Sangre

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Steve Rogers observó el techo que lo cubría, completamente oscuro, lleno de pensamientos sobre aquel muchacho con el que había peleado, alguien que era exactamente como él. ¿A caso era un familiar suyo? No, eso era imposible. Sus padres murieron antes de que se fuera a la guerra y no quedaban más familiares que supiera. Nunca tuvo noticias de algún Rogers en Estados Unidos ni recibió cartas de tíos o primos perdidos. Entonces, ¿de dónde venía aquel parecido, aquellos ojos azules y aquel cabello dorado desordenado? Incluso creyó que los ojos eran casi iguales a los de Natasha, fríos, calculadores, al menos por unos segundos, pero era imposible, ¿cierto? ¿Sería algún familiar entonces de Romanoff? Eso era incluso mucho más ridículo. ¿Familiar de Natasha? ¿Y se parecía a él? ¡Completamente loco e incomprensible! Ellos no estaban unidos por ningún lazo, salvo el del compañerismo. La propia Romanoff lo había ayudado contra Bucky e Hydra cuando se levantaron de nuevo, mostrándose completamente al mundo, llenándolo de terror, algo que él mismo estaba odiando. ¿Por qué Hydra seguía en pie? Cráneo Rojo murió cuando estrelló la nave en el ártico, dejándolo a él mismo completamente congelado. ¿A caso él infame líder de la organización volvería? Rogers no podía mantenerse tranquilo pensando en el regreso de Cráneo Rojo, alguien con quien lidió completamente en la Segunda Guerra Mundial.

Rogers giró sobre la cama, quedando sentado en el borde, con la cabeza entre sus manos, intentando calmar aquellos recuerdos, el terno descanso que se había tomado para despertar en un mundo completamente cambiado para él. Por más que quisiera, olvidar lo que Hydra hizo y seguía haciendo, era demasiado doloroso para él, recordando como Cráneo Rojo y Armin Zola habían jugado con sus compañeros militares, dejándolos casi en la muerte misma, solamente para recrear el Suero del Super Soldado. Y fue algo horrible. Encontró a Bucky medio muerto por los experimentos de Zola. Si no hubiera llegado, seguramente estaría completamente muerto. Pero lo prefería antes que completamente bajo el control de los nazis del Cráneo Rojo.

Winter Soldier.

Recordar cómo había peleado con su mejor amigo hacía casi un año atrás, cuando Hydra comenzó a mostrarse y él estaba del lado de S.H.I.E.L.D, la organización encargada de la protección del mundo hasta el alzamiento de su enemigo, quien había dejado semillas dentro de la organización de Fury para volver a crecer y despedazar a sus enemigos completamente. ¿Cómo había llegado Hydra tan alto en S.H.I.E.L.D o en el gobierno? Rogers no podía comprender como una organización como Hydra logró tanto en unos setenta años, destrozando todo el sistema y dejando a una organización que protegió el mundo, completamente manchada y como terrorista.

Esa era otra de las cosas que él no podía llegar a perdonar completamente, aunque en su cabeza no cabía el odio irracional. Steve había sido educado para hacer el bien, fomentar la lealtad y el compañerismo así como el amor a la libertad del mundo cuando fue Capitán América, tanto en la Segunda Guerra Mundial como cuando formó parte de los Vengadores la primera vez.

Ahora incluso le reconocían el mérito de derrotar a Hydra, cuando realmente la organización estaba moviéndose bajo las sombras, creando super soldados bajo las narices del mundo entero y él estaba allí sentado, sobre su cama, pensando en el pasado y rodando por la miseria.

¿A esto había llegado? Steve nunca había tomado la rendición ante Hydra cuando las cosas habían estado peor, luchando contra los nazis y Cráneo Rojo. Hydra en ese tiempo había tenido el Teseracto y ahora solamente contaba con unos super soldados que intentaban deshacerse de ellos, los Vengadores.

Steve enredó los dedos en su cabello, algo más largo de lo normal, soltando un suspiro y poniéndose de pie para descorrer las cortinas. Probablemente Jarvis sería capaz de hacerlo, pero él era de Brooklyn, de un tiempo anterior en el que las máquinas no ayudaban a las personas a hacer cualquier cosa. Le gustaba poder hacer algo sencillo como descorrer las cortinas. Un gesto demasiado insignificante, pero para alguien de los años cuarenta, demasiado normal.

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