CAPÍTULO VIII

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Perdí la noción del tiempo hablando con Alice.
¿Quién diría que es la hermana de Loren y la hija de Catrice?
No se parecen en nada, ni siquiera físicamente.

Estuvimos hablando por lo que me pareció media hora, sobre los vampiros y los licántropos que merodean por los alrededores.
Se dice que los murciélagos no se llevan bien con los chuchos...

Las grandes puertas doradas se abrieron levemente, y una pequeña figura roja apareció de ellas.

Era Mace, quién tenía los ojos hinchados y rojos, pero a estas alturas no me importaba en lo absoluto.
Y se lo tenía bien merecido.

– Vaya... Si es la traidora número uno de la época...
¿Qué tal te va con los chupasangres?– Preguntó sarcástica Alice.

– Kath por favor... Tenemos que hablar. No tengo mucho tiempo.

– ¿Estás bromeando? Tienes que estar  bromeando porque...

– Escúchame por dios...
Mirad, ellos no son como creéis, no todos son malos...
Hay, hay algunos que son personas increíbles.

– Punto número uno, ellos no son personas. Punto número dos,
¿Qué no todos son malos?– Solté una carcajada que para nada transmitía felicidad.
– ¡Me lo dices en serio! ¡Cuando estoy aquí, encadenada y cuando me estaban a punto de juzgar, por el único motivo de no haber enseñado una estúpida marca!

– Sé que eso está mal pero...

– Hoy conocí a una niña.– Empecé a relatar con los ojos inundados.
– Se llama Amber. Es una chica de quince años, huérfana y muerta de hambre.
Y se la han llevado... ¡Se la han llevado por robar unas cuántas manzanas!
¡Cuando ella solo intentaba sobrevivir en un mundo injusto!
Y no te confundas, porque si es injusto, es por su culpa.

– Intentaré parar tu jui...

– Ni se te ocurra. Porque al fin y al cabo, solo soy una asquerosa humana de clase baja. Y no merezco piedad. ¿No es así?

Las puertas volvieron a abrirse de nuevo, y esta vez aparecieron una multitud de vampiros que primero, nos miraron con asco y luego se dispusieron a sentarse en esas butacas de las que la sala estaba repleta.
Para disfrutar de un buen espectáculo.

Supuse que eran el consejo.
Después cinco imponentes figuras se dirigieron a una enorme mesa con siete tronos a su alrededor.

Me negué a mirarles a la cara, por miedo.
Tanto tiempo repitiendo y escuchando: "No los mires a los ojos, no los mires, no lo hagas..."
Que al final acabas obedeciendo inconscientemente.

Noté como Mace se alejaba y por consecuencia, retrocedí para quedar más cerca de Alice. Quién era la única en este  momento que podría ayudarme.

Cuando tuve el valor de levantar la mirada, observé cómo esos cuatro hombres y esa mujer, se acomodaron en sus sitios y Mace se sentó al lado de uno de ellos.
Dejando un asiento libre en el medio.

– ¿Quién eres?– Preguntó una voz varonil que provenía de uno de los hombres que se habían sentado en aquella mesa.

Me le quedé viendo fijamente, después, escaneé a los otros cuatro. Tenían los ojos de un rojo más brillante que cualquiera de los que se habían sentado en la zona del público.

No respondí, pues solo llevan al
Atrium peccatorum a los "criminales" que serán juzgados con la muerte.
¿Si voy a morir, porqué debería hacerlo?

– Te lo vuelvo a repetir, ¿Quién eres?

– ¿Acaso te importa?– Solté tras sacar el valor para responder.

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