III. Locura

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III. Locura


Harry.

Cerré la puerta de mi oficina y me despedí de Janel, mi secretaria, tras darle las últimas tareas del día. Caminé hacia mi auto maldiciéndome nuevamente por haberle entregado mi número a una completa desconocida y más aún, por si quiera haber estado considerando aceptar la loca idea que la Señorita Abigail Rovira me proponía. Ser su donador de esperma. Joder. Eso estaba jodido.

Cuando esa mujer había aparecido frente a mí su propuesta fue lo último que pudiera haber cruzado por mi mente. Y créanme, imaginé de todo. Abigail era una mujer muy guapa, una mirada de impacto, ojos verdes más oscuros que los míos, combinados con un poco de café, boca con unos labios redondos y rellenitos, tenía un excelente físico en general. En fin, el punto era que podría haber esperado que me coqueteara como lo habían hecho las primas de Michal o una entrevista, cualquier cosa, menos que quería que la ayudara a quedarse embarazada. Reí. Realmente no lograba entender por qué no deseaba casarse. Porque podía estar seguro como la mierda que no deberían faltarle hombres que se murieran por estar con ella. Me causaba una enorme curiosidad saber qué la había llevado a tomar la decisión de tener un hijo por si sola.

Sin embargo, ya tenía una decisión tomada. A pesar de que llegué a creer que ella ya no me llamaría, después de una semana finalmente lo hizo, y eso me dio aún más valor para confirmar la decisión que ya tenía. No podía ayudarla. No debía hacerlo. Suspiré, no estaba seguro de cómo se tomaría una negativa, no después de ver la ilusión con la que ella me había hablado la primera vez. Solté el aire, realmente lo sentía.

Justo ahora me estaba dirigiendo al pequeño y poco conocido café al que Abigail me había citado. Estacioné una cuadra antes y me dirigí a la entrada, el lugar era encantador si lo vemos desde cierta perspectiva, era más del tipo hogareño que del típico en el que todos se mueren por tomarse fotos y subirlas a las redes. Busqué con la mirada a la morena y la encontré. Estaba sentada en una esquina con su vista en algunos papeles que tenía sobre toda la mesa, podía decir que llevaba ya tiempo ahí debido a las tazas vacías y al platito con sobras de pan frente a ella. Llevaba lentes y su cabello recogido en un chongo.

Me acerqué a ella y después de maldecirme una última vez por estar ahí, llamé su atención.

—¿Abigail? — Levantó su rostro con sorpresa y maldijo entre dientes revisando la hora en su reloj de mano. Se quitó rápidamente los lentes y me ofreció una sonrisa mientras se ponía de pie y me estiraba su mano.

—Hola, lo lamento. Perdí la noción del tiempo, creí que era más temprano. — Al separar nuestras manos ella empezó a recoger los papeles de la mesa y a meterlos dentro de un folder amarillo, todo lo que antes abarcaba la mesa ahora se encontraba perfectamente acomodado a un lado. — Siéntate.

La obedecí y tomé asiento frente a ella.

—No te preocupes, creo que llegue un poco antes. — Mentira, había llegado justo a la hora acordada. Procuraba ser puntual en cualquier cita de negocios, y en general en cualquier tipo de cita.

Ella me sonrió ampliamente, sus ojos verdes brillaban.

—¿Quieres algo de beber? Sirven un excelente café aquí. — sugirió mientras me ofrecía lo que parecía ser el menú.

—Creo que sí, se puede decir. — Levanté mi ceja mirando hacia sus tazas vacías, frunció ligeramente el ceño hasta comprender. Soltó una risa y yo sonreí levemente.

—Culpable. — Levantó una mano e inmediatamente una chica de no más de 20 años apareció. Abigail cruzó sus manos debajo de su rostro y la miró sonriendo: — Dana, podrías traerme otra taza de café para mí, por favor y....

El Donante | hsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora