Vitalidad » ls

XII

El tiempo pasó demasiado rápido después de la celebración de Halloween. Se realizó una fiesta en el acantilado y en todo el pueblo, los niños con la intención de pedir golosinas y los adolescentes con el deseo de emborracharse. Niall era una versión desacomodada de Freddy Krueger, con el pelo revuelto y los ojos brillantes por la ebriedad. Louis era una versión masculina de Violeta Beauregarde, con la nariz violácea y el conjunto deportivo lila, mientras que Olivia representó una versión mucho menos inocente de la princesa Blancanieves.

La festividad era una forma de darle la bienvenida al calor agradable que solía apropiarse del pueblo durante la última parte de la primavera y el verano. Las clases estaban a punto de acabarse también, y los estudiantes aprovechaban para tomarse un merecido pequeño descanso de los exámenes, incluso antes de que comenzaran.

No obstante, para cuando quisieron acordar, la noche había terminado, entre tragos con colorante neón y música de los ochenta.

Noviembre llegó con unos días borrascosos y muchas tareas de fin de curso. Louis fue felicitado varias veces por sus profesores por su gran avance en los últimos meses, a lo que él respondía con una sonrisa tímida y un recuerdo instalándose en su cabeza. Olivia lo codeaba en las costillas y se reía de él, y Louis se defendía con la excusa de querer entrar en una buena universidad, cuando en realidad las cosas con Harry no habían cambiado. La noche en la que estuvieron a punto de besarse quedó en el recuerdo individual de cada uno, pero al mismo tiempo decidieron enterrarlo mutuamente y no volver a mencionarlo.

Hasta el veinticuatro de diciembre.

El día del cumpleaños de Louis era igual de especial para él que para todo el mundo. Vísperas de navidad. Era feriado y muchas familias salían de vacaciones, y muchas otras llegaban buscando el calor. Olivia canturreaba villancicos al pasar los alimentos en la máquina registradora y Louis la escuchaba con una sonrisa. Ya se habían graduado y Taylor les había cambiado al turno de la mañana durante el verano. Niall esperó hasta el final de su turno para llevarlos a celebrar, aunque solo se tratase de una caminata por el acantilado y un baño corto en el mar. Tomaron el sol tumbados en la arena de una pequeña playa por debajo del risco y se olvidaron por un rato de todo lo demás, hasta que una llamada entrante de Judith les indicó que ya deberían de regresar.

Louis suspiró y se deshizo de su ropa al llegar a su habitación, esperando poderse dar un baño que le quitase la salitre de la piel. Se talló los hombros quemados con cuidado y salió.

En la planta baja lo esperaba su abuela, que había viajado el día anterior para poder estar allí como cada año. Judith sonreía y George no estaba, por suerte. Aparentemente había regresado a su trabajo, y ya no aparecía tan seguido por esos lados, pero seguía viéndose con su madre. Emily, sobre todas sus demás hermanas, fue la que demostró el mayor alivio.

Le hicieron soplar las velas antes de las seis, para que sus dos hermanitos bebés pudieran probar el pastel. Después de allí, comenzaron los festejos reales. Con las piernas enfundadas en unos shorts cortos de gabardina amarilla y una remera corta —no tanto como la que cortó aquella vez para Charlotte—, se dirigió afuera para ver los fuegos artificiales. La mayoría de las personas se reunían en la plaza principal a beber y reír, como una gran familia. Louis amaba eso.

Aunque, detrás de toda aquella emoción inevitable por las fiestas, se instaló una ilusión, una intriga que deseó ignorar sin éxito. Su cabeza trabajaba sin esfuerzo acerca de ello como un carrusel, con caballitos subiendo y bajando y todas las luces encendidas.

Harry, Harry, Harry.

Se hicieron las doce y su cumpleaños se había terminado oficialmente. Se debatió entre dos opciones: adentrarse en el bosque como había hecho tantas veces en ese último tiempo, o esperar a que aquella promesa tácita de la que jamás volvieron a conversar se volviera realidad.