XVII

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Louis se perdió los siguientes tres días de playa, hasta que el color de sus marcas de amor fue lo suficientemente decente para lograr convencer a sus amigos de que fueron causados por una reacción alérgica a la comida navideña.

Estaban a escasos días de que el mes de enero acabara cuando Louis lo vio de nuevo. Al principio, creyó que después de navidad ya no volvería a poner un pie allí; que se había marchado para siempre. Se había sentido aliviado cuando nadie había vuelto a hablar de él, cuando creyó que su vida había vuelto a la normalidad.

Louis volvía de la playa, con arena entre los dedos de los pies y una sonrisa cálida y de ojos perezosos escondidos detrás de sus anteojos de sol con marco rojo. Olivia se despidió de él en medio de la calle con un salado beso en la mejilla. Antes de abrir la puerta, le llamó la atención que las persianas de su propia casa estuvieran cerradas; Charlotte siempre se encargaba de que fluyera la ventilación, en especial con el calor abrasante del verano en Woodville. Al entrar, la televisión estaba encendida con el volumen al máximo y las luces se encontraban apagadas, siendo la pantalla la única iluminación en la sala de estar. Louis sintió el escalofrío recorrer su columna vertebral.

Las piernas envueltas en un pantalón de vestir marrón oscuro, separadas de la forma desagradable en la que algunos hombres suelen sentarse. Ni siquiera notó que el castaño había entrado por la puerta, sumido por completo en el juego de béisbol que transmitía el canal deportivo.

Contra viento y marea, y para abatir toda tranquilidad en Louis y sus hermanos pequeños, George había regresado.

Mamá no estaba en casa y las niñas y Ernest tampoco, a juzgar por el silencio que reinaba en todas partes. Louis suspiró e ignoró la situación, subiendo directo a su habitación y cerrando con llave, por las dudas. Pensó en escribirle a Harry, pero el vampiro siempre respondía con monosílabos y difícilmente se creaba una conversación por mensajes de texto. Era odioso pero también un hecho: a Harry no le gustaba la tecnología.

Quizás lo mejor sería dirigirse a la casa, después de todo.

~

El bosque era iluminado apenas por el último sol. Los rayos se colaban débilmente entre las hojas de los árboles y el aire comenzaba a enfriarse poco a poco. A Louis no le importaba la brisa fresca que le acariciaba las pantorrillas desnudas. Le gustaba el olor del verano mezclado con el olor del bosque, la vegetación y la calidez. E incluso más le gustaba la pequeña sensación nerviosa que se alojaba en su estómago cada vez que se dirigía a ver a Harry, y que había incrementado luego de su primera noche juntos.

Louis desearía saltar de su ventana cada noche, si eso le aseguraba dormir en el pecho masculino y tatuado de Harry.

Frenó sus pasos al tener a la casa abandonada, majestuosamente grande, frente a él. Por fuera, parecía que alguien la había incendiado o que no había sido habitada por cientos y cientos de años. Bastó con tocar una sola vez para que Liam abriese, con una sonrisa amable y su atuendo característico.

—Humanito.

—Prefiero Louis —contestó, riendo entre dientes.

Liam abría mucho los ojos antes de reír. Era un gesto que había dejado de pasar desapercibido y solo hacía que la risa cantarina de Louis aumentara.

—Louis —repitió luego el vampiro—, ¿qué estás haciendo aquí?

Se sonrojó un poco. En realidad no tenía ninguna excusa aparte de no querer pasar toda su tarde solo con el novio raro de su madre en la planta baja.

—Bueno...

—El jefe está en la sala del piano —dijo Liam—, déjame acompañarte hasta allí.

Vitalidad » lsWhere stories live. Discover now