VIII

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Louis miró en dirección a esos labios carnosos que parecían hechos para besar fervientemente. Su respiración agitada y la fina capa de sudor concentrándose en su frente le provocó levantar la mano para quitarse el pelo de la cara, pero su muñeca fue aprisionada por unos dedos fuertes, decorados con anillos de oro.

Apretó las piernas cuando cayó rendido en la cama y se mordió el labio, tanto que sangró. El tirón en su entrepierna aprisionada en sus pantalones ajustados le causó un escalofrío que le recorrió el cuerpo entero. Sufrió de manera exquisita la forma en que el hombre frente a él lo liberó de ellos, rasgando la tela y arrojándola al suelo. Louis no sabía si el calor abrasador se debía a su propia excitación o a las velas encendidas, que desprendían aroma a cera y aromatizantes de rosas. Llevó sus ojos entrecerrados hacia los de la persona frente a él, verdes como la esmeralda más preciosa, enmarcados en pestañas largas y oscurecidos y brillantes.

Suspiró cuando él se le acercó por un beso digno de calmar su sed. Los brazos de Louis se arremolinaron en su cuello y lo atrajo más hacia sí. Sintió las manos escarbar en su camiseta hasta lograr levantarla, logrando tener acceso a su cintura pequeña. Louis era un poco inseguro sobre su cuerpo pero el hombre parecía obsesionado con esa zona en particular. Lo sintió, después, raspándolo con los colmillos en el cuello. Louis podría venirse en un segundo por ese simple acto.

—Harry... —gimió cuando rodeó su pene con su mano enorme. Los anillos fríos contrastaban con su calor corporal y se estremeció.

Se mordió el labio y la sangre brotó desde la grieta curada que volvió a abrir. El sabor a metal invadió su boca y las pupilas de Harry se agrandaron. Se inclinó para besarlo de nuevo, lamiendo su labio inferior y raspándolo con sus dientes. Louis jadeó, sintiendo la presión en la punta de su miembro difícil de soportar. Con su mano libre Harry le apretó las caderas y sollozó cuando sus dedos fueron un poco más allá de ellas.

—¡Harry!

Cubrió su boca de inmediato con sus dos manos, sintiendo como la vergüenza lo invadía. Apretó sus ojos llorosos y respiró hondo para tranquilizarse. Sus labios sangraban al igual que en el sueño, una fría capa de sudor cubría su espalda y en su entrepierna tenía un gran problema por resolver.

Sin duda, su inconsciente estaba al tanto de cosas que ni él mismo se imaginaba. Hasta donde él mismo sabía, jamás había pensado en el vampiro de esa manera.

Se dio una ducha fría, con la esperanza de eliminar esos pensamientos de su cabecita adolescente. Harry jamás le insinuaría nada y Louis estaba completamente bien con ello. Harry no le gustaba en lo absoluto. Era solo una perfecta confusión que habría desestabilizado a cualquiera.

Bajó las escaleras con la intención de dirigirse hacia la casa de Olivia, en vistas de renovar su energía. Se puso pálido cuando pisó el último escalón y se topó con la escena sucediendo en la planta baja. George veía la televisión sentando en el sofá individual, mientras que sus hermanas se aconglomeraban en la cocina. Era evidente que no se sentían cómodas alrededor del hombre trajeado, quién parecía no estar al tanto de la situación. Louis se dirigió a la cocina y Charlotte lo miró.

—¿Qué sucede? —preguntó. Su hermana clavó sus ojos celestes en la taza que traía en las manos.

—Dice que los niños hacen mucho ruido —explicó—, está allí desde la mañana. No sé qué hace aquí, en realidad. Mamá se fue hace horas pero él sigue allí viendo la televisión.

Louis bufó y recogió a Ernest del suelo.

—¿Dónde está Emily?

Charlotte rodó los ojos.

Vitalidad » lsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora