seductora el canceriano, mientras una sonrisa ladina se dibujaba en sus labios. 

Maldita sea, otro casanova que se cruza en mi camino. 

_Lo siento mucho, señor Manigoldo; debo llegar de prisa al templo de Virgo. El Patriarca me ha dicho que el caballero Ásmita ya regresó de su misión y que tal vez pueda necesitar de mis servicios de sanadora, disculpe_, le dije de manera sucinta sin dar más explicaciones, y pasé rápidamente por su lado alejándome de él y su casa.  

Al llegar al quinto templo, me di cuenta de que estaba vacío en ese momento, debido a que su guardián, al que llamaban "el joven león", Régulus de Leo, se encontraba entrenando con su tío Sísifo de Sagitario en el Coliseo. Cada vez faltaba menos. Cuando al fin logré divisar la sexta casa zodiacal, el corazón se me aceleró nuevamente, las manos comenzaron a sudarme, y por un momento sentí que las piernas me temblaban; tomé una gran bocanada de aire, cerré los ojos, y cuando los abrí, comencé a subir decidida los escalones de la entrada al templo de Virgo. Su guardián no estaba en la puerta, así que me aventuré a entrar. De repente, escuché su voz, firme y masculina pero a la vez calmada, y me petrifiqué en el lugar, pensando en que tal vez había cometido una imprudencia al entrar sin su permiso. 

 _Buenas tardes Natalie, ¿cómo has estado todo este tiempo? ¿Todo está bien?_, dijo Ásmita saliendo de uno de los salones del templo y caminando hacia donde yo estaba, con esa serenidad que lo caracterizaba. 

Era él. Estaba de vuelta, sano y salvo; a excepción de algunas excoriaciones que alcancé a ver a simple vista rápidamente en sus brazos y en su rostro, el cual se veía un poco más pálido y con la sombra de unas ojeras debajo de sus ojos, siempre cerrados. Tendría que verificar si tenía más heridas que las que estaba viendo para asegurarme de que estuviera bien realmente. Al verlo y escuchar su voz, tuve que luchar con todas mis fuerzas para no correr a abrazarlo y apoyar mi cabeza sobre su pecho para escuchar su corazón latir. 

_¡B-buenas tardes Ásmita! ¿Te encuentras bien? ¿Qué bueno que estás de vuelta! ¡Me alegra que estés de nuevo con nosotros! El Patriarca me avisó de tu regreso, y me envió a cuidar de tus heridas; por favor permíteme examinarte para asegurarme de que no son peligrosas y desinfectarlas, luego podrás descansar del viaje_, le dije intentando esconder la alegría que me producía el volver a verlo.  

Él respondió con una sonrisa risueña:

_Está bien doctora, lo que tú digas; te dejaré hacer tu trabajo_, respondió, y luego se dirigió hacia uno de los salones del fondo del templo, el que era la sala de meditación. 

Mientras nos dirigíamos allí, pude observar lo inmensa que era la Casa de Virgo, y la magnífica decoración que poseía, con alfombras de mandalas de diversos colores y formas, y almohadones de seda bordados con hilos de oro, propios de la cultura hindú. Ásmita me indicó que me sentara sobre una alfombra con unos almohadones que estaban junto a una mesilla donde podría apoyar la cesta con el material de curación. Él también se sentó, justo frente a mí, en posición de loto, y poco a poco se fue quitando los brazales de la armadura para que pudiera acceder con comodidad a sus heridas. Pude observar que la nívea y aterciopelada piel de sus fuertes brazos había sufrido daños en su última misión, y como evidencia de aquello, una herida bastante profunda se extendía en su brazo izquierdo, y tenía excoriaciones menores en el derecho; su rostro también presentaba algunas magulladuras, la más extensa en su mejilla derecha, todas ellas superficiales, por lo que no dejarían cicatriz. 

_Respondiendo a tu pregunta anterior, todo está bien; ha habido mucho trabajo últimamente debido a los entrenamientos y pequeñas batallas, que son cada vez más frecuentes, y he aprendido mucho sobre hierbas medicinales. Pero ahora voy a desinfectar y a suturar la herida de tu brazo_, le dije con calma y decisión en mi voz, tras lo cual y le expliqué cómo era el procedimiento en palabras sencillas. 

Luego de esto, comencé a desinfectar la herida en cuestión; después infiltré los bordes de la misma con el anestésico local y al cabo de unos minutos cuando hizo efecto la droga, realicé la sutura de la herida, que requirió 4 puntos. Nuevamente la desinfecté, cubrí con una gasa estéril y finalmente la vendé. Durante el procedimiento,  Ásmita me contó que en su misión había tenido que enfrentar a varios espectros, y que había conseguido valiosa información que podría ayudar a ganar la Guerra Santa que había dado comienzo. Una vez realizada la curación de su herida más profunda,  proseguí a tomar de la cesta que había traído, unas gasas embebidas en alcohol para limpiar las heridas superficiales de su rostro. No sé qué fue lo que hice o cómo pasó, pero creo que giré demasiado rápido, por lo que perdí el equilibrio y caí sobre él, o más bien casi caí sobre él, puesto que ágilmente, Ásmita alcanzó a tomarme de la cintura con sus fuertes manos para evitar que me hiciera daño al caer y golpear contra la coraza de su armadura.  De nuevo sentir el calor de sus manos a través de la tela de mi vestido, aceleró mi corazón al igual que mi respiración. En ese mismo instante, mis ojos se posaron en su boca, que se encontraba tan cerca de mí, tentándome. Inconscientemente, mi mano derecha se había posado sobre su hemitórax izquierdo, como queriendo amortiguar el golpe de la caída que finalmente no se produjo. Pude sentir la calidez de su piel y cómo su corazón se aceleraba también a través del metal frío de la armadura. El calor comenzó a hacerse presente en mis mejillas, mientras mis ojos no dejaban de observar otra cosa que no fueran sus labios. Ninguno de los dos dijo ni una sola palabra. El tiempo pareció haberse esfumado en ese instante, que me pareció irreal, pues no creía que pudiera estar pasándome justo a mí. No sé cuánto tiempo estuvimos en esa posición; pudieron haber sido segundos, minutos, que la verdad me parecieron horas; perdí totalmente la noción del tiempo. 

Estaba tan cerca de él, pero a la vez tan lejos... Una lucha interna se debatía dentro de mí sobre qué debía hacer: si ceder ante la tentación que él representaba para mí y arriesgarme a que se aleje, o continuar reprimiendo este sentimiento que guardo celosamente en mi corazón. 

¿ Será que me atrevería a ser capaz de apoderarme de esos labios que ahora estaban a mi merced? 



CONTINUARÁ...

Dónde estás tú...? (COMPLETA)Where stories live. Discover now