XXIV

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Aquella noche, Harry decidió olvidarse de ser un vampiro.

O, más bien, decidió utilizar sus dones especiales para hacerlo.

Al llegar a la casa, la cual se encontraba en un silencio sepulcral, desvalijada y desierta, Harry y Louis corrieron directamente a la habitación del jefe. Se vistieron en prendas más ligeras y se acostaron, Harry escuchando el latir del corazón de Louis. Aunque, luego de varios minutos inmersos en sus propios pensamientos individuales, interminables, Louis supo que no dormiría esa noche. Harry tampoco iba a fingir que lo hacía.

Con un solo movimiento el vampiro se sentó en la cama, con las piernas cruzadas y la mirada pensativa. Louis se incorporó un poco también, y se acercó para besarle la boca con todo el amor que recientemente había descubierto y que quería compartirle.

Harry tenía que hacer algo al respecto. Al sentir el tacto de sus labios unidos, débil pero sin intenciones de dejarlo ir, supo que aquella impresión de que todo estaba bien era solo eso: una impresión. Algo superficial, una máscara que cubre para no ver más allá. Las sábanas blancas que, en ese momento, se encontraban sobre los muebles, sobre el piano.

—Sé sincero conmigo, Lou —susurró, robándole un pico suave antes de mirarlo—. Dime si quieres algo, cualquier cosa. Lo cumpliré.

Louis cerró los ojos y suspiró.

—Me temo que lo que quiero es imposible ahora mismo...

—No es importante. Dime qué quieres —volvió a repetir.

Para Louis, lo que deseaba era tan absurdo como imposible. Recordó la primera vez que él y Harry estuvieron juntos, la tarde en la playa que anheló vivir. En un mundo paralelo, o en otra vida, sus almas podrían encontrarse para besarse debajo del rayo del sol, en la orilla de un mar calmo que los invitaría a nadar. Rio, encogiendo los hombros.

—Me gustaría que fuésemos a la playa —dijo, cabizbajo—. ¿Lo ves? Es imposible.

Las luces de la habitación parpadearon. Louis se inclinó para bajar de la cama cuando Harry tomó su mano, haciéndolo pararse sobre el suelo.

—Cierra los ojos —ordenó el vampiro y las lámparas parecieron estallar. Obedeció, se apoyó en su hombro con las pestañas rozando sus pómulos y su labio inferior atrapado entre sus dientes.

La habitación se quedó a oscuras por unos segundos, y luego el calor comenzó a invadirla. Harry puso todo su empeño en crear aquella ilusión, proyectando cada detalle en su mente: la arena blanca y fina, suave al tacto de sus pies, cálida; el calmo arrullo de las olas al romper cerca de la orilla, la espuma blanca y el mar transparente convirtiéndose en azul celeste al llegar al horizonte; el aroma del calor, lo cual es una cosa extraña, pero podría jurar su existencia; el sol golpeando sus pieles, creando un bronceado al simple tacto. Se encargó de repartir besos a lo largo del cuello de su pequeño, para poder así transmitir aquello que su corazón ya no tan olvidado podía sentir, y envolver el ambiente con esa sensación.

—Ábrelos.

Louis volvió a obedecer, tomándose un tiempo para acostumbrarse a la luz del sol y la sonrisa brillante de Harry. Se sorprendió al sentir que la arena quemaba en la planta de sus pies.

—¿Qué es esto, Harry? —preguntó, el asombro pintando su rostro de un tono rosado.

—La playa, como lo has pedido —El vampiro sonrió orgulloso y le picó las costillas. Louis se hizo hacia atrás riendo y se dio la vuelta, mirando hacia el mar, sin comprender todavía cómo es que había sucedido.

—¡Dime cómo lo hiciste! —exigió saber.

El agua les llegó a los pies. Harry caminó dos pasos y estuvo parado justo detrás de Louis. Lo abrazó por la cintura y apoyó el mentón en su hombro, con los ojos cerrados por la claridad del sol reflejada en el agua. El viento desenganchó uno de los mechones más largos de su cabello y se lo echó en la frente.

Vitalidad » lsWhere stories live. Discover now