XXVI

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Louis bajó el último cajón de frutas del camión y se limpió el perlado sudor de la frente con el dorso de la mano. Taylor, que ya era un año más viejo y se notaba en su espalda arqueada y adolorida, le sonrió con amabilidad antes de entrar en su tienda. Louis lo siguió. Encima del mostrador había un sobre de papel madera, ligeramente arrugado, con su nombre escrito con fibrón negro. Era la letra de Olivia, lo que le hizo sonreír.

Su última paga.

Tomó entre sus manos el sobre y lo guardó en su mochila. Era la hora de cerrar la tienda, pero Taylor lo frenó justo cuando estaba a punto de tomar las cadenas de la persiana.

—Yo me encargo, muchacho. Ten un buen viaje.

Le dio un abrazo al hombre, quien había sido malhumorado como el infierno pero también un excelente jefe, y que le había enseñado cosas que recordaría por el resto de su vida. Prometió enviar postales y regalos, aunque se las arreglaría para volver en navidad para "verificar que todo siguiera en orden". Ambos rieron en la puerta, con el sol del mediodía golpeando sus frentes. Louis se soltó la correa del delantal que olvidó quitarse dentro, aunque Taylor bromeó con dejárselo de recuerdo.

Louis miró sus manos sosteniendo la tela verde, gastada, con el logo de la tienda en el centro. Era extraño; un año escurrido entre sus dedos. Él se había sentido congelado en su sitio, pero, al parecer, el mundo había seguido girando a su alrededor.

Era un día lluvioso de principios de marzo cuando Louis volvió a la casa abandonada —Ahora, realmente abandonada—. Sus pies lo guiaron bajo las gotas luego de una larga noche en vela. Los pensamientos volvían a él en forma de recuerdos bonitos pero que lo destrozaban, como recibir cosquillas estando maniatado. En la casa, las cosas no eran muy diferentes a cuando los vampiros residían allí. Las sábanas blancas cubrían los muebles de cada habitación, pero el olor del polvo y la humedad se hacían presentes en cada paso que daba, al igual que el crujido de la madera bajo sus pies. Lo que Louis más extrañó, y lo encontró paradójico, era el cuadro. ¿Qué era esa habitación sin él? Solo un suelo y un techo, con un par de sillas desacomodadas y una mesa polvorienta. Sin embargo, Louis lo tomó como su lugar allí. Acondicionó un poco ese comedor; levantó las persianas y dejó el aire correr. Quitó las sábanas y limpió la mesa y las sillas. Intentó replicar el cuadro, utilizando sus pocos dotes de ilustración y la fotografía de Harry que llevaba a todas partes. No lo consiguió.

Salió de sus pensamientos al oír la bocina del auto de Niall. O de Olivia, ahora. Efectivamente, ella era quien conducía, con unas gafas de sol rosadas y una sonrisa igualmente encantadora. Niall ocupaba el asiento del acompañante y agitó su mano, mitad en forma de saludo, mientras que en realidad estaba apresurándolo.

—¡Louis, el avión!

Claro, él iba a perder el avión si no entraba en el auto en ese momento. Él y Niall perderían el avión. Tal vez era una exageración, pero tenían una hora de viaje hacia la ciudad y media hora más hasta llegar al aeropuerto. El vuelo salía en la noche, pero Louis todavía no había cargado sus valijas, ni se había despedido de su familia. Él ni siquiera se había duchado, para empezar.

La casa de Louis era un alboroto. Judith se había tomado el día libre en el trabajo para poder despedirlo como era necesario; Mike cerró su cafetería por la misma razón. Mike era una de las razones por las que Louis se marchaba tan tranquilo. Cuidaba a su madre, a sus hermanas y hermano, los quería y respetaba, eso era suficiente para él.

—Cariño —llamó Judith cuando Louis salió de la ducha—, no olvides el cepillo de dientes.

—Compré uno nuevo, ma —Rodó los ojos, con una sonrisa amenazando por escaparse de su boca en una línea.

Vitalidad » lsWhere stories live. Discover now