XV. Harry

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XV. Harry

          El timbre de la casa sonó indicando la llegada de Harry, tal y como habíamos acordado por llamada, esta tarde nos reuniríamos y hablaríamos de asuntos pendientes que estaban sueltos por ahí, uno de ellos era el hecho de que su mamá y su familia querían conocerme. Yay. Sinceramente era un detalle que me estaba comiendo la cabeza, estaba casi segura de que él se había sincerado y contado las condiciones en que se dio esta situación, por lo tanto, no entendía del todo qué tenía que hacer yo con su familia, pero bueno, estaba dispuesta a hablarlo con él.

Apagué el fuego de la pasta y le eché una mirada a mi entorno, había puesto la mesa para ambos, había limpiado y organizado todo, quería que tuviera una buena impresión en cuanto a lo que respecta al futuro ambiente de la bebé, y... estaba agotada.

Peiné mi cabello hacia atrás, abrí la puerta y ahí estaba él; vestía unos jeans oscuros con una camisa de botones en un azul que fácil podría confundirse con el negro, y para complementar llevaba una chaqueta en color café, se veía muy diferente a lo que estaba acostumbrada a verlo vestir, que por lo general era un traje, ropa de oficina, pero se veía bien, bastante bien de hecho. Mi expresión cambio a una sorprendida cuando note lo que cargaba en sus manos, un precioso ramo de girasoles.

—Hola, Abby. — soltó con su voz ronca y una sonrisa coqueta de lado. Sentí que mis mejillas se calentaban al darme cuenta de que había pasado demasiado tiempo observándolo. — Te he traído unas flores.

Elevé mis cejas y sonreí tomando las flores de sus manos.

—¡Oh! Harry, muchas gracias. No tenías por qué. — respondí y me tomé unos segundos para observar el ramo, era precioso. Me deslicé hacia un lado para que este entrara a la casa. — Es muy bonito. Adelante, por favor.

Harry sonrió y se dio paso al interior de mi hogar, cerré la puerta detrás de mi y me giré para verlo. Estaba de espaldas observando todo a su alrededor, me quedé mirándolo, su presencia se sentía tan rara aquí adentro, en mi espacio. Finalmente se giró y me observó.

—Es un hermoso lugar el que tienes aquí, ¿vives sola?

—Gracias. Y sí, vivo sola. Mi abuela me heredó esta casa. — conté y empecé a caminar para llevarlo a la cocina. Lo invité a sentarse mientras me dedicaba a poner los girasoles en un jarrón cerca de la ventana, quedaban perfectos. Fruncí el ceño y masajeé la parte inferior de mi barriga cuando sentí una ligera punzada.

—¡Vaya! Tu abuela debe haberte querido mucho. — lo miré y asentí.

—Sí, se podría decir que me lo gané. — reír ante mi broma privada. Me recargué en la encimera. — ¿Tienes hambre?

Sus ojos se iluminaron e hizo una expresión que gritaba que sí y reí.

—Tuve una junta antes de venir aquí, y no tuve oportunidad de comer, así que sí, muero de hambre. — se puso de pie y se quitó su chaqueta, poniéndola en el respaldo de la silla y acercándose a la estufa. — Además, huele riquísimo, ¿qué has preparado?

Le sonreí y destapé el sartén para que viera.

—He cocinado fetuccini, espero sea de tu agrado, preparé camarones y pechuga de pollo, no sabía qué preferías así que hice ambos.

Le conté levantando la mirada a sus ojos, él juntó sus manos y se mordió el labio.

—Realmente no tenías que molestarte, Abby. Pero te lo agradezco muchísimo, me encanta el fetuccini. Ahora...— me tomó de los hombros y me guio hasta la mesa para que me sentará. Fruncí el ceño confundida. — Me parece justo que te ayude a servir los platos, has hecho bastante por mí.

El Donante | hsOnde histórias criam vida. Descubra agora